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Por José Enrique Bustos Pueche, Dr. en Derecho, Profesor Emérito Titular de Derecho Civi,. Fue Decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de Alcalá. Vocal de la Junta Directiva de CiViCa. Enviado el 13 de febrero de 2023.

Han sido ya muchos años los que venimos reflexionando y preguntándonos cómo es posible que cuando la Ciencia, en sus diferentes disciplinas, ha manifestado de manera inconcusa que la vida humana comienza en el momento de la fecundación del óvulo por el espermatozoide, de suerte que necesariamente esa vida es la de una persona, la civilización occidental se haya ensañado, desde hace  unos tres cuartos de siglo, en destruir esa vida incipiente. Y ello, con una crueldad, un sadismo, que con razón explica que quienes realizan, financian, promueven, o de cualquier modo apoyan esta matanza generalizada, rechacen con furia malamente encubierta que pueda mostrarse la realidad de la persona concebida y no nacida, a través de los múltiples modos en que las técnicas actuales lo hacen posible.

Tantos años…, que nos han llevado a una conclusión, a nuestro juicio, indiscutible: tratar de utilizar la razón para defender la vida del nasciturus es un ejercicio tan ridículo e inútil como intentar explicar física cuántica a un pollino. Y nadie infiera corolarios erróneos: lejos de nosotros, de cualquier persona consciente de la dignidad de la persona, el desánimo o la renuncia a una de las más bellas empresas: la defensa del inocente en la etapa en que más lo necesita. Pero ambas conclusiones son compatibles y coherentes.

A estas alturas del proceso, no existe un solo defensor del aborto que tenga la más mínima duda de que la vida comienza en la concepción, y que el Derecho entra en una contradicción insalvable si protege la vida del hombre después del nacimiento y la condena antes, cuando la Ciencia demuestra sin ambages que no se ha producido la menor mutación sustancial entre una etapa y otra. Y siendo esto así, ¿tiene sentido esforzarse en razonar, en mostrar las evidencias biológicas, los argumentos jurídicos? No se puede razonar contra la ideología.

Respetamos con toda sinceridad los esfuerzos antes evocados y que se traducen en manifiestos, declaraciones, conferencias, congresos… ¿con qué resultado? Nadie quiera engañarse: pienso que ni uno solo ha cambiado de criterio mediante el ejercicio de la razón, a través de la dialéctica. Hay conversos, pero por evidencias visuales del nasciturus martirizado, por sacudidas emocionales,  por gracia sobrenatural…, pero dudo que haya habido un solo cambio gracias a sesudos manifiestos, artículos, conferencias. Y advierto que he escrito dos libros y varios artículos sobre el particular. Yo también he tratado de razonar. Pero, insisto, han pasado ya muchos años. ¿Cuándo se ha avanzado en la defensa de la vida?: cuando quienes siempre han estado convencidos o se convencen llegan al poder. Al poder en su más omnicomprensiva acepción. ¿Cuándo daremos pasos como el del Tribunal Supremo de Estados Unidos? cuando alcancen el poder políticos, periodistas, académicos, profesores, escritores, artistas, deportistas, en una palabra, los responsables de forjar la opinión pública, convertidos a la defensa de la vida. Se irán convenciendo no por razones científicas o jurídicas, sino por alguno de los modos aludidos más arriba: en definitiva cuando purifiquen sus conciencias lastradas por el mal moral. No demos más vueltas: en una sociedad que ha rechazado a Dios, resulta imposible que nadie vaya a renunciar a su interés individual por pensar en el prójimo, máxime si este prójimo es invisible y el sacrificio es considerable.

Bien está que se continúe con el uso de la razón, pero, o hay conversión moral de la sociedad o todo irá a peor. Y la conversión tiene otros cauces, y su tratamiento desborda la naturaleza de esta modesta reflexión.

Pero sí resulta atinado mencionar sumariamente las causas de semejante descalabro moral. No es difícil contestar a la pregunta con que empezábamos este artículo: ¿cómo se ha llegado a semejante crueldad? Sin ánimo de exhaustividad, he aquí las principales causas:

1ª. El individualismo narcisista que arranca de Lutero: él solo se basta para entenderse con Dios: sin Iglesia, sin intermediarios, sin Magisterio, sin Tradición, sin Sacramentos, sin nada; sólo la Biblia, sí, pero ésta interpretada por sí mismo, individualmente, en el libre examen. Esta patología ha ido creciendo en Occidente hasta llegar al máximo nivel, por ahora, cual es el de la ideología de género: el yo decide qué “género” usar con independencia del sexo biológico y del patrimonio cromosómico.

2ª. El relativismo, consecuencia ineludible del morbo anterior. Si cada uno es soberano de sí mismo, plenamente autónomo, sin el menor vínculo moral, si cada uno resuelve individualmente acerca de la verdad, el bien o la belleza, dicho se está, que no existen la verdad, ni el bien ni la belleza, porque cada uno tiene los suyos.

3ª. El hedonismo. A legibus solutus, el hombre instintivamente tiende a lo más fácil, al menos en apariencia, al placer, especialmente si desde Freud, Marcuse, el existencialismo, la revolución del 68, etc., etc., se viene suministrándole especiosos argumentos pseudocientíficos para su justificación, argumentos que, pocas veces y con rigor, han sido replicados por quienes deberían haber dirigido a los hombres, en materia de moral y costumbres.

4ª. El silencio de los mejores. Lo hemos sabido siempre, pero en España, sin excusa posible. Las masas no pueden mandar ni dirigirse, ni determinar lo bueno y lo malo. Son las minorías rectoras las llamadas a ordenarlas, encaminarlas, instruirlas. Pero si la sal se vuelve insípida, ¿con qué se le devolverá el sabor? Hace mucho tiempo que las élites, civiles o eclesiásticas, con pocas excepciones, han dimitido de su función gobernadora, por cobardía, por comodidad, por buenismo, por un concepto de tolerancia que sólo encierra relativismo y pusilanimidad, etc. Lo cierto es que han callado y como no podía ser de otra forma, el pueblo, trastornado, desnortado, camina al desfiladero.

Valía la pena indicar de pasada las principales causas de la tragedia porque ahí están los puntos de lucha, antes que en la exposición de las enseñanzas de la Biología o el Derecho: me parece que a remover esas causas deben enfilarse los esfuerzos de quienes luchamos por la protección de toda vida humana, desde la concepción hasta la muerte natural.

Torrelodones, 13 de febrero de 2023.

CíViCa
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