El Tribunal Constitucional y las prehistorias

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Por José María Montiu de Nuix, socio de CiViCa, sacerdote, doctor en filosofía, matemático

“Desde su concepción, el niño tiene derecho a la vida. El aborto directo, es decir, buscado como un fin o como un medio, es una práctica infame, gravemente contraria a la ley moral”. Ya indicó el pensador Julián Marías, que, los últimos tiempos, en cuanto a la gran cantidad de asesinatos habidos, incluidos muy especialmente tantos abortos, representan un grandísimo retroceso. Más aún, dice: una vuelta a la prehistoria de la humanidad.

En cierto sentido, las leyes del aborto superan en maldad al aborto mismo. Por un lado, hacen posible no sólo una muerte, sino muchas. Por otro lado, un aborto cometido ha sido una acción concreta que ha dañado al niño hasta lograr su objetivo, darle la muerte. Pero, evidentemente, una acción concreta, no puede causar más daño del que ha causado, no puede ser más mala que ella misma. En cambio, una ley del aborto, además de permitir matar, deja abiertos muchos caminos para poder matar. Se trata de causar el aborto. Esa es la finalidad, el objetivo, lo que se pretende. Se trata de abortar, sea como sea, independientemente de los maltratos y sufrimientos que se puedan producir. Por esto, después de cometido un aborto no hay ningún interés en mostrar cómo ha quedado el cuerpo del niño. ¡Basta con que haya muerto! Pues, esto, es lo único que importa. En cambio, la mayoría de criminales son más humanos con sus víctimas. Las matan, sí, pero no están dispuestos a matarlas de cualquier manera. Son criminales, pero aún tienen algo de corazón. En este sentido, pues, las leyes del aborto, con mucha más razón que el aborto mismo, merecen ser consideradas un auténtico retorno a la prehistoria.

Ambos retornos a la prehistoria son retornos por la vía de la malicia, pues la caída de la moralidad es la caída de la civilización. Una persona, muy sensata, considerando estas cosas, me ha dicho que no le cabía en la cabeza que en el mundo pudiese haber tanta maldad ¡Es inconcebible! ¡Cómo hemos podido llegar a este punto!

Los intelectuales juristas, si en algo coinciden, es en que ha de haber coherencia entre los distintos textos legislativos. Esto es, que entre unas y otras disposiciones del derecho no ha de haber contradicción formal. Del intelectual jurista se espera, al menos, que tenga un cerebro lógico. Principio totalmente evidente, elemental, y fundamental de la lógica, es: “dictum de omni, dicitur de singulis”. Esto es, todo lo que se dice del universal, se ha de afirmar de cada individuo. Si todos los hombres son mortales, Sócrates es mortal. Si todos los hombres son aves, Sócrates es un ave. Si se llegara a romper este principio, caería en el abismo toda la lógica y toda la coherencia. ¡Qué sentido tendría entonces hablar de pensamiento lógico, de intelectualidad! Pero, por un lado, el Tribunal Constitucional, se presenta como garante de la constitución, la cual afirma que todos tienen derecho a la vida. Y, por otro, vulnera esta regla lógica, afirmando que hay uno que no tiene derecho a la vida, el niño concebido y aún no nacido. Esta decisión del alto tribunal representa pues una vuelta a la prehistoria. Pero, ahora, este retorno es por vía de caída de la inteligencia, por contradecir la lógica más elemental. El Tribunal Constitucional, que en este punto ha mostrado no tener ninguna autoridad moral, sólo tendría una manera de poder salvarse de la tan monumental señalada incoherencia. Esto es, si en la cuestión que nos ocupa, en vez de llamarse Tribunal Constitucional, se llamara Tribunal Inconstitucional. Y, en la materia que nos ocupa, entonces, ese Tribunal Inconstitucional, ¿qué autoridad civil tendría?