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Por José Manuel Belmonte (Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CiViCa). Publicado en el Blog del autor Esperando la Luz el 29 de Septiembre de 2018.

 Terminadas las vacaciones y el verano, todos estamos ya de vuelta, cada uno en su sitio. La normalidad de niños, jóvenes y adultos, es la vuelta a la rutina del nuevo curso.

No se detiene tampoco el curso de la edad biológica -esa que transcurre a partir del nacimiento de cada uno-. Como la vida no se detiene, lo mejor es vivir dejándose sorprender cada día. Es lo que los niños hacen, para no aburrirse: jugar. Para ellos la vida es alegría y ni una ni otra tiene horarios.  Su sonrisa contagia la alegría de estar vivos.

Los niños suelen crecer viviendo ajenos al tiempo, a los relojes y a lo que los mayores han dado  en llamar «edad». Señalan, con los dedos de su mano, lo que los padres les han enseñado que deben hacer, para decir los años que tienen. Pero ellos no saben qué es eso, ni si es mucho o poco. Ellos celebran «con regalos» la fiesta del cumpleaños. Para ellos lo importante son «los regalos», no los años.

Como los espejos, los ojos de los niños lo ven todo, lo reflejan todo, lo reciben todo, no apresan nada, ni lo conservan. Pero en la cámara sensible de su corazón guardan, la melodía de las palabras de cariño y el brillo inconfundible de los ojos que les quieren y despiertan su confianza y su sonrisa.

Los adultos suelen distinguir entre la edad y el tiempo. Pero tampoco hay unanimidad, porque ni siquiera los sabios lo tienen claro. La mayoría, suele decir que  «la edad es el tiempo vivido«. Pero eso en realidad… ya no la tenemos, la hemos gastado. Por eso algunos creen que la edad es «el tiempo que nos queda por vivir«.  Dicen que Galileo, con sus canas y arrugas, respondió cuando le preguntaron su edad: 8 ó 10, pensando en los que le quedaban de vida para morir. Los médicos usan también parámetros, cuando calculan el tiempo que le queda de vida a una persona, sana o enferma. ¡Y con frecuencia, se equivocan!

Y luego está lo que la sociedad transmite desde los Centros de Mayores: «El tiempo no es oro. El tiempo es vida«. (Foto que hice en un Centro Social).

¿Pasan los años o nosotros pasamos por ellos?

El corazón y sus latidos son la música que llevamos auto-reproduciéndose dentro, y cuando alguien lo mira o lo acaricia, sorprendido o extasiado, traspasa sus límites y sus razones y vibra de una forma especial. Literalmente se acelera o enloquece. Llena el silencio con la melodía de la libertad viva.

Puede sufrir, morir incluso, revivir para buscar la paz. Es dócil como un perrillo y puede soportarlo todo. Pero es capaz de plantar batalla y ser valiente. No importa si está ciego o equivocado; las heridas le enseñan, aunque se llegue a cansar. Vive cada momento, «aquí-ahora»  pero tiene fecha de caducidad. Ama, y lo trasciende todo. Sus momentos son eternos. En él, un instante puede durar «toda una vida», o «nada», como el punzón de un sismógrafo desconectado de la realidad que no registra «vibraciones», indiferente a los  «temblores» de la tierra. Es ajeno a la edad real.

El corazón,  inmenso siempre, es más grande con los años. A veces parece volverse niño, porque su estado de ánimo está cerca del infinito como lo están los niños. Su vida y sus latidos, sus anhelos y sus sueños, son historia que muy pocos conocen o pueden abarcar. La mente conoce, pero el corazón «sabe». El de las madres, de forma especial.

Olvidos, recuerdos y vivencias pero sobretodo…curiosidad.

La esencia encarnada del ser humano son olvidos y recuerdos. Recuerdos que se olvidan (también de otra dimensiones) y vivencias que unas veces están en subconsciente, otras, vagan por el inconsciente, pero que haciendo caso a aquello que «sentimos» a veces de forma ilógica, nos llevan a descubrir mundos ocultos en nosotros. Pueden ayudarnos a conocer o, mejor intuir, lo que realmente somos y tal vez nuestro destino.

La consciencia evoluciona a través de nuestras propias experiencias, (positivas o negativas). De ese modo crecemos en el conocimiento de nosotros mismos y de nuestro entorno; juegan un importante papel en la vida personal y social. No importan tanto la edad, ni los años que tengamos en un momento concreto. Lo vivido y experienciado puede abarcar incluso épocas pasadas.

En la vida, en la salud y en la edad,  el estado de ánimo, en la mayoría de los casos tiene poco que ver con los años, los adelantos de la medicina o el entorno geográfico y social en que nos movemos; tiene mucho que ver con el corazón, la alegría, la paz y el entorno mental, afectivo y psicológico positivo.

Mientras conservemos en el alma el deseo de  ver, de conocer, de jugar, de descubrir, de aprender… estaremos en la plenitud del camino de la vida.   Por el contrario, cuando ese deseo falta… empieza el declive. Como dijo Azorín  «la vejez es la perdida de la curiosidad».

Yo cumplo años hoy.  Vivo hoy. Estoy aquí y ahora. No me importa cuántas veces he pasado por esta misma fecha, porque hoy es un día único e irrepetible. Estoy en el presente.  Estoy viajando a una velocidad vertiginosa. Es un regalo. «El presente: la edad de vivir» como titulaba al principio. Para quienes vivan hoy, cerca o lejos resulta que somos coetáneos. Coincidimos en una misma época y en un mismo instante. Formamos, felizmente, parte de los siete mil quinientos millones de seres humanos que vivimos en el Planeta Tierra; que solo es una de las miles de millones de especies que comparten el Planeta Azul, del Sistema Solar que forma parte de la galaxia espiral, llamada Vía Láctea, «que contiene entre 200.000 y 400.000 millones de estrellas y que a su vez forma parte de un conjunto de unas 40 galaxias del llamado Grupo Local, y es la segunda más grande y brillante tras la galaxia Andrómeda» (WIKIPEDIA).

¡Como para no estar feliz! ¡Como para preocuparme del tiempo (que no existe) y de los años que hace que yo vine a este mundo! Como los deportistas o aficionados al baloncesto, sí yo fuera uno de ellos podría decir que, acabo de empezar el último  cuarto.

Creo que es más importante  olvidarme del ayer, aprovechar el hoy y no esperar al mañana, que no me pertenece. Es el tiempo de vivir, aquí y ahora.

Por respeto a todos los coetáneos, los seres vivos y entes cósmicos, que compartimos coexistencia, quiero gritar: ¡GRACIAS! ¡No esperaba vivir viajando tanto, tan rápido y tan bien acompañado! ¡Gracias por este viaje personal que la vida me ha regalado, y que ha sido posible porque el Padre del Universo y de la Vida, desde el Big Bang, ha ido disponiendo el espacio para que, como dijo Carl Sagan, existiera una «Mota Azul, en un rayo de luz», y millones de especies y millones de humanos antepasados evolucionaran y terminaran dejando un espermatozoide que fecundara un óvulo y creciera hasta ser el que ser que «soy». ¡No tengo palabras! «¡La grandeza de los humildes» es que «somos polvo de estrellas!», literalmente.  Soy  y comparto un amor cósmico.  ¿Cómo voy a estar o sentirme solo ni un momento? Es una magnífica oportunidad para sentirse «actor de reparto» en la obra más extraordinaria e inimaginable, donde cada uno está en su sitio y el Director conoce a cada uno por su nombre. Haré «mutis» cuando deje la escena, pero no caerá el telón, porque seguirá la obra de la vida, a la luz de las estrellas.

Si vivimos mañana, será la edad que nos queda por vivir.

Y la que nos acerque a la eternidad. Desde el momento consciente actual, tal vez pueda vivirla con una esperanza nueva y una actitud diferente, para la última o la definitiva aventura.

El estado mental actual, cercano a todo y a todos, aparte de sentirme agradecido, me hace sentir menos necesitado de cosas y tal vez mas desprendido de todo lo que tengo. Me hace sentir muy ligero de equipaje. ¿Desprendido? Por lo menos, no apegado más que a lo esencial y dispuesto a compartir y acompañar.

Escribo y convivo, pensando más en quienes vamos de camino, que en los que ya se fueron. No es que no les eche en falta… pero los ausentes para mi siguen estando. De alguna forma me acompañan y tengo la convicción de que les volveré a encontrar.

Trato de vivir sin juzgar, sin ser ingenuo y, luchando como nunca, contra «la farsa  política que vivimos o padecemos». Afortunadamente no soy indiferente a la injusticia ni al dolor. Y procuro estar atento y/o denunciar esas situaciones porque me siento parte importante de los desfavorecidos. Cuando se descubra la riqueza del Universo se podrá comprender por qué todos tienen derecho a estar aquí.

Por eso confío en el futuro, cada vez más, porque los errores o defectos y el daño que yo haya podido causar han sido asumidos, perdonados o disculpados y como los momentos de luz, han servido para que hoy esté aquí, lleno de felicidad.

Esta es la edad que tengo, que agradezco y comparto. Es la mía, pero es de todos. Es la magia de la existencia cósmica y social. Es el principio de un otoño gozoso.  ¡Gracias!

BELMONTE
BELMONTE
Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CíViCa