Por Francisco Otamendi, publicado en Omnes el 10 de julio de 2022·
“Restituir el prestigio de la verdad y volver a hacerla valer como algo muy importante para el ser humano”, es decir, “abrir espacios de verdadero diálogo, respetuoso y con argumentos”, es “la principal urgencia de la Universidad”, asegura el profesor de la Complutense de Madrid y doctor en Filosofía, José María Barrio Maestre (fotografía de portada), en una entrevista con Omnes.
Un informe hecho público en Viena por OIDAC Europa, su socio latinoamericano OLIRE y el IIRF (Instituto Internacional para la Libertad Religiosa), sobre la autocensura entre los cristianos, ha mostrado un grado avanzado de presión social impulsado por la intolerancia. Y una de las autoras, Friederike Boellmann, ha subrayado que “el caso alemán revela que las Universidades son el entorno más hostil. Y el mayor grado de autocensura que encontré en mi investigación en el ámbito académico”.
Casi en paralelo a los estudios del citado informe, el profesor de la Universidad Complutense de Madrid, José María Barrio, ha escrito un amplio artículo, con este significado título: ‘La verdad sigue siendo muy importante, también en la Universidad”. A su juicio, “la sociedad tiene derecho a esperar de la Universidad una provisión de personas que saben discutir respetuosamente, con argumentos, y que se toman en serio a sus interlocutores, también cuando expresan argumentos contrarios a los suyos. En este terreno, la Universidad tiene un papel difícilmente sustituible”.
Existe “un virus que corroe la Universidad desde Bolonia”, afirma. Se ha ido desincentivando “la discusión racional, que es precisamente una de las principales tareas para las que se fundó la Universidad, en la senda de la Academia que Platón fundó en Atenas, y en cuyo rastro se han registrado algunos de los progresos más relevantes de la cultura occidental”.
En la conversación con José María Barrio surgen cuestiones actuales de interés, y nombres como Millán-Puelles, Juan Arana o Alejandro Llano, además de Deresiewicz, Derrick y Jürgen Habermas.
Profesor, ¿qué le ha motivado su reflexión sobre la verdad en el ámbito universitario?
̶ Tengo la impresión de que en muchos ámbitos universitarios está en riesgo de desaparecer la racionalidad dialéctica a favor de una racionalidad meramente instrumental y tecnocrática. Si algún rasgo puede identificar lo que la Universidad ha pretendido en toda su historia y lo que constituye su naturaleza –al menos lo que “nació” siendo– es la pretensión de ser un espacio apto para discutir con razones, con argumentos bien armados lógicamente y bien presentados retóricamente. Pero presiones exógenas a la Universidad introducen la “antilógica” del escrache, de la cancelación de determinados discursos, por intereses ideológicos completamente ajenos al interés por la verdad.
Hay temas de relieve teórico, antropológico, político o social de los que cada vez es más difícil hablar, y hay agencias que se arrogan la autoridad para decidir de qué se habla y de qué no en la Universidad, y, de aquello que se habla, qué hay que decir y qué hay que callar. Ese tipo de restricciones mentales son antiacadémicas, antiuniversitarias y anti-intelectuales. Vetar la discrepancia por parte de quienes reparten carnets de demócrata u homófobo, como si de bulas y anatemas se tratase, además de poco congruente en una Universidad pública, es culturalmente cutre y mentalmente poco aseado. Es tiránico. Y es dar la puntilla a la Universidad.
Usted ha hablado de la mentira como arma revolucionaria, y ha escrito que la verdad ya no interesa, que ha sido sustituida por la posverdad. Incluso en el proceso de Bolonia desapareció el término verdad.
̶ Desde luego, eso no lo digo yo. Yo más bien deploro que alguien diga eso sabiendo lo que dice. Lo de la mentira como arma revolucionaria lo inventó Lenin, y lo han revitalizado algunos que tratan de emularle, como Pablo Iglesias en España.
Que en los documentos de Bolonia no aparezca ninguna alusión a la verdad, o que el diccionario oxoniense haya autorizado ese infecto palabro, “posverdad”, constituye sin duda, un síntoma de que algo nos pasa en la Universidad. Pero mientras el humano siga siendo animal racional la verdad seguirá siendo importante para él, pues la razón no vale solo para contar votos, dineros, o likes. Es también una facultad de conocimiento, y conocer es reconocer lo que las cosas en verdad son; de lo contrario habría que hablar más bien de desconocimiento, no de ciencia sino de nesciencia.
Como profesor de filosofía, no tiene reparos en poner el dedo en la llaga de prestigiosas universidades americanas y su visión antropológica.
̶ No soy el único que ha señalado esa llaga. Creo que con mucho más conocimiento de causa lo señala el profesor americano de Literatura inglesa William Deresiewicz en su reciente libro El rebaño excelente, que recomiendo con viveza a quien se interese por este proceso que lleva a convertir la Universidad en una fábrica de almas de paja.
Habla usted de un proceso de demolición universitaria. Son palabras fuertes. ¿Qué opina de la visión universitaria y los retos del profesor universitario que han planteado catedráticos con Millán-Puelles o Juan Arana?
̶ Mencionaría en esa nómina a otros muchos, y destacaría al también profesor jubilado Alejandro Llano. Me temo que, de no dar un giro muy radical el estado actual de las cosas, habrá que reconstruir la Universidad fuera de los campus actuales. Hay, con todo, excepciones egregias. Recomiendo la lectura del libro de Christopher Derrick titulado Huid del escepticismo: Una educación liberal como si la verdad contara para algo. Narra una experiencia que tuvo, durante un período sabático, en un campus norteamericano en un momento en que le acechaba un desaliento que hoy afecta también a muchos.
Por mi parte, conozco Universidades del Sur de América en las que aún se cultiva una sensibilidad universitaria genuina. Un rasgo que las identifica es que no les preocupa tan solo que sus egresados “triunfen” en el aspecto laboral y socioeconómico. Naturalmente no son insensibles a esto. Pero sobre todo aspiran a poder albergar una fundada esperanza en que nunca incurrirán en prácticas fraudulentas o corruptas.
Permítanos escucharle una breve reflexión sobre los inicios de las universidades y la Teología.
̶ Las primeras Universidades se fundaron para recoger la herencia y continuar el linaje de la Academia que fundó Platón en Atenas, y su embrión original fueron las escuelas catedralicias en la alta Edad Media europea. Ha sido precisamente el alto potencial autocrítico de la Teología cristiana el inicial catalizador de la investigación y reflexión académica de mayor relieve, y, desde luego, el que la ha impulsado a abrirse a nuevos horizontes y perspectivas humanísticas, científicas, sociales, artísticas, incluso ya también al horizonte de la tecnología.
Se defiende el periodismo como elemento de control del poder, mediante la verdad, y llegan las decepciones al percibir, según otros, que son más bien intoxicados por el poder. ¿Cómo ve esta cuestión?
̶ Ese lamentable vocablo, posverdad, se acuñó originalmente para mencionar una realidad sociocultural que se ha ido abriendo paso principalmente en el mundo de la comunicación y, sobre todo, con la eclosión de las redes sociales.
El fenómeno, en su núcleo esencial, es la impresión generalizada de que en los procesos de formación de la opinión pública los datos objetivos ya no cuentan tanto como las narrativas, los “relatos”, y sobre todo los elementos emocionales que son capaces de concitar en el público. Algo parecido ocurre con las redes sociales: da la impresión que lo importante es hacerse oír, y lo de menos es contrastar la validez de lo que se dice. Muchas redes se han convertido –quizá lo eran desde el principio– en meros agregadores de personas que tienen los mismos prejuicios y que no aparentan para nada querer salir de ellos para convertirlos en juicios.
Que el ser humano no es una razón pura con patas, sino que es bastante impresionable –una caña agitada por el viento, decía Pascal– no lo hemos descubierto anteayer. Pero lo que me parece más patético del caso no son los ingredientes ideológicos o la ornamentación emotiva de los relatos –probablemente no siempre hay una intención dolosa de engañar–, sino la poca atención, la frivolidad, la superficialidad y la total ausencia de contraste crítico con la que se despachan muchas informaciones que merecerían algo de seriedad.
A su juicio, ¿cuál es, debe ser, la verdadera aportación de la universidad a la sociedad? Señala usted que restituir el prestigio de la verdad es la principal urgencia de la Universidad. ¿Correcto?
̶ Correcto. Restituir el prestigio de la verdad, en definitiva, volver a hacerla valer como algo muy importante para el ser humano, es abrir espacios de verdadero diálogo, que es algo en serio riesgo de extinción entre nosotros. Se debate mucho pero se discute poco. La discusión únicamente tiene sentido si hay verdad/es, y si existe la posibilidad, dentro de los límites de todo lo humano, de acercarse más a ella/s. A la inversa, si la verdad no existe, o es completamente inaccesible para la razón, ¿para qué discutir? Como ha dicho Jürgen Habermas en más de una ocasión, la discusión es una praxis plena de sentido tan solo como búsqueda cooperativa de la verdad (kooperativen Wahrheitssuche), a menudo de la verdadera solución a un problema práctico.
La sociedad tiene derecho a esperar de la Universidad una provisión de personas que saben discutir respetuosamente, con argumentos, y que se toman en serio a sus interlocutores, también cuando expresan argumentos contrarios a los suyos. En el espacio civil y sociopolítico es necesario que haya personas dispuestas a contribuir al bien común en entornos cooperativos de discusión seria. En este terreno la Universidad tiene un papel difícilmente sustituible.
Si el reto de la formación universitaria fuese un adiestramiento meramente profesional, orientado a formar eficaces gestores que aplican protocolos, eso lo podríamos conseguir mucho más eficaz, y rápidamente, y nos podríamos ahorrar una institución que es muy cara. Lo que no se improvisa es que las personas puedan pensar a fondo y con rigor, y que sepan afrontar problemas complejos y poliédricos, con muchas facetas, también humanas, que no se pueden abordar solo apretando botones, burocracias o recetitas.
Confundimos el liderazgo con la tecnocracia mediócrata. Son los mediocres hábiles para medrar los que acaban liderando, no los mejores ni los más inteligentes. Es el virus que corroe la Universidad desde Bolonia.
Concluimos. El profesor Barrio trata de mostrar en su exposición “algunos elementos tóxicos de la atmósfera socio-cultural que influyen negativamente en el trabajo de la Universidad, y que se saldan en perder la referencia del valor que la verdad tiene para el ser humano”. Los que deseen ampliar, pueden leer y descargar gratis su texto en Vista de La verdad sigue siendo muy importante, también en la Universidad (usal.es) La referencia técnica es Teoría De La Educación. Revista Interuniversitaria, 34(2), 63–85. https://doi.org/10.14201/teri.27524.