Transgénicos, emociones, dogmas y Greenpeace

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Por Nicolás Jouve, Catedrático Emérito de Genética y Presidente de CíViCa (Asociación miembro de la Federación Europea One of Us). Publicado en Actuall, el 8 de Agosto de 2016.

La oposición basada en emociones y dogmas, en contradicción con los datos de la ciencia debe ser detenida”, es una de las frases contundentes del Manifiesto titulado “Support GMOs and Golden Rice” (Apoyo a los Organismos Modificados Genéticamente y al Arroz Dorado), firmado a estas alturas del verano por 110 premios Nobel, todos sin duda con méritos indiscutibles en sus diferentes contribuciones a la ciencia y a la humanidad. Se trata de un documento trascendental en la línea de valorar las aplicaciones de la ciencia en favor del bienestar humano, referido en este caso a las nuevas tecnologías desarrolladas a partir de los años setenta del siglo pasado, tras la irrupción de la llamada “ingeniería genética”, destinada a modificar genéticamente los organismos vivos, que en el caso de las plantas cultivadas se aplica con el fin de mejorar alguna propiedad relacionada con su utilización: más resistentes a los agentes patógenos, adaptación a suelos pobres o a nuevas condiciones ambientales, aumento de su producción, mejoramiento de la calidad, etc.

Por Nicolás Jouve, Catedrático Emérito de Genética y Presidente de CíViCa (Asociación miembro de la Federación Europea One of Us). Publicado en Actuall, el 8 de Agosto de 2016.

La oposición basada en emociones y dogmas, en contradicción con los datos de la ciencia debe ser detenida”, es una de las frases contundentes del Manifiesto titulado “Support GMOs and Golden Rice” (Apoyo a los Organismos Modificados Genéticamente y al Arroz Dorado), firmado a estas alturas del verano por 110 premios Nobel, todos sin duda con méritos indiscutibles en sus diferentes contribuciones a la ciencia y a la humanidad. Se trata de un documento trascendental en la línea de valorar las aplicaciones de la ciencia en favor del bienestar humano, referido en este caso a las nuevas tecnologías desarrolladas a partir de los años setenta del siglo pasado, tras la irrupción de la llamada “ingeniería genética”, destinada a modificar genéticamente los organismos vivos, que en el caso de las plantas cultivadas se aplica con el fin de mejorar alguna propiedad relacionada con su utilización: más resistentes a los agentes patógenos, adaptación a suelos pobres o a nuevas condiciones ambientales, aumento de su producción, mejoramiento de la calidad, etc.

Siempre hemos sostenido que ante los avances de la ciencia y de la técnica cabe preguntarse si es lícito investigar a cualquier precio. La respuesta obvia es que no, que no es inteligente ni ético investigar sin calibrar antes las consecuencias de lo que se investiga. El trabajo científico es un trabajo noble, racional y creativo, y las personas que se dedican a él tienen un margen de libertad cuyos límites deben marcarse y someterse al respeto de los derechos de las demás personas y de la naturaleza de la que dependemos y dependen nuestros descendientes y el resto de las criaturas vivientes. Pero sin cambiar ni un ápice de esta aseveración lo que no debe ocurrir es la negación sistemática, emocional, dogmática e irracional a lo que la ciencia pone en manos de los hombres, precisamente cuando se trata de cubrir las necesidades de bienestar, salud y supervivencia, por la presumible suposición de unos riesgos que la misma ciencia va eliminando a base de la evolución y búsqueda de alternativas tecnológicas cada vez más seguras y fiables.

Todos los esfuerzos destinados a conservar la naturaleza están muy bien y estamos obligados a ello como guardianes del aparentemente inagotable mundo de especies que pueblan el impresionante mosaico de ambientes de nuestro privilegiado planeta. Por ello, lo primero es la conservación de la naturaleza y en particular de los recursos genéticos que puedan suministrar beneficios al hombre. Para ello es preciso el fomento de expediciones para recolectar nuevos especímenes y la creación de bancos de germoplasma, parques naturales, reservas de la biosfera y todo lo que sea necesario para evitar la pérdida de la biodiversidad. Pero además de esto, nada debe interponerse en la explotación de los recursos que nos ofrecen las especies que nos son útiles, aunque para ello tengamos que manipular sus características genéticas, siempre que esto no suponga ningún riesgo para el hombre o la biodiversidad.

La idea de no modificar genéticamente a los seres vivos está muy bien pero llega un poco tarde, pues no otra cosa ha hecho el hombre desde que, allá por el Neolítico, se hizo recolector de semillas y cazador de animales y consiguió domesticar plantas silvestres y animales salvajes para hacerlas útiles a sus propósitos de alimentación, defensa, o simplemente ornamentación o compañía. La domesticación fue una manipulación genética, -inconsciente por la falta de conocimiento de lo que estaba ocurriendo-, pero manipulación dirigida por el hombre… y no se puede negar su utilidad a la vista de los resultados. Piénsese en la enorme manipulación genética que debe haberse operado para llegar del lobo a un ‘Beagle’ o un ‘Fosterrier’ o cualquiera de las cientos de razas de perros existentes, pertenecientes todas a la misma especie… Piénsese en la enorme modificación de la planta de ‘Teosinte’ hasta llegar al maíz cultivado, de difícil parecido a su ancestro silvestre (imagen adjunta) que se convirtió en base del sustento de pueblos como los mayas o los aztecas y en una de las especies cultivadas de mayor importancia hasta nuestros días. Esas transformaciones  no son fruto del azar, las ha hecho el hombre a base de cruzamientos y selección, o selección y cruzamientos. En cada cruzamiento, o simplemente cuando se selecciona, se está produciendo una auténtica modificación genética de la población, hasta que solo una drástica depuración conducirá a la forma deseada… Por cada ejemplar seleccionado se desecharon miles que no cumplían las expectativas. La domesticación fue en realidad el primer caso de manipulación genética y el primer paso hacia una satisfactoria utilización de los seres vivos para obtener bienes o servicios útiles para el hombre.

Sin embargo, la domesticación fue solo el comienzo y ya en el siglo XX, tras el conocimiento de las leyes de la herencia, los genéticos aprendieron a encauzar experimentalmente la modificación genética de sus especies de interés, reduciendo el volumen de la información genética a manipular mediante la búsqueda de los genes específicos que podrían mejorar sus nuevas variedades de plantas cultivadas o animales domésticos.

En las últimas décadas se han desarrollado unos métodos para obtener unos organismos que satisfacen las necesidades del hombre con un mínimo de modificación genética, los “transgénicos”. No hay por qué recelar de estas técnicas que suponen un simple cambio de una secuencia de ADN en el genoma de una planta, un animal o una bacteria, sin ejercer una revolución genómica. Solo se modifica una propiedad, usualmente un gen. Las técnicas además se han ido refinando para reducir los riesgos de error en la modificación deseada, y, pese a los supuestos de los ecologistas, los organismos que las llevan no van a causar ningún perjuicio a la naturaleza si se establecen las medidas de control adecuadas. Es incierto que los genes insertados en el genoma de las plantas o de los microorganismos transgénicos, pudieran escapar e insertarse en el genoma humano, o de otras especies. Tampoco tiene fundamento el plantear la posibilidad de transferencia horizontal, desde los organismos transgénicos o sus derivados alimenticios, a las personas. Lo cierto es que los genes que se han transferido a las plantas o a los animales transgénicos, se metabolizan tras su degradación al ser ingeridos en los alimentos. Todo esto es lo que saben y valoran los 110 premios Nobel que firman el manifiesto en contra de la campaña sostenida en contra de los transgénicos por la organización ecologista Greenpeace.

Los agricultores saben que las principales amenazas para sus cosechas son las enfermedades debidas a agentes patógenos (hongos, bacterias o virus), la agresión por insectos, la invasión de malas hierbas y las alteraciones climáticas. Dado que los estudios genéticos han permitido identificar los genes que intervienen en muchos de estos factores, es lógico que los biotecnólogos hayan volcado sus esfuerzos hacia la introducción de los genes reparadores de algunos de ellos en las plantas cultivadas. Quienes se oponen a esta tecnología deben conocer y valorar que los organismos modificados genéticamente están diseñados para beneficio de la sociedad. La transgénesis es vital para la industria farmacológica y yendo más lejos para la potencial curación de enfermedades mediante la terapia génica, mucho más delicada y necesitada de refinamiento tecnológico, dado que se aplicaría a seres humanos.

Antes de referirnos al caso del “arroz dorado”, sobre el que se ha levantado la polémica de la organización ecologista Greenpeace, pondré como ejemplo de los beneficios de las plantas transgénicas el caso del “maíz Bt”. A principios del siglo XX se había descubierto que una bacteria denominada Bacillus thuringienses afecta negativamente a las larvas de la polilla de la harina Ephestia kaehniella, por lo que poco después se empezaron a utilizar en Francia preparados a base de extractos de dicha bacteria para combatir a un insecto muy dañino de las cosechas del maíz, el taladro Ostrinia nubilalis. Como es lógico y en eso consiste el avance científico, se quiso conocer la razón del efecto nocivo de la bacteria contra los insectos. De este modo, pronto se supo que unas endotoxinas, unas proteínas cristalinas denominadas cryET1, que se acumulan en el curso de la esporulación en el interior de las bacterias, eran lo que provoca la destrucción de las paredes intestinales y como consecuencia la muerte de los insectos. El desarrollo de la Ingeniería Genética permitió aislar el gen bacteriano que codifica la síntesis de la endotoxina, el gen Bt e insertarlo en el genoma de las plantas cultivadas con el fin de dotarlas de un sistema constitutivo de resistencia, obteniéndose así las primeras plantas transgénicas. Esto ocurrió de forma experimental en plantas de tabaco en 1987. Poco después se comercializaron las primeras variedades transgénicas de patata, con el gen Bt resistentes al escarabajo de la patata Leptinotarsa decemlineata y de maíz, resistentes al gusano del taladro Ostrinia nubilalis. Hoy estas variedades y otras semejantes de otras especies de plantas cultivadas cubren millones de hectáreas de cultivo en todo el mundo a plena satisfacción de agricultores y consumidores. superando en producción y rendimiento para los agricultores a la que se puede obtener con variedades tradicionales utilizando insecticidas químicos.

Es importante tener en cuenta la mayor limpieza de los cultivos transgénicos que suponen a menor utilización de pesticidas, insecticidas y productos fitosanitarios, muchas veces altamente contaminantes. Estos, aparte de su toxicidad, pueden ser menos eficaces por la dificultad de alcanzar a las orugas en el momento del tratamiento, además de requerir la fumigación aérea sobre grandes extensiones. La fumigación puede provocar un gran impacto ambiental y afectar a una amplia gama de especies de insectos y micromamíferos, no necesariamente nocivos para los cultivos, provocando un daño de consecuencias inadvertidas en los ecosistemas. Quienes plantean reparos a la utilización de los organismos transgénicos deben tener en cuenta la sustitución del impacto negativo de los productos químicos por unos sistemas que no afectan al ambiente, por la incorporación de la resistencia a las propias plantas. La enorme agresión ambiental de los pesticidas químicos en plena era de la revolución verde fue denunciada ya en 1962 por la bióloga americana Rachel Carson en su estimulante obra «Silent Spring».

Probablemente el caso más paradigmático de los beneficios de la biotecnología genética aplicada a las plantas cultivadas lo ofrece el caso del «arroz dorado», obtenido por el investigador suizo Ingo Potrykus en la Universidad de Zurich. La carencia de β-caroteno (provitamina A) en la dieta puede ser causa de ceguera, susceptibilidad a enfermedades y muerte prematura de los niños. De acuerdo con el Manifiesto de los 110 premios Nobel a favor de los transgénicos, la Organización Mundial de la Salud estima que 250 millones de personas sufren las enfermedades causadas por una deficiencia en la Vitamina A, con un gran impacto en las poblaciones más pobres de África y Sudeste de Asia. De hecho, la deficiencia en la dieta de esta vitamina es causa de unas 250.000 a 500.000 cegueras infantiles al año en países del tercer mundo. La planta del arroz produce β-caroteno en los tejidos verdes pero no en el endospermo de los granos, que es la parte útil de este cultivo. El Dr. Potrikus ha obtenido unas variedades transgénicas de arroz, conocidas como «arroz dorado» -por el color amarillento de los granos-, en las que los genes implicados en la provitamina A están activos durante el desarrollo del grano. Se trata de un tipo de plantas transgénicas portadoras de dos genes que facilitan la síntesis de la Vitamina A en el grano, lo que supone erradicar una avitaminosis endémica en muchas regiones de los países más pobres de la tierra.

Una vez más hay que insistir en que el problema no lo plantean los nuevos métodos, que habrán de ir perfeccionándose para garantizar la seguridad, como ocurre con las plantas transgénicas que se obtienen hoy, sino en los fines que se persiguen. Claro que hay una responsabilidad en la aplicación de los conocimientos científicos y que no todo lo técnicamente posible ha de ser éticamente aceptable… pero mantener una postura cerril cuando se ha demostrado el beneficio de formas como el maíz Bt, el “arroz dorado” y los cientos de variedades de plantas transgénicas de decenas de especies, puede ir en contra de aquello que se pretende defender. Por ello los 110 laureados con el premio Nobel hacen un llamamiento a Greenpeace y se preguntan si su oposición no debe considerarse un “crimen contra la humanidad”.

 

Nicolás Jouve de la Barreda
Nicolás Jouve de la Barreda
Catedrático Emérito de Genética de la Universidad de Alcalá. Presidente de CiViCa.