No todo es cuestión de genes…

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Por Nicolás Jouve. Catedrático Emérito de Genética y Presidente de CíViCa. Publicado en Actuall el 2 de Mayo de 2016.

Últimamente en los foros de debate, medios de comunicación, tertulias, etc., se aprecia una exaltación de la genética que induce a pensar que los genes están detrás de todo y lo determinan todo en el ser humano… No solo en lo que atañe a sus rasgos biológicos, físicos, sus enfermedades y habilidades incluso mentales, sino también en el comportamiento, hábitos de vida y hasta creencias religiosas. La fe en la genética alcanza incluso a los partidos políticos, o las organizaciones, cuando se recurre al ADN para definir sus señas de identidad. En los últimos años hemos visto aparecer y al poco tiempo evaporarse por su propia falsedad el cromosoma de la criminalidad, el gen gay, el gen de Dios, etc. Ahora se nos ofrecen remedios para reducir el peso, aumentar las defensas o alargar la vida mediante unos pretendidos test genómicos que realmente están todavía muy lejos de un diagnóstico personalizado real.

Por Nicolás Jouve. Catedrático Emérito de Genética y Presidente de CíViCa. Publicado en Actuall el 2 de Mayo de 2016.

Últimamente en los foros de debate, medios de comunicación, tertulias, etc., se aprecia una exaltación de la genética que induce a pensar que los genes están detrás de todo y lo determinan todo en el ser humano… No solo en lo que atañe a sus rasgos biológicos, físicos, sus enfermedades y habilidades incluso mentales, sino también en el comportamiento, hábitos de vida y hasta creencias religiosas. La fe en la genética alcanza incluso a los partidos políticos, o las organizaciones, cuando se recurre al ADN para definir sus señas de identidad. En los últimos años hemos visto aparecer y al poco tiempo evaporarse por su propia falsedad el cromosoma de la criminalidad, el gen gay, el gen de Dios, etc. Ahora se nos ofrecen remedios para reducir el peso, aumentar las defensas o alargar la vida mediante unos pretendidos test genómicos que realmente están todavía muy lejos de un diagnóstico personalizado real.

No seré yo quien me queje del uso abusivo de la genética en todos los ámbitos de la vida, pero sí de la arbitrariedad con que se hace, incluso pasando de la metáfora a la categoría, con evidente falta de realismo. En ocasiones, al entusiasmo por hacer de los genes el motor de nuestras características y de nuestros actos, se une una alegría desbordante cuando se dice eso de que “ya somos capaces de…” modificar genes, editar el genoma, corregir tal o cual enfermedad por terapia génica, etc. Me asombra cuando oigo hablar así, no solo por el hecho de pluralizar unas capacidades que solo algunos científicos poseen, sino también por lo que supone pontificar sobre lo que se desconoce y exagerar sobre unas posibilidades aun muy limitadas en todos estos campos punteros de la investigación genética.

Pero además, asociar todo tipo de rasgos físicos y de comportamiento a los genes que cada uno posea es una pendiente deslizante y peligrosa. Ese fue el origen de las corrientes racistas y eugenésicas de principio del siglo XX que trataron de erradicar inútil y salvajemente los comportamientos antisociales, o los caracteres arbitrariamente considerados de “baja calidad genética” por medio de leyes a favor de la esclavitud, la esterilización, la prohibición de tener descendencia o, peor aún, de exterminio de seres humanos. Algo que por cierto se ha reproducido en la actualidad al admitir el derecho al aborto eugenésico o embriopático, basado en la detección de posibles alteraciones genéticas en el no nacido.

Pero refiriéndonos a las personas adultas, baste señalar aquí que no es imputable del mismo modo un comportamiento antisocial de estar determinado genéticamente, que de tratarse de un acto voluntario, premeditado y consciente, fruto del ambiente de crianza o de la educación e influencias recibidas. De ahí, lo importante que es distinguir entre lo que es genético y lo que no lo es.

Un carácter del que se dicen muchas cosas, pero que nos puede servir para distinguir el papel de los genes es la “longevidad”. Es cierto que hay familias en las que abundan las personas centenarias y en las que debe haber una base genética por medio… Pero del mismo modo podríamos pensar en los buenos hábitos de vida. El deseo de prolongar la vida, e incluso alcanzar la inmortalidad, es probablemente tan antiguo como la humanidad misma, o lo que es lo mismo, que la conciencia de la muerte. ¿Es la longevidad una cuestión de genes o de buenos hábitos de vida?

La esperanza de vida actual en Europa occidental está en torno a los 85 años para las mujeres y 78 para los varones y sabemos que se está investigando para prolongarla lo más posible. De hecho es evidente que a lo largo del siglo XX este parámetro se ha extendido considerablemente merced a los grandes progresos en calidad de vida y en particular por los grandes avances de la Medicina, al margen de los genes. Pero otra cosa es pensar, como propugnan los “transhumanistas”, que mediante manipulación genética se podrá llegar a triplicar la esperanza de vida o incluso prolongarla ilimitadamente. ¿Cómo? En el caso de que haya una base genética habrá primero que conocer qué genes o qué parte del genoma humano está implicado en el desgaste de las funciones biológicas para a continuación habilitar la tecnología para corregirlo, cosa que hoy por hoy es ciencia ficción. …/…

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Nicolás Jouve de la Barreda
Nicolás Jouve de la Barreda
Catedrático Emérito de Genética de la Universidad de Alcalá. Presidente de CiViCa.