Por Roberto German Zurriaráin, Doctor en Filosofía. Licenciado en Teología. Profesor de Didáctica de la Religión de la Universidad de La Rioja, publicado en Blog de Roberto Germán Zurriaráin el 1 de marzo de 2019.
No se puede conciliar trabajo y familia si no se defiende la complementariedad de lo masculino y femenino. El “feminismo” de la complementariedad, que supera el machismo, la «masculinización» de las mujeres, la «feminización» de los varones y considerar el sexo masculino como lo peor, pretende conservar y ahondar en la defensa de la igualdad de derechos. Es decir, intenta aunar las categorías de igualdad y diferencia entre hombre y mujer. Se trata de evitar caer en los errores, tanto del “subordinacionismo”, como del igualitarismo. Ambos son excesos en los que han incidido quienes han desequilibrado la balanza a favor de la diferencia o, por el contrario, de la igualdad.
Hablar de complementariedad es presuponer que hombres y mujeres somos diferentes, pero, y al mismo tiempo, iguales: esto hace que seamos complementarios (perspectivas y enfoques complementarios de la realidad).
Pero no hay que obviar que tales diferencias no llegan a romper la igualdad ontológica, en cuanto que hombres y mujeres somos personas y, por lo tanto, poseemos la misma dignidad ontológica. De este modo, la distinción presupone necesariamente la igualdad. Existe solamente una persona con dos modalidades: la femenina y la masculina.
Esa complementariedad del varón y la mujer es un medio para conciliar trabajo y familia en el reparto de responsabilidades domésticas y económicas. Desde esa igualdad ontológica entre mujer y varón solamente es posible armonizarse el trabajo de los dos y la familia.
En resumen, la complementariedad implica la inadecuación de imponer un concreto modelo, ya sea masculino o femenino, de actuación. Partiendo de la igual dignidad de los seres humanos, lo que encontramos son diferentes y complementarias «cristalizaciones» de los valores y cualidades: lo femenino y lo masculino.