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Por Marcelo R. Necol (Bahia Blanca, Argentina)

Es harto conocido por todos el afán de la mentira y sus siervos contra la verdad; y, no sin razón, se suele proceder sin ambages a agrupar la misma en forma aledaña al error; ambas, declaradas en rebelión contra la realidad. Es decir, del otro lado de la trinchera del pensamiento. No en pocas ocasiones se suelen usar expresiones que confunden a una con la otra (v. gr. “es mentira, está equivocado”), creando una especie de sinonimia ficticia, siendo que la naturaleza de ambas es completamente distinta. Podríamos decir, con la brevedad que ameritan las circunstancias, que la mentira es sino el soslayo de la verdad, el ocultamiento de la misma y la desfiguración de su esplendor por el disfraz cobarde de la falsedad sustituta. En cambio, el error de un pensamiento es, sin más, el fracaso de un proceso intelectual, el cual es involuntario, aunque su permanencia en él pueda ser conscientemente aceptada y solo compatible con la necedad en sus diversos matices y grados.

Por Marcelo R. Necol (Bahia Blanca, Argentina)

Es harto conocido por todos el afán de la mentira y sus siervos contra la verdad; y, no sin razón, se suele proceder sin ambages a agrupar la misma en forma aledaña al error; ambas, declaradas en rebelión contra la realidad. Es decir, del otro lado de la trinchera del pensamiento. No en pocas ocasiones se suelen usar expresiones que confunden a una con la otra (v. gr. “es mentira, está equivocado”), creando una especie de sinonimia ficticia, siendo que la naturaleza de ambas es completamente distinta. Podríamos decir, con la brevedad que ameritan las circunstancias, que la mentira es sino el soslayo de la verdad, el ocultamiento de la misma y la desfiguración de su esplendor por el disfraz cobarde de la falsedad sustituta. En cambio, el error de un pensamiento es, sin más, el fracaso de un proceso intelectual, el cual es involuntario, aunque su permanencia en él pueda ser conscientemente aceptada y solo compatible con la necedad en sus diversos matices y grados.

Fue el 14 de Julio de 1933 un día clave en la historia universal de la eugenesia. En dicha ocasión, la Ley de higiene racial o Ley para la Prevención de Descendencia con Enfermedades Genéticas veía la luz en Alemania, iniciando una seguidilla de leyes de esta naturaleza en uno de los experimentos sociales más catastróficos de la historia de la humanidad. Pero no es en el siglo XX donde podemos hallar las raíces de este movimiento, sino que para eso deberíamos remontarnos siglos y siglos, hasta encontrarnos con la famosa obra La República de Platón o con las costumbres espartanas para con los recién nacidos débiles. A lo largo de la historia, lamentablemente, las ideas del mejoramiento de la raza humana han encontrado tierra fértil en numerosos personajes que han sabido dibujar, con el pincel de la mentira, sus ambiciones e ideas más abominables.

Fueron Herbert Spencer, con su darwinismo social propuesto, y el mismo Francis Galton, a quien le debemos el compendio y el nombre de tan nefanda ideología eugenésica, quienes se encargaron de poner los simientes de calamidad que florecerían durante el siglo XX. “Un entusiasmo para mejorar la raza es tan noble en su intención que podría dar lugar al sentido de obligación religiosa”  supo decir Galton, como abanderado ideológico, en su intento de propuesta de obligación moral de la humanidad para con su engendro. Y sin saber que sus palabras encontrarían eco, aun, en el siglo XXI, preguntó: “¿Por qué no puede llegar a ser la eugenesia el fundamento para nuevas costumbres?”.

No fue la costumbre espartana de abandonar a los recién nacidos débiles o con malformaciones en el desfiladero de Taigetos, o en la romana roca Tarpeya, lo que se ha propuesto recientemente; sino el inhumano hecho de asesinar en el vientre materno a quienes tengan síndrome de Down. Y ocurrió que Richard Dawkins, el famoso científico, tuvo la desafortunada idea de contestar una cuestión expuesta por una mujer en Twitter que rezaba lo siguiente: “Honestamente no sé qué haría si quedara embarazada de un niño con síndrome de Down”. Dawkins haciendo gala de un pragmatismo singular respondió: "Abórtalo y trata de nuevo. Sería inmoral traerlo al mundo si tienes la elección". Aclaremos: lo desafortunado, fue que haya procedido a responder; lo respondido, más que desafortunado, fue nefasto. Y para que no queden dudas, el zoólogo y etólogo, espetó en respuesta a una de las cientos de contestaciones que recibió: "Ni por un instante pienso pedir disculpas por abordar preguntas filosóficas y morales de una manera lógica. Hay un lugar para las emociones, pero no es este". Parece que para el divulgador científico, Galton y su fundamento para las nuevas costumbres, acertaban sin más.

Llama la atención, en primer lugar, la liviandad con la que pronunció tales palabras el científico, aconsejando deshacerse del niño/a nonato/a como si fuera algo, y no alguien. Como si se tratara de una cuestión de acierto y desacierto, aconseja volver a intentarlo, dejando en claro que la criatura con síndrome de Down es un desacierto de la naturaleza. Desde un pedestal de una moral muy particular, juzga inmoral “traerlo al mundo”. Lo que el autor deEl gen egoísta está omitiendo adrede, y he aquí su mentira, es el reconocimiento de que ese nonato estaba en el mundo desde que fue concebido y eso no es una cuestión metafísica en disputa, sino una realidad empírica que él debe conocer muy bien. La dignidad humana no puede evaluarse ni ponderarse de acuerdo al grado de salud con el que resulte el nuevo individuo tras la concepción, ni de acuerdo al grado de desarrollo en el que se halle. Esto no modifica la realidad ontológica que nos acompaña en toda nuestra existencia, la misma que nos otorga una dignidad única e intangible. Y es aquí donde podemos advertir el error: es el obrar el que sigue al ser, no al revés, pues los perros seguirán siendo perros aunque dejen de ladrar, o aunque aún no puedan hacerlo por no estar desarrollados completamente.

Por si fuera poco, el divulgador científico continúa de este modo: “Si tu moralidad está basada, como la mía, en el deseo de incrementar la suma de felicidad y reducir el sufrimiento, la decisión de deliberadamente dar a luz a un bebé Down, cuando tienes la elección de abortarlo temprano en el embarazo, sería realmente inmoral desde el punto  de vista del propio bienestar del niño. En cualquier caso, probablemente te estarías condenando como madre (o ustedes como una pareja) a una vida de cuidar a un adulto con las necesidades de un niño”. Recordando a Narciso Irala en su definición de la felicidad como “densidad de existencia”, no puede dejar de advertirse que el concepto de felicidad que guarda el científico asienta lo existencial en el egoísmo de la comodidad, como así lo confirma su sentido práctico para acabar cualquier sufrimiento, suponiendo que en este caso lo haya. En una especie de sincretismo ideológico, Dawkins ha conseguido hilar los dos grandes íconos del pensamiento eugenésico: el egoísmo que supone la búsqueda de la comodidad a cualquier precio (evitando individuos deficientes, débiles, etc.), y esa especie de solidaridad abyecta para con la especie, buscando, no su mejoramiento en cuanto a hacerla más humana, sino en cuanto a su mejora en la carga genética. Galton no podría haber encontrado mejor sustrato.

Pablo Pineda, ese malagueño que entre otras cualidades es un gran emprendedor que ha conseguido ser el primer licenciado con síndrome de Down, anticipó el disparate de Dawkins, al decir: "Me da pena que se niegue el derecho a la vida a una persona por tener Síndrome de Down, pues tenemos mucho que aportar a la sociedad: alegría, optimismo, ternura y un sinfín de valores positivos. Puedo asegurar que el Síndrome de Down no se padece, sino que se disfruta". Y es que, posiblemente, la adversidad más grande que ha tenido que enfrentar Pineda haya sido el eco de esta mentalidad que asusta, y parece resurgir una y otra vez.

Podríamos concluir esto citando oportunamente al conocido matemático John Lennox, al decir “sandeces se quedan en sandeces, así sean dichas por un científico famoso”. Sin embargo es perentorio acertar al diagnóstico, y advertir que es cierto que Dawkins ha respondido de una muy manera lógica pero, lo que ocurre, es que dicha lógica es peculiar dentro de la eugenesia y es este el núcleo del asunto. Sostener el desprecio y la discriminación de las personas con síndrome de Down no es otra cosa que producto del miedo que ocasiona la debilidad del hombre y la falta de sentido; y la felicidad, sin un sentido ni promesa de permanencia jamás será una posibilidad cierta. Es como si los niños Down les molestaran a los paladines eugenésicos y, a decir verdad, no es para menos; ellos, a diferencia de Dawkins, conocen muy bien el sentido de su existencia: saben, como Paul Claudel, que la felicidad no es el fin sino el medio de la vida y que sus sonrisas son una de las tantas ventanas que el ser humano tiene para mirar hacia la eternidad.

Cortázar escribió alguna vez "(…) lo único que queda por hacer es sonreír, refugiarse en la inteligencia (…)" . Me gusta imaginar que hoy lo vuelve a hacer pensando en la sonrisa de todos los nonatos, niños, jóvenes y adultos con síndrome de Down del mundo, porque ellos sí entendieron la existencia de un modo muy lógico, sonriendo inteligentemente ante la adversidad y regalándonos un refugio de amistad; y, aunque con una “lógica” bien distinta a la de Dawkins, lo entendieron con la única forma lógica real y humana posible, que es la que nos devuelve la humanidad que nos hemos dejado robar.

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