El disfraz de las palabras. 3. ¿El embrión es un amasijo de células pero no un “ser humano”?

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Por Nicolás Jouve. Dr. en Biología. Catedrático de Genética. Presidente de CiViCa

En los anteriores artículos de esta serie dedicada a desmitificar el ejercicio de logomaquia que se practica para disfrazar el auténtico significado biológico del inicio de la vida humana, nos hemos referido al mítico «preembrión» y al no menos peregrino supuesto de que «el embrión es una vida humana pero no es un ser humano».

Siguiendo un orden lógico toca hablar de otra tergiversación de la realidad biológica del embrión, al que se le disfraza simplemente como un conglomerado de células. Yo no sé si a alguien se le ocurriría decir que el Partenón es un montón de piedras, o que una ciudad es simplemente una serie de calles y casas…, o un edificio un conjunto de ladrillos  ¿Hay un algo superior a eso que son los elementos básicos que constituyen la esencia de lo que se trata de definir?

Por Nicolás Jouve. Dr. en Biología. Catedrático de Genética. Presidente de CiViCa

En los anteriores artículos de esta serie dedicada a desmitificar el ejercicio de logomaquia que se practica para disfrazar el auténtico significado biológico del inicio de la vida humana, nos hemos referido al mítico «preembrión» y al no menos peregrino supuesto de que «el embrión es una vida humana pero no es un ser humano».

Siguiendo un orden lógico toca hablar de otra tergiversación de la realidad biológica del embrión, al que se le disfraza simplemente como un conglomerado de células. Yo no sé si a alguien se le ocurriría decir que el Partenón es un montón de piedras, o que una ciudad es simplemente una serie de calles y casas…, o un edificio un conjunto de ladrillos  ¿Hay un algo superior a eso que son los elementos básicos que constituyen la esencia de lo que se trata de definir?

Tras la fecundación y mientras se trata de una realidad unicelular, el cigoto es uno y un todo por ser la realidad corporal del ser que existe en ese momento. Si hablamos de la especie humana, el cigoto humano, resultante de la fusión de un óvulo humano con un espermatozoide humano, que recibe genes humanos, es la primera realidad biológica de una vida humana. En palabras de Juan Ramón Lacadena «dado que el cigoto reúne en el mismo momento de su formación toda la información genética específica de un ser humano, es desde el mismo momento de la concepción cuando esa célula inicial reúne la esencia genética del futuro hombre, y puesto que la existencia es la esencia en acción, a partir del primer fenómeno genético que ocurra en esa célula (y que ya no se detendrá mientras dure el proceso total del desarrollo) existirá el nuevo ser humano» [1].

Con el ánimo de clarificar aun más estas ideas, tal vez convendría aclarar el concepto de esencia. Según el filósofo holandés Baruch Spinoza (1632-1677): «pertenece a la esencia de una cosa aquello que dado lo cual la cosa resulta necesariamente dada y quitando lo cual necesariamente no se da; o sea aquello sin lo cual la cosa –y viceversa, aquello sin la cosa- no puede ser ni concebirse»[2]. Naturalmente en el caso de la vida embrionaria, la esencia de la que depende su realidad es la información genética

De este modo, cigoto, embrión y feto, son las primeras fases del desarrollo y por tanto las primeras fases de la vida. Siendo cierto que la forma de vida inicial está constituida por una célula o unas cuantas células, las morfologías embrionarias crecientes y cambiantes constituyen en cada momento un todo. Y ¿qué es ese todo? El todo es un ente biológico que compendia en un conjunto estructural, funcional, único e individual, al ser que vive su vida en un momento dado. Si estamos hablando de embriones humanos se trata de un ente humano.

La Real Academia de la Lengua Española describe acertadamente a este ente como «organismo», que la propia institución define como un «ser viviente». A ello se puede añadir que el «qué», por su condición de ser humano es además un «quien».

Pero al elemento formal, el ente biológico, el organismo, hay que añadirle un segundo factor que es el temporal. El organismo que se desarrolla desde la concepción y vive su vida hasta la muerte es en todo el transcurso de su vida el mismo ser que transita en el tiempo sin solución de continuidad.

De este modo, desde la perspectiva espacial y temporal, tan incorrecto es considerar la vida humana solo en relación a una de sus etapas, minimizando o negando la realidad de la existencia en las demás, como pretender diluir el todo, como si de un amasijo de elementos más simples se tratara. La vida, cada vida, debe considerarse en su integridad existencial, como el ser que vive en continuidad y al que vemos en un momento dado, pero también en su integridad formal, constituida por partes que son constituyentes de un organismo completo, por muy complejo que este sea. En el caso humano, como en general en los seres superiores, la complejidad va en aumento ya que se parte de una célula totipotente –el cigoto-, para ir creciendo a lo largo del desarrollo  hasta llegar a un organismo con billones de células especializadas y repartidas en los cerca de 220 tipos de especialidades pertenecientes a diferentes tejidos, órganos y sistemas, pero todo el proceso de crecimiento es dinámico y continuo.

Las tres propiedades que caracterizan el desarrollo embrionario desde la primera división de segmentación son: “coordinación”, “continuidad” y “gradualidad”. El desarrollo del embrión es “coordinado”, debido a la existencia de un programa de actividades genéticas regulado en espacio y tiempo. Este programa es propio del embrión, pues sigue las instrucciones de sus propios genes. El desarrollo es “continuo”, ya que de una etapa se pasa a la siguiente sin solución de continuidad. El desarrollo es “gradual”, ya que transcurre paso a paso y a medida que va creciendo el número de células, se van estableciendo las diferentes rutas de especialización para dar lugar a un crecimiento paulatino en complejidad.

El embrión es en cada momento un todo integrado en el que en cada parte se está cumpliendo una función que forma pate del programa de desarrollo en una perfecta coordinación e interdependencia a los niveles celular y molecular.

Las sucesivas morfologías que se van sucediendo: cigoto, mórula temprana, mórula tardía, blastocisto, gástrula y feto, no representan un cambio cualitativo en el ente biológico, se trata del mismo organismo, el mismo ser humano, que va creciendo de forma coordinada, continua y gradual en número de células y organizándose siguiendo sus propias instrucciones. Utilizando una terminología genética, a lo largo del desarrollo embrio-fetal va cambiando el «fenotipo», conservándose de forma invariable el «genotipo», que como conjunto de instrucciones de las que depende el desarrollo biológico, quedó constituido al culminar la fecundación.

Las diferentes partes y tipos de células que se van produciendo son el producto de los genes que de forma diferencial se van expresando o silenciando durante el desarrollo. Desde la primera división celular el embrión tiene una organización polarizada, hererogénea y estructuralmente ordenada. Aunque todas las células tienen la misma información, en cada célula y en cada momento del desarrollo se expresan solo los genes necesarios para esa célula y ese momento. Esto significa que el desarrollo del ser humano obedece a un programa de regulación genética en espacio y tiempo. Poco a poco, de forma continua, el embrión crece y se transforma. Se trata del mismo ser, el mismo ente biológico humano, que se desarrolla y crece en complejidad.

Pero sobre todo hay que tener en cuenta que, aunque aumenta la complejidad estructural se mantiene invariable la identidad genética constituida desde la fecundación. Esto quiere decir que estamos ante la misma realidad biológica. El embrión que se desarrolla es siempre el mismo ente biológico y además es humano. Es por lo tanto, indiscutiblemente un ser humano.

Desde la perspectiva biológica cada individuo humano, primero embrión, luego feto y tras el nacimiento bebé, niño, adulto o anciano, es el mismo ser y por ello, desde las perspectivas antropológica y filosófica debería ser éticamente valorado siempre conforme a su condición y dignidad humana, y desde la perspectiva jurídica deberían habilitarse las normas necesarias para su protección.

De acuerdo con esto, podemos decir que: «cada vida humana es una vida única, que transcurre sin saltos cualitativos desde la fecundación hasta la muerte, por lo que el embrión y el feto, las primeras etapas de la vida, son biológicamente equiparables al recién nacido y al adulto. Se trata del mismo ser, la misma persona, de la que lo único que los diferencia es un factor temporal, que no debe convertirse en determinante para establecer diferentes categorías en un mismo individuo» [3].

Por tanto, señalar que el embrión o el feto son un conglomerado de células es perder la perspectiva temporal inherente a la vida. Esto es tan absurdo como la manida teoría de la semilla y el árbol, habitualmente esgrimida por quienes no son capaces de distinguir entre el ciclo biológico de una planta y de un animal superior. Una semilla de una planta no es el equivalente al embrión animal, sino que se trata de una estructura compleja que contiene al embrión, pero también unos tejidos nutricios que lo rodean y protegen durante un período de reposo más o menos largo. En las plantas el proceso inicial del desarrollo tiene lugar durante la maduración de los órganos florales, pero tras ello, las semillas se independizan y se separan del pie de la planta en que se originaron. A diferencia de lo que ocurre en el reino animal, la semilla de una Fanerógama es una estructura latente que contiene al embrión y permanece funcionalmente estacionada y externa al organismo en que se formó, a la espera de las condiciones físico-químicas que estimulen su desarrollo. Sin embargo, en el embrión humano, como en los embriones de los animales vivíparos superiores, la vida es funcionalmente dinámica desde la fecundación y su desarrollo tiene lugar en el interior del organismo en que se originó. La semilla no sería nunca equivalente al árbol, aunque sí lo es orgánicamente el embrión que de forma latente espera las circunstancias idóneas que espoleen la continuidad de su desarrollo.

[1] J.R. Lacadena. Genética y condición humana. Editorial Alhambra, Madrid 1983
[2] B. Spinoza. Etica. Biblioteca de Literatura y Pensamiento Universales. Editora Nacional, Madrid, 1975
[3] N. Jouve (2012) El Manantial de la Vida. Genes y Bioética. Ediciones Encuentro, Madrid.

Nicolás Jouve de la Barreda
Nicolás Jouve de la Barreda
Catedrático Emérito de Genética de la Universidad de Alcalá. Presidente de CiViCa.