Por José Manuel Belmonte (Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CiViCa)
Las grandes preguntas recorren los caminos de la historia en busca de respuesta. A veces encuentran hombres que no pasan de largo ante ellas y las afrontan. Son despiertos, les gustan los desafíos. Son valientes, ayudan a salir de la ignorancia y al progreso humano y social.
Los Doctores de la Universidad se pronunciaban sobre controversias famosas, en filosofía, Derecho, Teología, y Artes liberales.
«Daremos batalla a sus errores o curaremos su ignorancia«, así respondía, en la Universidad de Paris, el dominico Tomás de Aquino, siglo XIII.
En la Edad Media, la Universidad era la fuente de los grandes debates en las diversas ramas del saber, no del poder. Desde principios del siglo XIII, la Universidad de París fue una de las más prestigiosas de Europa junto con Bolonia, Oxford, Cambridge, Salamanca y Toulouse.
Algunas aulas estaban abarrotadas. Había piques entre estudiantes y también de profesores con profesores. No existían muchos libros pero el deseo de saber era enorme y las clases, algunas sobre todo, se las rifaban.
En el ambiente reinaba el deseo de una transformación social y la adaptación de las creencias a los nuevos tiempos, y a la vida diaria.
El siglo XIII recogía la herencia de los filósofos griegos, sobre todo Aristóteles y Platón; el legado de los árabes, sobre todo, Averroes comentador de Aristóteles; y la Tradición cristiana de Europa.
En los albores de este siglo, Europa era como una caldera a punto de estallar para abrir caminos y encontrar nuevas ideas y nuevas oportunidades. Los cátaros y los albigenses en el sur Francia, consideraban que la iglesia de Roma había perdido la esencia de los primeros cristianos. Los monjes vivían más o menos plácidamente en sus monasterios. La gente de la calle estaba descontenta. Solo el obispo podía predicar al pueblo.
En plena controversia con el movimiento gnóstico citado, nacieron las Ordenes Mendicantes. En 1206 un español, Domingo de Guzmán, nacido en Caleruega (Burgos) fundó, en el sur de Francia, la Orden de Predicadores, que fue aprobada por Roma el 1216.
Acaban de celebrar, pues, los 800 años de esta Orden, que engloba monjas, religiosos y seglares. «La verdad» era y es su lema. Ha clausurado el Papa Francisco, en este mismo mes de enero, los actos conmemorativos.
También por entonces, el 24 de febrero de 1209 nacía en Italia, con Francisco de Asís, la Orden Franciscana.
Como respuesta a la demanda social de austeridad, las dos ordenes abrazaron la pobreza y se las conoce como «Ordenes mendicantes».
En 1224, en Italia, nació Tomás de Aquino, una de las mentes más brillantes de ese siglo. Era hijo de condes. Le enviaron pronto a la universidad de Nápoles. Fue allí donde conoció a los dominicos.
A los 19 años ingresó en la Orden de Predicadores, con la oposición de sus padres, que le secuestraron y encerraron en su castillo durante 6 meses. Su determinación se impuso. Luego, terminó sus estudios en Paris y Colonia.
Después de doctorarse en Paris, a los 27 años, Tomás de Aquino ya es Maestro de la cátedra de Teología de París donde se gana la admiración de todos, por la claridad con que explicaba y los argumentos empleados para responder a las diferentes cuestiones.
Además de orar como religioso y predicar, estudiaba, daba las clases y escribía para ayudar a cuantos se interesaran por esos temas. Su ingente obra, más que tratados, son compendios monumentales de doctrina. Para hacerse una idea, la Suma Teológica, trata 495 cuestiones esenciales divididas en artículos, en 14 tomos, que escribió en 4 años. Otra de sus obras, la Suma contra gentiles, es otro compendio de filosofía y apología de la fe, consta de 410 capítulos agrupados en 4 libros. Pero escribió mucho más.
Cuenta él mismo, que aprendió más en la oración, que en la lectura de los libros. Tiene letras y pasajes antológicos.
Tal era su prestigio que dos siglos más tarde, el Concilio de Trento contaba con tres libros de consulta: la Biblia, los Decretos de los Papas, y la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino.
En pinturas y esculturas, se le representa con una pluma, un libro y un sol en el pecho, porque trasmite sabiduría y luz. Fue considerado un referente, que es mucho más que sabio. Le fueron concedidos los títulos de Doctor Común, Doctor de la Humanidad y Doctor Angélico. León XIII, lo proclamó Patrón de todas las universidades y escuelas católicas. Su fiesta se celebra el 28 de enero.
Tal vez, en el VIII centenario de los dominicos, sería interesante dejar una muestra de la sabiduría en una pregunta de ayer y de hoy: ¿Existe Dios?
La gente del pueblo y los filósofos siguen valorando la respuesta de este gran maestro a la pregunta clave: ¿Se puede demostrar? Es un tema clave de siempre. Tomás de Aquino afronta la cuestión desde la razón y con sumo rigor.
Al no ser una verdad evidente, la existencia de Dios, para todos los humanos, tiene que abordarla por el procedimiento de la demostración. Aunque encuentre dificultades muy grandes. Comienza por señalarlas.
La primera dificultad sería que no se puede demostrar que Dios existe porque se trata de un artículo de fe. Si algo es cuestión de fe parece que no puede demostrarse. La fe tiene su camino, pero algunos no creen.
La segunda dificultades que si no conocemos qué es aquello cuya existencia queremos demostrar, no cabe demostración alguna. De Dios no tenemos conocimiento, no sabemos qué es Dios, sino sólo lo que no es. Conocer no es ver.
La tercera dificultadconsiste en que la única demostración posible de Dios sería a partir de sus efectos. Sin embargo, dado que no hay proporción entre Dios que es infinito y sus efectos que son finitos y contingentes. La demostración, pues, sería imposible porque no hay proporción entre ambos extremos.
Aún así ofrece 5 vías que parten de hechos de experiencia. En los humanos el conocimiento se origina con los datos de la experiencia. Pruebas metafísicas o argumentos a posteriori, expuestas de modo magistral por Santo Tomás de Aquino en (“Suma Teológica”, prima pars, cuestión 2, artículo 3).
La primera es la vía del movimiento o primer motordel cambio o del movimiento. Señala que tiene que haber un motor inmóvil, porque no es posible una serie infinita de iniciadores del movimiento de todo lo que vemos.
La segunda es la vía de la primera causa. Las causas eficientes forman una sucesión y nada es causa eficiente de sí mismo, por lo que hay que afirmar la existencia de una primera causa de todo.
La tercera es la vía de la contingencia y el ser necesario. Es un hecho que los seres que existen y que podrían no existir, son contingentes. Es forzoso que exista un ser necesario, ya que, de otra forma, lo posible no sería más que posible y no real.
La cuarta es la vía de los grados de perfección. En todas las cosas que conocemos existen grados (de bondad, verdad, belleza, etc.). Debe existir el ser que posea toda perfección en grado sumo, respecto del cual las demás se comparan y del cual participan.
La quinta es la vía teleológica o del orden y la finalidad. Todo lo que existe tiene un diseño o una finalidad en el mundo. Ello indica que ha de existir un ser inteligente que haya dotado del orden y la finalidad que se observa en todo el universo.
Por tanto, según Aquino, la existencia de Dios está al alcance de la razón y también de la fe, pero no solo de la fe. Se trata, pues, de un conocimiento común a la razón y a la revelación.
Con otras palabras: creyentes y no creyentes pueden acceder a la misma verdad, -la existencia de Dios- por distintos caminos. Tomás de Aquino, demuestra que uno no excluye al otro; es más, convergen al principio y al final. La energía del amor lo es todo en todos los seres, desde el primer instante hasta el final. Y, sobre todo, que no hay que buscarlo fuera, ni es una idea: está dentro, es energía y es vida.