Servicio al hombre, la Iglesia, el caso Azaña

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Por José Mª Montiu de Nuix, doctor en filosofía, sacerdote, matemático, socio de CiViCa

Abordo aquí la cuestión siguiente: si alguien, totalmente alejado de la fe, opinara, de buena fe, que siendo anticlerical serviría mejor al ser humano, ¿con qué se encontraría?

Tal ideología sería una conjetura. Todos los investigadores saben que una hipótesis, para saber si es acertada, debe ser contrastada con la realidad. Contrastando aquella ideología con la realidad, resulta: con la historia en la mano se logra demostrar que por medio de la propagación del cristianismo se mejoró la sociedad, se suavizaron y humanizaron las costumbres, se crearon instituciones de beneficencia, la dignidad de la persona humana llegó a ser reconocida y respetada,… Gracias a la Iglesia florecieron un número ingente de obras sociales: leproserías, obras caritativas realizadas por san Vicente de Paul,… En estos tiempos, la Iglesia, -(Teresa de Calcuta,…)-, es quién cuida más de los enfermos de SIDA, de los más pobres, de los más marginados,…

La actitud del Papa Francisco con los más desfavorecidos suscita simpatías en el mundo entero. Hoy en día al Estado español la Iglesia le ha resuelto un gran problema, pues aquel no podría atender a tantos pobres como atiende ésta.

El sentido común muestra que no todos los hombres poseen la luz natural necesaria para poder conocer todas las principales verdades sobre el respeto a las personas. En cambio, todos los creyentes, gracias a su fe, las conocen inmediatamente. La estadística muestra que desaparecida la fe de la sociedad, desaparece el respeto generalizado, aumentan los problemas sociales: problemas familiares, robos, homicidios, suicidios, degradación de las relaciones humanas, etc.

Si la antedicha ideología, que pretendía conjugar humanismo y anticlericalismo, pretendiera apoyarse no en razones discursivas sino en famosísimos hombres-bandera, también se encontraría con alguna sorpresa. Así, por ejemplo, si alguien resultó grandemente significativo en la laicista segunda república española, fue quién fue Presidente de la República y Presidente del Gobierno, el político decididamente anticlerical Azaña. Sin embargo, incluso éste terminó convirtiéndose, reconciliándose con la Iglesia, abandonando su anticlericalismo. En efecto: se convirtió en 1940, encontrándose en Francia. Allí estaba rodeado de personas contrarias al catolicismo. Él, libre y espontáneamente, logró ingeniárselas para recibir ayuda religiosa de un obispo católico. Éste recuerda que a Azaña “le presenté un día el crucifijo. (…) grandes ojos abiertos, luego húmedos de lágrimas, se fijó detenidamente sobre el Cristo de la cruz. Lo arrancó de mis manos y lo besó con amor por tres veces, (…)”. El obispo administró a Azaña los santos sacramentos.

En suma, plantearse descreídamente si servir al hombre conlleva el anticlericalismo, ha manifestado cuán grande es el papel de la Iglesia en el servicio a la persona humana.

CíViCa
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