Ha muerto José Jimenez Lozano, un humanista universal.

Ernesto Cardenal, comprometido luchador, místico y poeta.
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Empezar la casa por el tejado.
11/03/2020

José Jimenez Lozano, un gran defensor de la vida. Hace 10 años, fue uno de nuestros más ilustres firmantes de la Declaración de Madrid, piedra angular de CiViCa.

Reproducimos el artículo de Henar Díaz, Publicado en ABC, Castilla y León, Valladolid, el 10 de marzo de 2020.

«Ser escritor -o escribidor como me gusta decir para quitar empaque a un oficio que al fin y al cabo es tan modesto- supone andar metido en todas esas responsabilidades de la lengua para nombrar al mundo, como desde lo que llamamos literatura se nombra, y John Keats nos explica tan hermosamente cuando nos dice que hay que hacerlo, teniendo los pies en el jardín de casa y tocando con un dedo en las esferas del cielo». Este extracto del discurso con el que José Jiménez Lozano (Langa, 1930-Valladolid, 2020) agradeció en 2002 la concesión del Premio Cervantes define a la perfección cómo el autor abulense entendía un oficio al que llegó de forma tardía, pero en el que ha dejado un inmenso legado que incluye una docena de poemarios, cerca de veinte ensayos y casi una treintena de novelas.

Ayer, el más cervantino de todos los Premios Cervantes nos dejó a los 89 años tras sufrir un infarto. Lo hizo «en privado», casi en «secreto», como también le gustaba definirse como escritor a pesar de que su obra se ha traducido a ocho idiomas. Narrador, ensayista y poeta de amplia formación cristiana y humanística, él no solo escribía teniendo los pies y la mente en su tierra, aquella que tan perfectamente retrató en su ensayo «Guía espiritual de Castilla», también lo hacía volcando su alma. El habla de la gente llana de su Ávila natal fue la principal argamasa de una obra en la que cultivó a la par el tema religioso y social, sin despegarse jamás de su sencillez y humildad, e inspirada en una memoria repleta de vivencias.

Fue director de “El Norte de Castilla”, periódico para el que ejerció de corresponsal durante el Concilio Vaticano II.

Nacido en el municipio abulense de Langa, en pleno corazón de La Moraña, llegó a la literatura en la década de los sesenta cuando ya llevaba muchos años en la tarea periodística, una profesión que ejerció principalmente en El Norte de Castilla, donde llegó a ser director al igual que otro de los grandes de la narrativa en castellano, Miguel Delibes.

Años antes, había llegado a la capital para preparar la oposición a Judicatura después de cursar Derecho en la Universidad de Valladolid, y Filosofía y Letras en Salamanca, aunque pronto se daría cuenta de que no se veía como juez en un futuro. Para el periódico vallisoletano ejerció de corresponsal durante el Concilio Vaticano II, siendo uno de los pocos seglares de todo el mundo invitado a asistir, y desde Roma envió crónicas, comentarios, entrevistas y una colección de artículos que posteriormente reuniría en el libro «Cartas de un cristiano impaciente».

Primeros libros

Sus primeros libros fueron de ensayo, y en ellos la religión -lo religioso- se mezclaba íntimamente con lo ascético y lo filosófico, pero también con lo político, lo histórico y lo social. «Un cristiano en rebeldía», «Meditación española sobre la libertad religiosa», «La ronquera de Fray Luis y otras inquisiciones» y «Retratos y soledades» fueron algunos de los primeros títulos de este creyente inconformista, fiel seguidor de los místicos Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, pero también de una gran y heterogénea nómina de autores de diversas tendencias, épocas y registros que incluye a Miguel de Unamuno, Spinoza, Kierkegaard, Pascal, Flannnery O’Connor o Américo Castro.

No comenzaría como novelista hasta una década después, en los setenta, pero tras «Duelo en la casa grande», pisó el acelerador de la narrativa con obras tan destacables como «El grano de maíz rojo» (Premio Nacional de la Crítica), «La salamandra» o «El mudejarillo», que publicó en 1992, año en el que se le concedió el Nacional de las Letras. Tras jubilarse de su actividad profesional, siguió sumando numerosos títulos a su prolífica obra. «Memorias de un escribidor» (2018), y el libro de cuentos «La querencia de los búhos» (2019) fueron las dos últimas propuestas de este incansable escritor que estaba ultimando una nueva novela cuando ayer se encontraba con la muerte. En el tintero quedan algunos proyectos literarios que le hubieran gustado emprender, como un libro sobre la Diócesis de Valladolid.

Cofundador de Las Edades

El autor de Langa pasará a la historia por ser el artífice de uno de los proyectos culturales con más enjundia de las últimas décadas. Junto con el fallecido sacerdote vallisoletano José Velicia fue uno de los cofundadores de «Las Edades del Hombre», una iniciativa surgida para poner en valor el patrimonio artístico de las iglesias y monasterios de Castilla y León.

Desde ayer, su Ávila natal y el municipio vallisoletano de Alcazarén -donde tenía fijada su residencia en Valladolid- y todo el mundo de las letras en castellano ha quedado huérfano de la sabiduría y excelente pluma de este «sólido humanista cristiano», siempre «lúcido» a la vez que «humilde y discreto», tal y como ayer recordaban escritores como Andrés Trapiello, Gustavo Martín Garzo o Agustín García Simón, entre otros.

Además del Cervantes y el Nacional de las Letras, cuya candidatura presentó el propio Delibes, obtuvo a lo largo de su trayectoria otros reconocimientos como Premio de las Letras de Castilla y León, Nacional de Periodismo «Miguel Delibes» y el Premio Luca de Tena de Periodismo que entrega ABC, del que también fue colaborador. Su legado se conserva desde 1997 en la Fundación Jorge Guillén, a donde donó su biblioteca, de unos 10.000 volúmenes, y su archivo personal.