Por José Manuel Belmonte, Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CiViCa. Publicado en el Blog del autor Esperando la Luz el 23 de marzo de 2019.
En el bar has hablado un momento, mientras tomas café o compartes un vino. Conoces a alguien. Luego regresa cada uno a su trabajo. La rutina os vuelve a separar. Cada cual, por su lado, prosigue su vida. Todo es posible.
Nada es más irreal. Ni el nombre sabes.
Con el tiempo, otra coincidencia, permite encontrarnos, 15 días o tal vez uno o dos meses después. La ciudad es pequeña. Los mismos trabajos, los mismos descansos, los mismos centros comerciales y los mismos bares. ¿Puntos de encuentro social? Mientras compartes un café, te enteras que está casado y está esperando un hijo. El tiempo es implacable y la vuelta al trabajo.
El se alegra de encontrarnos, a mi mujer y a mí. Hola, ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Qué importa? Volvemos a disfrutar de un respiro antes de comenzar el trabajo, o de una pausa, en el mismo. Este joven, ¡Siempre está de buen humor! Es un junco, ni siquiera un bambú, porque está flaco. Es alto como un castillo. Al despedirnos: ¡cuídate, me alegro de verte!
-Y yo a vosotros.
Transcurre un tiempo sin que el simpático «castillo», aparezca. ¿Estará de vacaciones? Preguntamos, si alguien sabe qué ha sido de él…
– Ahora con el niño le veo menos, dice alguien.
– La última vez que le vi, estaba más delgado. Pero está trabajando, así que no está enfermo.
-¡Menos mal! Si le ves dale recuerdos nuestros.
Han pasado algunas estaciones y… ya son varios años. El café, crea adicción y una querencia de lugares, de compañía, incluso del aire de la ausencia de un trabajador que solo de nombre conocemos. Tal vez haya cambiado de trabajo.
Un día, de pronto…se presenta. La chispa de alegría en un abrazo cálido. Y un rictus inacabado en la sonrisa.
-¿Qué tal te va la vida?
-¡No me quejo! ¿Y la vuestra?, no puede ser mejor, por lo que veo. Me acuerdo de vosotros y del café que cada vez compartimos menos…
-Venimos, lo tomamos, pero tú no llegas. ¿Tienes mucho trabajo?
-No. Más o menos, pero siempre estamos liados. Los clientes no suelen dar unos minutos de respiro para salir y tomar un café. Cuando puedo respirar…es ya hora de comer, y no me apetece. ¡Tampoco estaréis ya por aquí a esa hora!
-Es verdad. En todas partes hay gente esperando. Oye, ¿Estás más flaco, o es una apreciación mía?
-¡Normal! No voy al gimnasio, ni el tema de engordar me preocupa. Eso sí, en cuanto recojo, salgo pitando para casa y ver al chaval.
-Ah sí, ¿cómo está ya?
-¡Imponente! va a ser más alto que yo. Ya me llega por aquí (hace una señal con la mano sobre su cuerpo, que nos asombra).
– ¡Un campeón! ¡Tiene a quien parecerse! ¿Pero a dónde vas?
-Sí hombre que me voy. Tengo que volver al curro. ¡Ya está pagado! ¡Dejad que os invite!
Y…el mimbre del castillo, que calzaba hoy botas, se fue, dejándonos con un interrogante de melancolía en el aire tras dejarnos.
-Siempre va a la carrera, dijo alguien en la barra. Es posible que lo que tú has intuido tenga algo de verdad, porque ¡creo que su mujer lo está dejando o se está separando!
El Bar no es ninguna sala de Audiencia, pero uno se entera de cosas de la vida, sin comprar un periódico ni poner las noticias.
Uno vuelve al rincón y apura los interrogantes que caben en un vaso, a pequeños tragos. La libertad anda suelta y la vida tiene 24 horas cada día. La mitad son desconocidas noches que llevamos acuestas durante las horas de trabajo y lo que aún falta hasta el reposo. Desconocemos el porqué en ciertos lugares, los relojes a ciertas horas nos traen ausencias.
Cada día hay algo que conmemorar. En este mes de marzo, los ecologistas, celebran el Día Mundial de la Naturaleza (día 3), el Día del Bosque (el 21) y el 22 el Día del Agua. Pero se puede apreciar e incluso celebrar algún acontecimiento natural sin ser ecologista. Hay quien el 21 conmemora el día de los Down, y el día 25 como el Día de la Vida. En algunos países el 19, se celebra el Día del Padre.
Uno constata lo que a veces sucede. Hoy no es fiesta aquí, aunque en ciertas regiones lo sea. Cuando he ido a pagar…veo por la ventana, pasando por la acera, algo que me abre los ojos para siempre. El junco espigado del castillo, pasa con un niño. Salimos…para saludarlo.
Tiene aparcado el coche justo al lado. Con las puertas abiertas, mientras le habla con cariño le está abrochando en el asiento.
¡Hola!.¡Hola! Y…el junco y el niño, son más grandes y reales. A penas hemos andado 40 metros desde la Cafetería y hemos entrado, sin decir palabra, en otra dimensión.
Caímos en la cuenta de que no es un día cualquiera. Aunque no sea fiesta, la sociedad celebra aquí también el día del padre. Y de pronto descubrimos lo que la palabra «padre» supone, de misterio y de cariño. El hijo del junco con quien alguna vez compartimos unas cañas o un café.., tiene una enfermedad de «las llamadas raras».
¡Qué poco sabemos de casi todo! De quien vive y cultiva primaveras. Del valor de la caricia de un hijo para saber que todo está bien y merece la pena. El ser humano, cuando llegas a descubrirlo con la mente y el corazón, es todo, es… el precio y el valor de un padre, un casi desconocido amigo. Con razón, alguien dijo: «la profesión humana es descubrir el propio manantial de la vida».
Entonces, como bien ha escrito mi amigo, Carlos Alejandro «Ya no controlas la velocidad con la que giraba tu mundo, termina el orden y dejas de ser dueño de tu existencia. El pedestal se rompe y empiezas a apoyarte únicamente en su presencia, necesidades, gestos, miradas y sonrisas. Vives con él y para él y deseas que el tiempo, vuelva a pararse de nuevo para siempre» (Eso es para mí ser papá http://misexperienciasencocigu.blogspot.com/)
O pensar, como la vieja canción de Doménico Modugno «¿Más cómo has hecho?».