Historias de la historia, con nombre de mujer

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Por José Manuel Belmonte, Dr. En Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CiViCa. Publicado en su blog Esperando la Luz el 20 de junio de 2021

¿Quién iba a pensar en 1589 que Inglaterra, un año después de la lucha contra la Armada invencible que había partido de Lisboa contra la flota británica, estaba dispuesta a la venganza, no en mar abierto, sino aquí  mismo, en las costas gallegas? (Hoy sabemos que en 1588, Lope de Vega, luchó en esa batalla de la Armada).

Más de 180 barcos y 27.667 hombres al mando de Francis Drake, el temible pirata y John Norris, Zarpan de Plymouth el 28 de abril de 1589. La mayor flota que haya zarpado alguna vez desde Inglaterra. Isabel I, con ese despliegue, se disponía a dar jaque a su enemigo Felipe II, devolverle la visita de la Armada Invencible y arrebatarle la corona portuguesa. Estaba en juego el dominio de los mares y la hegemonía en medio mundo.

Los ingleses animados por el ingente número de combatientes esperaban la señal. El 14 de mayo Drake, ordenó desembarcar a 10.000 hombres en más de una docena de lanchones para tomar posiciones y asaltar La Coruña. Después, más protegidos, nuevos desembarcos.

La desproporción entre la fuerza atacante y los defensores era enorme. La ciudad no estaba desprotegida, la infantería y la población entera iban a plantar cara. El coraje de sus defensores y la valentía de la heroína coruñesa María Pita, se defendieron unidos de forma épica. Allí murió su marido. «La invencible» aquí, era una mujer llamada para la gloria que gritaba: «quien tenga honor, que me siga».  Su fama y su nombre no han dejado de crecer.

La férrea defensa desde el castillo de San Antón hizo abandonar a los ingleses el fondeo y retirarse hacia Oza, una zona más peligrosa, donde sufren el embate de tormentas. Estudios actuales para el dragado de la ría de O Burgo, corroboran la ubicación de varias naves hundidas en 1589. Ante el daño causado por los cañones, el coraje de los coruñeses y los temporales, los ingleses tuvieron que abandonar algunas naves, y finalmente…  volver a su país. ¡Algo para la historia! Allí tiene hoy su monumento, en la Plaza con su nombre María Pita.

La vida fluye sin detenerse y encadena historias y personas sin conexión aparente.

Un barco con su nombre, el María Pita, 214 años después, partió del puerto de La Coruña el 30 de noviembre de 1803 para salvar de la mortífera epidemia de viruela a millones de personas. (Corbeta María Pita )

Unos años antes de que terminara el siglo XVIII, otra coruñesa se había abierto paso luchando contra la miseria y la enfermedad. Con solo 13 años, en 1786, Isabel Zendal, perdió a su madre víctima de la viruela.

(En la foto, monumento a Isabel Zendal)

La viruela, era una enfermedad conocida desde la antigüedad y contagiosa.  Fue devastadora en la Europa del siglo XVIII en forma de epidemia, llevándose o desfigurando a millones de personas. Se cree que causó la muerte de 60 millones en Europa. Además, en otros continentes, pudo llegar a acabar con varios cientos de millones.

A Isabel, de familia humilde, la vida la obligó a dejar la casa familiar y ponerse a trabajar. Lo hizo en una inclusa, destinada a cuidar de niños abandonados. Ella alimentaba el deseo de convertirse en enfermera.

A los veinte años nació su hijo Benito Vélez, fruto de una relación fracasada, el padre no quiso saber nada de su hijo y ella en julio de 1793, se hizo cargo del niño totalmente, como madre soltera. Se multiplicó, para cuidar a su hijo y atender a los niños abandonados. Creció en experiencia y reconocimiento público. Llegó a alcanzar la dirección del orfanato en su propia tierra natal.

La viruela se propagó a lo largo de la historia a través de brotes periódicos. Se tiene constancia desde los egipcios, por el cuerpo momificado de Ramsés V, que murió en 1157 a.C. En el siglo XVIII se estimaba que la mortalidad de los contagiados era un 30 %, con tasas especialmente elevadas en bebés y niños. Muchos de los que sobrevivían, tenían cicatrices por todo el cuerpo y en algunos casos ceguera.

​A parte del aislamiento, eran raros los remedios y no muy eficaces. El método chino más propagado de la variolización, consistía en darle una dosis del virus a una persona sana con la esperanza de que se enfermara levemente y quedara inmune. En 1720, el embajador de Inglaterra en Constantinopla aprendió allí ese método. Había un riesgo, de que la persona en la que introducían digamos «una dosis» de la pústula del enfermo, invadiera al receptor y se propagara más aún la enfermedad.  Pero el método salvo muchas vidas.

En 1796 se creó la primera vacuna propiamente dicha, contra la viruela. Fue gracias a Edward Jenner (el médico que ha salvado de la muerte por viruela a más personas). Pudo lograrlo porque aprendió de una lechera, que se creía protegida de la viruela, porque había contraído la viruela bovina. Estando en Sodbury, escuchó por boca de Sarah Nelmes, que ordeñaba sus vacas: «Yo nunca tendré la viruela porque he tenido la viruela vacuna. Nunca tendré la cara marcada por la viruela».

El joven médico con esa información y con sus investigaciones, inoculó a un niño de 8 años con líquido tomado de las vesículas variólicas de una de las lecheras. El pequeño mostró síntomas de la viruela vacuna, pero la pasó sin más. Semanas después, Jenner infectó al mismo niño con pus de los granos de un enfermo de viruela humana, pero el niño no desarrolló la enfermedad. Había descubierto la vacunación. Eso cambió la historia de la medicina para siempre. Y desde entonces por al antídoto que cura, se le llama «vacuna». Las noticias rápidamente llegaron a Francia, Italia y España.

En la medida que la población mundial crecía y aumentaban los viajes, el virus viajaba con los humanos -sin saberlo- para colonizar otras partes del mundo, como siempre había hecho.

Es posible que los españoles deban gran parte de su éxito en la conquistas del siglo XVI  a que los incas en Perú, y los aztecas en México no conocían la viruela.  Los indígenas al no  tener inmunidad a la enfermedad,  al caer enfermos muchos perecieron. Algo parecido sucedió con los ingleses en Estados Unidos y Canadá.

Cuando el Rey Carlos IV conoció le iniciativa de la virolización se mostró sensible a la novedad porque la viruela había golpeado con dureza a su familia. Había perdido a una hija, María Teresa, de apenas tres años y, también a un hermano, el infante Gabriel. No dudó en apoyar el proyecto de llevar la vacuna a los territorios de ultramar.

En la primera mitad del año 1803 comenzó a fraguarse el plan de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, tal vez la primera misión humanitaria de la historia. AL frente de la misma estaría el médico más prestigioso Francisco Javier Balmis, ayudado por sus colegas, Salvany y Lleopart.  

Para entonces, el prestigio de Isabel Zendal al frente de su orfanato en la Coruña había traspasado las fronteras de su tierra gallega. Ella sería la primera mujer escogida para participar en una expedición sanitaria internacional hacia el nuevo mundo. Según los documentos de la época, era «una abnegada rectora«, «madre de los galleguitos» y «mujer de probidad«, indicadores de la honestidad y la rectitud de una persona. Los niños la conocían y confiaban en ella.

El verdadero problema para tamaña aventura era ¿cómo trasladar las muestras de vacuna para que llegaran y fueran eficaces a los receptores posibles de otros países?  Se necesitaría para llevarla, una enfermera y algunos niños, que la transportaran. En Isabel recaería la misión humanitaria más delicada de madre y enfermera: transportar el suero en 22 niños vivos, entre ellos su hijo.

Como los estragos entre los aborígenes de la América de los siglos XVI y XVII durante el proceso de la conquista, fueron enormes, se habla de que la viruela  exterminó a la quinta parte de los pobladores mexicas (mal llamados aztecas).

Después de un trabajo incansable durante los primeros años, José Salvany prosiguió con el programa de vacunación en Sudamérica. Enfermó y el año 1810 murió en acto de servicio en un alejado y remoto lugar de Bolivia.

La odisea de los cirujanos, y la ayuda de Isabel Zendal prestigiaron la medicina española hasta límites insospechados, salvando de paso probablemente a millones de niños.

LA CORBETA que debía partir de La Coruña, llevaba el nombre de María Pita. Y debía partir cuanto antes. Entre la concepción del proyecto y su puesta en marcha solo transcurrieron ocho meses. Una rapidez inusual. Zarpó hacia el Pacífico el día 30 de noviembre de 1803 (ver enlace).

Según la «Gaceta de Madrid»:«Son varios los facultativos comisionados, y llevan 22 niños, que siendo sucesivamente inoculados brazo a brazo en el curso de la navegación, conservarán el fluido vacuno vivo y sin alteración. No por eso se han omitido otros medios de conducirlo, así para mayor seguridad, como para experimentar cuales son los que a largas distancias y en diferentes climas deben preferirse».

Durante el viaje, otros niños de otros países fueron incorporados a la misión.

Tras el viaje, Isabel y su hijo no regresaron a España. Parece que existe una carta suya desde México reclamando unos dineros al rey de España. Y ahí se pierde el rastro de su historia y su aventura.

En realidad, eso fue así, hasta la pandemia del Covid-19 en 2020. Ante la falta de hospitales y camas para atender como se merece a los afectados por el virus, otra Isabel Ayuso, rescató del olvido a la gallega. La Presidenta de la Comunidad de Madrid, decidió construir el Hospital de epidemias Isabel Zendal. (Ver imagen del hospital en Madrid) Pese a los recelos de algunos o, tal vez por el desconocimiento de la vida, el trabajo y aventura humanitaria de la que fuera pionera de la primera Expedición Humanitaria de su país, para defender a los contagiados por el virus de la viruela mortífero, con ese Hospital podría seguir salvando vidas.

Todavía el 18 de junio de 2021, en el Parlamento de la Comunidad de Madrid, ha sido recordada con su hospital y la voluntad de apoyar la vida, la igualdad, la integración y el apoyo a los más débiles.

Decía Schopenhauer que «la salud no lo es todo, pero que sin ella todo lo demás es nada». Le damos la importancia que tiene cuando la perdemos o la pierden nuestros seres queridos, (a quien en esta pandemia del covid-19 no hemos podido ni despedir, por el estado de alarma). Hemos podido comprobar que la salud es un bien intangible e incuantificable, pero  tan importante que pone en valor todo lo demás. ¿O no?

Nota final: La última persona del mundo en contraer la viruela por sus cauces naturales se infectó en octubre de 1977, con 23 años, cuando trasladaba a dos enfermos hacia un campo de aislamiento en un todoterreno. La OMS declaró erradicada esta enfermedad en 1980.

BELMONTE
BELMONTE
Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CíViCa