Por José Luis Velayos. Catedrático de Anatomía, Embriología y Neuroanatomía, Profesor Extraordinario de la Universidad CEU-San Pablo – Miembro de CíViCa. Enviado el 7 de febrero de 2023.
La vida significa automoción, es decir, movimiento procedente del interior, de dentro, interno, no externo: movimiento de los metabolitos, del torrente circulatorio, del fisiologismo encefálico, de las corrientes nerviosas, etc.
La vida empieza en el momento de la fecundación del óvulo por el espermatozoide, instante en que se instaura una “revolución biológica”, un salto cualitativo que hace que la “maquinaria biológica”, en muchos casos, esté en funcionamiento durante una porción de años. Discurre por unas fases sucesivas sin solución de continuidad entre ellas: óvulo fecundado, mórula, blástula, embrión, feto, recién nacido, lactante, primera y segunda infancia, pubertad, adolescencia, adultez, menopausia y andropausia, senescencia, lo que constituye el todo unitario de cada individuo. Esté sana o enferma, es una vida humana, y por tanto absolutamente respetable en cualquiera de sus fases.
Se suele decir que a medida que discurren los años, se nota que el tiempo pasa más deprisa. Un amigo me decía que este hecho tiene explicación: con la edad, la proporción entre el presente y lo que se ha vivido se hace continuamente menor; de ahí provendría la sensación de que “el tiempo vuela”, que cada vez pasa más rápido. Y añadía: “Ante la presencia de Dios, cada uno de nosotros no somos más que un soplo, una mota de polvo, un chasquido de los dedos, casi como una no-existencia, un galope rapidísimo”. La vida es breve.
En España (y en otros países) se promueve y protege el aborto humano; en cambio, la destrucción de un nido con huevos o pollitos de quebrantahuesos, especie en riesgo de extinción, se puede castigar con cárcel y multa. Parece como si la vida del quebrantahuesos fuese sagrada en todas sus fases, y no se le concede esa consideración a la vida humana. Paradójicamente, hay leyes que favorecen el aborto humano y al mismo tiempo leyes que miran por el bienestar animal. Es bueno el bienestar animal, pero ¿no se ha de proporcionar bienestar a un embrión, a un feto humano, a un discapacitado, a un enfermo mental, a un anciano, a un menesteroso? ¿No tiene más dignidad un hombre que un animal?
La muerte puede ocurrir en cualquier instante de ese discurrir de la vida. Se trata de un ser humano que fallece. Por eso (hay que insistir continuamente), el aborto y la eutanasia constituyen la muerte de un hombre, es la eliminación de la vida de un ser humano.
La defensa de la vida no es un asunto exclusivo de los cristianos, como dicen algunos, pues cristianos, judíos, musulmanes, agnósticos, ateos, sean blancos, negros, amarillos, cobrizos, todos consideran que en el vientre de una mujer embarazada hay un ser vivo humano (o, algunos dicen, un proyecto humano). Por tanto, no se trata de un tema religioso, filosófico, cultural, político o ideológico. No hay un “derecho al aborto”. Es contradictorio defender la vida y al mismo tiempo defender el aborto.
A veces, el partidario del aborto dice que “la Ciencia ha demostrado que el óvulo fecundado no es un ser humano”. Afirmación que no es verdad: claramente, fehacientemente, la Ciencia ha comprobado que las características biológicas del nuevo ser son de tipo humano (en sus cromosomas, en su genética, en su físico-química y en muchos otros aspectos). Por lo tanto, si es un ser y es humano, es siempre un ser humano (aunque parezca una tautología).
Y ese nuevo ser concebido, aun no nacido, aunque sea dependiente (todos somos dependientes), es distinto que la madre (y que el padre), individual, diferente, sexuado, hombre o mujer, con su personal derecho a vivir. Igualmente, el enfermo, el discapacitado, el anciano, el menesteroso, el moribundo tienen también derecho a vivir.