Por Roberto Andorno. Doctor en Derecho y miembro del Comité Internacional de Bioética de la UNESCO Blogs, Huffington Post (France), Actualizado el 5 de Octubre de 2016.
CIENCIA – Algunas tecnologías, sobre todo en materia de medicina reproductiva e ingeniería genética, están creando riesgos inéditos para la integridad y la identidad de las generaciones futuras.
Estas últimas décadas, los progresos biomédicos han contribuido extraordinariamente al bienestar de la humanidad gracias al desarrollo de nuevas herramientas de prevención, diagnóstico y tratamiento de las enfermedades. Son los nuevos conocimientos, en particular, en genética humana que suscitan las mayores esperanzas y podrían incluso revolucionar la medicina al completo en los próximos años.
Pero al mismo tiempo, algunas tecnologías, sobre todo en materia de medicina reproductiva e ingeniería genética, están creando riesgos inéditos para la integridad y la identidad de las generaciones futuras. Es sobre todo a causa de eso por lo que nació la bioética. No es por casualidad si esta nueva disciplina tomó un desarrollo particular después del nacimiento de Louise Brown, en 1978, el primer bebé concebido en un laboratorio.
En este contexto, la finalidad última de la bioética consiste en controlar el control, es decir, procurar que la evolución biotecnológica esté supeditadas a la cuestión del sentido de la vida humana. Ya que las técnicas no son finalistas en sí; sólo existen para servir el ser humano, que continua siendo el objetivo último de las instituciones sociales y políticas.
La tarea es especialmente difícil, es necesario reconocerlo. Ya que, como lo observaba el filósofo Jean Ladrière en 1983, todo el decorado tecnológico que nos rodea parece orientarse hacia una modificación del modo de ser del hombre. Éste corre el riesgo de pasar del universo del don al universo de lo construido. La lógica del proyecto tecno-científico se inspira implícitamente en un imperativo: por todas partes donde es posible, es necesario sustituir a los mecanismos naturales, que son relativamente imprevisibles y opacos, por mecanismos artificiales, que son transparentes y más fácilmente controlables.
Las consecuencias a largo plazo de este cambio de paradigma no son baladís. Como destaca Jürgen Habermas, a fuerza de querer sustituir la contingencia de la procreación natural por la elección deliberada de los atributos de los niños futuros por medio de nuevas tecnologías, se corre el riesgo de poner en juego la condición de persona de quienes nos sucederán. El nuevo reto que parece dibujarse en el horizonte no es ciertamente de un eugenismo impuesto por el Estado como aquél que se conoció en la primera mitad del siglo XX, sino más bien lo que Habermas llama un “eugenismo liberal”, que deja a las preferencias individuales la elección de las intervenciones tecnológicas destinadas a elegir, al menos por exclusión, las características de la descendencia.
La utopía eugénica da conseguir que la imperfección física (e incluso moral) del ser humano pueda un día corregirse por medio de las nuevas tecnologías, de la misma manera que se repara una máquina defectuosa. Esta actitud es doblemente errónea: en primer lugar, porque no percibe que la finitud y la imperfección del hombre son una parte constitutiva de su ser. En otras palabras, no se trata de un fallo consustancial a los que sufren de una enfermedad o de un hándicap, sino que en última instancia afecta a cada ser humano del mismo modo, puesto que s todos estamos expuestos a dolores físicos o morales y, por fin, a la muerte. En segundo lugar, porque la utopía eugénica sobrestima ingenuamente la dimensión biológica del ser humano y olvida que su núcleo más profundo y la raíz misma de su personalidad escapan a las posibilidades de las tecnologías. Aunque los hombres serán concebidos en el futuro en el laboratorio de la manera más aséptica posible y podrán ser preservados de la transmisión de las enfermedades gracias a un examen genético implacable y a través del uso de gametos anónimos seleccionados; incluso cuándo pudieran vivir dos cientos años o más, o cuándo se les hubieran insertado calidades físicas o intelectuales extraordinarias, ¿qué nos garantizara que serán mejores en el sentido literal del término, es decir, en el sentido moral, ¿quién nos garantiza que no serán peores?
El problema de fondo es que, puesto que el hombre comienza a ser trabajado a la imagen de un objeto, corre el riesgo de ver debilitarse su condición de persona. Esta es la razón por la que lo que está en juego en la Bioética podría resumirse en la siguiente pregunta: ¿Cómo hacer para distinguir las tecnologías que personalizan al hombre de las que lo despersonalizan, las que lo vuelven más libre de las que lo vuelven más esclavo? ¿Es decir, cómo hacer para que el hombre siga siendo persona y no se convierta en un objeto?