Por José Luis Velayos (Catedrático de Anatomía, Embriología y Neuroanatomía, Profesor Extraordinario de la Universidad CEU-San Pablo – Miembro de CíViCa).
El mito de la eterna juventud, deseada por el Fausto de Goethe, es de raíz diabólica: es la oferta de Mefistófeles. Es un ansia que, como si fuese una epidemia, se ha instalado en la sociedad actual. No se quiere hablar de la muerte. En los tanatorios modernos se aísla higiénicamente, cuidadosamente, al difunto (generalmente anciano), y los familiares y allegados hablan, toman café o refrescos, fuman, ríen, bromean, dan rienda suelta a la locuacidad, como si la muerte no tuviese nada que ver con los vivos.
Hoy día, la infancia y la vejez son en cierto sentido olvidadas, pues el cuidar de los niños y de los viejos choca con la comodidad y el hedonismo de algunos, sean familiares o no. Los fetos, los embriones, los lactantes, los niños pequeños, así como los ancianos achacosos para algunos son “molestos”. Para “remediarlo”, se dispone del aborto y de la mal llamada eutanasia (¿muerte digna?).
En la fecundación del óvulo por el espermatozoide, la dotación cromosómica del nuevo ser es de 46 cromosomas, de los que dos son sexuales (XX para la mujer, XY para el varón), que determinan la diferenciación sexual. En épocas tempranas coexisten los conductos genitales en ambos sexos; con el transcurrir del desarrollo intraútero, destacan más unos conductos que otros, según sea el sexo; y al mismo tiempo se van desarrollando las diferencias genitales externas correspondientes. Todo, con vistas a la maduración necesaria para que con el tiempo pueda acontecer la procreación de nuevos seres humanos.
Muy tempranamente, entre los dos y tres años, es cuando el niño empieza a darse cuenta de que su cuerpo es sexuado, de lo que es más consciente hacia los 4 o 5 años, coincidiendo con la consciencia de que es mortal. A estas edades el niño puede sentir la angustia de su propia muerte. Y empieza a hacer preguntas sobre el porqué de las diferencias entre sexos y sobre el origen de los bebés.
Lógicamente, el niño, debido a su inmadurez (tanto orgánica como psíquica), no está capacitado para ser padre o madre.
El niño no está bajo el influjo de las hormonas que actúan en el adulto. Por eso, es vital el no inducir al niño a que realice prácticas sexuales; es una aberración pedagógica; el resultado es muy perjudicial. Y es que la hipófisis del cerebro del niño no regula todavía la actividad hormonal sexual. Se necesitan unos años para que sea así, a la espera de la aparición progresiva de la madurez corporal y afectiva. La actividad sexual no es propia del niño. Realmente es una falacia la aseveración de Freud de que el niño es “el perverso polimorfo”, que en su sexualidad va pasando por las fases oral, anal y genital.
En los abusos sexuales con niños se trata a la persona como un objeto que se utiliza caprichosamente. Son como objetos de “usar y tirar”. Tales actos constituyen una aberración. Son egoísmo puro. Son acciones que están muy lejos del amor al prójimo.
Una cosa es ser sencillo como un niño y otra muy diferente es ser un ingenuo, en el peor sentido de la palabra. Dice Jesucristo: “Al que escandalice a uno de estos pequeños más vale atarle una rueda de molino …” Y también dice: “Si no os hacéis como niños no entrareis en el Reino de los Cielos”
Por eso, es importante contestar a las preguntas de los hijos (o de los nietos, si es oportuno, pues el deber de informar es de los padres): es absurdo contarles la historia de “la cigüeña”. Es importante el clima de confianza. Muchas veces la verdad la saben a través de algún “amigote” o compañero. Por eso, es mejor que la verdad se la cuente su padre o su madre, cariñosamente, de una forma que se adapte a su edad, así como a su capacidad de comprensión. Y explicarlo de una forma delicada, de modo que no se entienda el asunto como una cuestión de pura animalidad.
Por todo lo dicho, se deduce que no es lógico incluir en la enseñanza la ideología de género y las propuestas LGBT. Es crucial creer en la sencillez del niño. No es pedagógico enturbiar una mente sencilla.