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Por el Dr. José María Montiu de Nuix, socio de CiViCa, doctor en filosofía, sacerdote, matemático

Uno de los datos más alarmantes de nuestra situación social estriba en que España es
uno de los países del mundo con menor índice de natalidad. Ha disminuido mucho el número
de nacimientos por razón de la anticoncepción y el crimen del aborto.

Que haya tan pocos nacimientos no puede ser casual. Ha de tener una causa. Es
evidente que un hecho tan generalizado indica una causa moral. Esto es, qué, muy
frecuentemente, no hay amor verdadero.

Que ésta es una de las causas es algo obvio. Pues, quién ama, se da. Es propio del amor
del santo sacramento del matrimonio darse totalmente al otro, en cuerpo y alma, sin trampas,
abiertos a la vida, abiertos a la posibilidad de la concepción de un nuevo ser humano, tal y
como enseña la encíclica “Humanae vitae” del Papa san Pablo VI.

Que en una población de tantos millones de hombres haya una fecundidad tan
limitada es, obviamente, un gran absurdo, a la vez que es un gran mal social, toda la sociedad
queda muy perjudicada por este hecho. Es también manifestación de una gran deficiencia
cultural.

Es claro que quién no tiene hijos, no tiene que abrazar el sacrificio de subirlos, de
trabajar por ellos. Pero, no vale la pena tener una concepción de la vida que no es querer
hacer el bien y evitar el mal, sino simplemente querer vivir la vida, entendiendo que “vivir la
vida” es vivirla de un modo egoísta. Manera ésta de vivir en la que ya no hace falta que haya
alguien por el que sacrificarse, alguien por quién tener que esforzarse, alguien que tire de la
vida de uno mismo hacia arriba.

No es verdad que quién no vive de modo egoísta, no vive. No es verdad que llevar la
cruz, esto es, esforzarse, saber sacrificarse, saber tirar del carro adelante, no sea fuente de
mucho bien.

Se confunde la libertad con lo que uno apetece, con los antojos, con los caprichos. Se
confunde el placer con la felicidad. Se confunde liberarse con liberarse de ataduras, también
de aquellas ataduras que hacen al hombre grande y le diferencia de los animales.
A este proceso no es ajena la demagogia política del “pan y circo”, de bienestar y
diversión desenfrenada, que no sirve para la elevación de la persona, sino para su
adormecimiento y envilecimiento.

En cambio, en quiénes han sabido darse, han abrazado los mayores ideales, han sido
capaces de subir la cuesta hacia la cumbre de la montaña, vemos una maravilla: resplandecen
de felicidad. Quién es capaz de esforzarse, de llevar la cruz, de sacrificarse por los demás, es
capaz de volar alto, de tener ilusión y entusiasmo, un ideal grande para vivir, que llena el alma.
El siglo XX ha sido el siglo de Teresa de Calcuta. Una gran mujer, gran heroína de la
caridad, Premio Nobel de la Paz, admirada por todo el mundo, defensora de la vida de los
concebidos aún no nacidos. Una mujer valiente que ha sabido DARSE a los más miserables,
sabiendo reconocer en ellos a Cristo sufriente. En fin, una mujer de veras cristiana. ¡Admirable!

El anticoncepcionismo es un engaño, detrás de la flor está la serpiente. Mientras que,
donde se siembra la cosmovisión anticoncepcionista, no crece la hierba; donde cunde la
apertura a la vida, florece un jardín que es un verdadero mar de hermosura y de grandeza. ¡La
felicidad está aquí!