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Por José Luis Velayos, Catedrático de Anatomía, Embriología y Neuroanatomía, Profesor Extraordinario de la Universidad CEU-San Pablo – Miembro de CíViCa. Enviado el 3 de septiembre de 2023

En el ser humano la vida es unidad abarcativa de lo morfofuncional, fisicoquímico, psicológico, en un lugar y momento concretos, con posesión del pasado y del presente, vertida al futuro. Es algo personal, propio, individual, exclusivo, intrasferible.

Kurzweil, en 2012, afirmaba: “En poco más de 30 años, los humanos serán capaces de cargar toda su mente a las computadoras y convertirse en un inmortal digital”; con ello, “las diferencias entre la máquina y el hombre se irán difuminando”. Sin embargo, si no sabemos con exactitud qué es la mente, ¿qué podrá cargarse en una máquina?

La máquina es perecedera, pues sus materiales se desgastan. El hombre podrá estar en coma, con corazón artificial, con piernas ortopédicas, ventilación mecánica, diálisis, etc., pero su ser siempre será humano. En concreto, ahí no hay desgaste. Su alma es inmortal. Las máquinas no son inmortales.

El comienzo de la vida está en el momento de la fecundación; el momento de la muerte, también puntual, es también parte de la biografía de cada individuo.

Se dice que la muerte es la separación del cuerpo y del principio vital (alma, psique). Y se han dado definiciones impersonales: la extinción del sistema individual, la ausencia de todo movimiento, la supresión del metabolismo, etc. Realmente, la muerte supone el cese del funcionamiento del organismo como un todo, la desaparición de la unidad biológica.

El cerebro es el órgano crítico cuyo fallo determina irreversiblemente la muerte. Es la estructura biológica de la que depende en gran medida la unidad vital. Dentro del mismo, el tallo cerebral regula, entre otras, las funciones respiratoria y circulatoria, esenciales para vivir. Es  la zona, en el toro, entre la cabeza y el cuello, en que el matador hunde la espada al final de la faena, provocándole la muerte inmediata.

 El hombre es el animal que conoce que va a morir. Hacia los tres/cuatro años, junto a la experiencia de la yoidad puede aparecer la angustia de la muerte.

Como la  muerte es inexplicable de forma experiencial, el miedo a morir es normal: miedo a que suceda una aniquilación, o bien un cambio de morada, un tránsito.

Por lo dicho, y por otras abundantes razones, el suicidio es antinatural.

Decía Julián Marías que es seguro que moriremos, pero no tenemos seguridad de lo que pasará después.

El papa San Pablo VI hablaba de la “misteriosa metamorfosis” que ocurrirá con la muerte: “las esperanzas son para el más allá”, decía. Santa Teresa de Jesús, en sus ansias de alcanzar  la vida eterna, afirmaba, “muero porque no muero”. Algo similar decía otro gran místico, San Juan de la Cruz.

Son conocidas las referencias a un túnel, a la visión de una luz, la conciencia de ser espectador del propio fallecimiento, etc.; experiencias que narran personas que han estado al borde de la muerte; fenómenos que quizá podrían tener un correlato fisiológico: ¿disminución de la cuantía de oxígeno en áreas cerebrales visuales? ¿afectación del tallo cerebral? ¿de áreas uni y/o plurimodales asociativas?, etc., etc.

La ciencia no puede demostrar la existencia de otra vida, pero el hombre, desde su infancia, intuye que va a vivir siempre. Desea una inmortalidad de verdad, de forma personal, no la de vivir en el recuerdo, en estatuas, en imprenta.

Hoy día, muchos quieren parecer siempre jóvenes, fiándose en la ciencia para conseguir la inmortalidad. En el fondo es una fuerte manifestación del deseo de vivir siempre.  La fe en la ciencia, en algunos, sustituye a la fe en Dios.

Al animal “le tiene sin cuidado” la vida eterna. Está aferrado a su propia vida, le ocupa lo próximo, lo inmediato. Pero al hombre le preocupa el para siempre (el existencialismo cristiano fue una potente corriente cultural en el siglo XX). Desea “ver la luz” al final de sus días. En la Divina Comedia, el Dante describe el Paraíso como la posesión de la Luz inacabable, identificada con el ser de Dios.

La resurrección de la carne es dogma de fe. Se nos ha prometido vivir eternamente. “Vita mutatur, non tollitur” (en inglés: “Life is changed, not taken away”).