Por Nicolás Jouve, Catedrático Emérito de Genética, Presidente de CiViCa. Publicado en Actuall el 13 de mayo de 2019.
El mes pasado vivimos una avalancha de propaganda a favor de la eutanasia tras la divulgación interesada del caso de suicidio asistido de María José Carrasco. En el artículo que dediqué al tema, decía que, a pesar del consentimiento mutuo del matrimonio y de todos los elementos emotivos del caso, nos sorprendían las formas, la profusión de imágenes, la grabación en directo, la difusión inmediata en medios de comunicación y sobre todo el escenario y la soledad de la pareja lejos de un ambiente médico. No es difícil adivinar una estrategia que lo aprovecha todo y lo utiliza todo para sus fines políticos.
Que los árboles no nos oculten el bosque. Este caso, sin duda merece una reflexión que no ha de quedarse en los aspectos emotivos y superficiales que a toda persona de bien le produce un hecho de esta naturaleza. En el trasfondo de la eutanasia hay una negación a la consideración de que una persona es algo más que un ente material efímero, y de lo que se trata es de imponer la idea de el valor de la vida se ha de medir en función de las circunstancias de su salud. Si se analiza en profundidad, se revela una aparente contradicción entre el racionalismo con que se decide sobre quien merece seguir viviendo y quien no, y la apelación a la sensibilidad, la generosidad o la compasión, que son manifestaciones genuinamente humanas y pertenecientes al componente espiritual de cada persona. Si nos conmueve la precariedad de la salud de alguien, ¿cómo se puede decidir que hay que acabar con su vida, en lugar de poner todos los medios a nuestro alcance para aliviar su sufrimiento?
A quienes promueven la legalización de la eutanasia no les interesa revelar la perspectiva materialista ni los intereses económicos que hay detrás. Eso mejor ni tocarlo
El 25 de enero de 2012, la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, constituida por representantes de 47 países, aprobó una resolución por la que recomendaba prohibir la muerte asistida. En ella se decía que “la eutanasia, en el sentido de la muerte intencional, por acción u omisión, de un ser humano en función de su presunto beneficio, siempre debe estar prohibida”. Los países que implantaron la eutanasia o la muerte asistida –con el caso paradigmático de Holanda-, conocen bien las consecuencias de tal decisión, saben el desasosiego que produce en las personas mayores caer enfermas y que alguien juzgue, con criterios puramente técnicos, que su vida ya no vale y que supone un alto coste para el sistema público de salud. ¿Es esto lo que queremos que pase en España?
Sin embargo, a quienes promueven la legalización de la eutanasia no les interesa revelar la perspectiva materialista ni los intereses económicos que hay detrás. Eso mejor ni tocarlo. Se dedican a capturar conciencias y a manipular los sentimientos, mediante una campaña de creación de un estado de opinión favorable a la opción de la muerte inducida por activa o por pasiva, pero, eso sí, por compasión.
La avalancha de mensajes a favor de lo que ha pasado con María José Carrasco, con los antecedentes de Ramón Sampedro en 1988, Ramona Estévez en 2011, etc. forma parte de una campaña política, sostenida y creciente desde hace años, atendiendo a la demanda de la “Asociación Derecho a Morir Dignamente”, legalizada en España en diciembre de 1984. Desde entonces, esta asociación y sus seguidores, promueven el discutible derecho de toda persona a disponer con libertad de su cuerpo y de su vida, y a elegir libre y legalmente el momento y los medios para finalizarla, incluido el derecho de los enfermos terminales e irreversibles a, llegado el momento, morir pacíficamente y sin sufrimientos, si éste es su deseo expreso (alusión al llamado testamento vital). Lo que pasa es que esto último, que podría entenderse como el deseo de la aplicación de una sedación paliativa y proporcionada para evitar el dolor, se deja como una alternativa al asesinato compasivo o al suicidio asistido, que para el caso es lo mismo.
Es exactamente la misma técnica, el mismo proceso, la misma astuta estrategia que se utilizó con el aborto, primero su despenalización, luego la legalización y finalmente la conversión en un derecho
La idea es convertir la eutanasia en algo demandado por la sociedad. Quienes la defienden se atribuyen la representación de toda la sociedad e incluso esgrimen encuestas de que nueve de cada diez españoles están a favor de la eutanasia. Supongo que querrán decir que nueve de cada diez españoles están en contra del encarnizamiento terapéutico, como si no hubiera otras posibilidades. Pero eso les da igual. El fin justifica los medios y como lo que se quiere es inducir un estado de opinión, todo vale, con tal de contribuir a la campaña favorable a la eutanasia. Se trata de crear, sutilmente, suavemente…, un estado de opinión a favor de la eutanasia. Es exactamente la misma técnica, el mismo proceso, la misma astuta estrategia que se utilizó con el aborto, primero su despenalización, luego la legalización y finalmente la conversión en un derecho.
En esta campaña, se oculta la dignidad y el valor irreductible de toda vida humana, independientemente de su condición de salud, y, según convenga, se presentan casos y se manipulan los términos. Por ejemplo, se presenta como equivalente la eutanasia pasiva con la renuncia al encarnizamiento terapéutico., como si no existieran más alternativas. Como si, para evitar la aplicación de unos medios desproporcionados, solo fuese posible renunciar a cualquier tipo de cuidados y acelerar la muerte.
En realidad, renunciar a unos medios desproporcionados significa solo no alargar artificialmente la vida, cosa con la que todos podemos estar de acuerdo. Sin embargo, ante la certeza de que ya no es posible atajar el proceso de la muerte ni devolver la salud a un paciente terminal y partiendo de la base del carácter finito de la vida humana, hay una alternativa a la eutanasia y a la obstinación terapéutica, que se llama Medicina Paliativa.
Paradójicamente se señala que la eutanasia es una necesidad social y que además es progresista, como si el progreso tuviese algo que ver con la eliminación de la vida. En absoluto, ni es progresista el aborto ni lo es la eutanasia… Como bien decía Miguel Delibes en uno de sus magistrales artículos escrito en diciembre de 1997: “Antaño, el progresismo respondía a un esquema muy simple: apoyar al débil, pacifismo y no violencia […] El ideario progresista estaba claro y resultaba bastante sugestivo seguirlo. La vida era lo primero”.
Pero con todo, el problema es otro. Como ya señalamos en la Declaración de CiViCa sobre la Eutanasia, publicado en julio del año pasado, dejando al margen consideraciones morales, lo que está en juego con la legalización de la eutanasia no es el derecho a morir sino el derecho a exigir a un tercero que te mate. Lo que piden los partidarios de la eutanasia es que se atienda en todo caso la petición de muerte del enfermo, lo que necesariamente ha de traducirse en que se aplique la muerte por un particular que esté dispuesto a ello o que sea el Estado quien atienda a esa petición. Dado que los médicos no pueden ejercer de matarifes por su propio código deontológico ¿está dispuesto el Estado a crear un cuerpo de funcionarios cuya función sería quitar la vida a quienes lo pidieran?
Antes que aceptar una ley de eutanasia debería tenerse en cuenta que lo que realmente importa es respetar la dignidad del enfermo en el trance final de su vida, y evitar su sufrimiento. La vía para aliviar ese sufrimiento sólo puede ir de la mano de los Cuidados Paliativos y no de la eutanasia.