La madre y el niño: ¡amores que duelen!

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Por José Manuel Belmonte, Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CiViCa. Publicado en el Blog del autor Esperando la Luz el 3 de mayo de 2019

En España,  el día 5 se celebra el día de la madre. Voy a hablar de ellas, como lo vengo haciendo cada año. Si el amor habla todas las lenguas, debe hablar también el de los sentimientos más diversos. Amor y dolor, no son opuestos. Aparentemente contrarios son mutuamente esclarecedores, de principio a fin.

Al escribir, mi sensibilidad está marcada por dos extremos: 1) El título «Amores que duelen«, lo tomo de la recreación de casos reales de violencia de género que viene emitiendo Telecinco, y está en su 3ª temporada, según me dicen.  Y 2) por las palabras de un niño de 6 años que me han hecho pensar y me han emocionado.

El amor y el dolor nos acompañan desde la intimidad de nuestro ser y se manifiesta cuando amamos. Cuanto más demos y entreguemos de nosotros mismos, más felices seremos y más tendremos, aunque parezca mentira o una paradoja.  Darlo todo al ser querido, hasta dar la vida, tiene su grandeza. Como en las madres.

Dar a luz es un doloroso gozo, inigualable. Entregar un hijo en adopción, por las razones que sean, puede  ser un acto inmenso de amor y de dolor, hacia ese bebé. Abrir el núcleo familiar para acoger y sacar adelante a bebés abandonados o desahuciados, o simplemente adoptados, revela un corazón capaz de dar amor y de sufrir cuando se van. Tengo la suerte de conocer a Teresita, una super-mamá que ha tenido 4 hijos biológicos y ha adoptado temporalmente a 14 más. Al nacer no siempre vienen en las mejores condiciones.  Me decía: el último, «ha cumplido ya 2 años, aunque va muy lento su proceso».

Ser «madre» es un amor doloroso.

En general, es un acto de donación grandiosa y creativa, doloroso y vital. Gratificante y lleno de generosidad, pero no exento de riesgo. La vida que hemos recibido, es siempre de agradecer por todo hijo. No es que haga falta un día especial, para demostrarlo, porque una madre siempre es madre y un hijo lo será siempre, lo sepa o no.

El parto natural es doloroso, sin ser el dolor constante. Los picos de dolor se alternan con pausas de ausencia de sufrimiento, que el cuerpo aprovecha para segregar sustancias que inhiben en parte el dolor de dar a luz.

Las madres, desde que el mundo es mundo, durante el parto, tienen una resistencia especial al dolor. La ciencia ha encontrado sustancias endógenas, segregadas por el cuerpo, que son moduladoras de los picos de dolor y la sensación de bienestar, orgasmo, como opiáceos o analgésicos. Esas sustancias químicas producidas por el cuerpo humano -especialmente en el cerebro- inhiben de forma natural gran parte del dolor, y/o lo preparan para superar otro «pico» hasta que el parto concluya.

El dolor existe, no hay que negarlo, existen unidades para medirlo. «Se sabe que el cuerpo en sí solo puede soportar 45 unidades de dolor, debido a que no está acostumbrado en condiciones normales a resistir más de eso… Sin embargo en el momento del parto, una mujer llega a soportar mucho dolor, es decir, se calcula que puede resistir 57 unidades de dolor, lo que si lo traducimos en algo que pudiéramos considerar para punto de comparación, sería lo equivalente al dolor de 20 huesos rotos al mismo tiempo» [enlace].

Y sin embargo, el amor de una madre por su hijo es mucho más fuerte que el dolor. El dolor es real, aunque el organismo segregue naturalmente sustancias que lo alivien, pero el amor solo puede crecer e iluminar. La madre, al ver a su hijo, podrá olvidar el dolor del parto, pero su amor, con la alegría, está preparado para crecer. Lo que dolía es pasado y, el ahora es susceptible de ser embellecido por el gozo presente. Es que, como dice la mamá Anne Lamott: «hay lugares en el corazón que no descubres hasta que amas a un niño».

El niño, la nueva vida, tiene una misión personal, familiar y social.

Se olvida con demasiada frecuencia. Ese ser humano, es un espíritu, que decide encarnarse en el acto de amor en que ellos se entregan. Desde su propio ser, en el momento de su concepción en el vientre materno, puede ayudar a la madre y viene para llevar a plenitud a los progenitores y  experienciar en un cuerpo concreto lo que necesite para desarrollarse y ser feliz.

El hijo, es el gran olvidado de la sociedad y, a veces, tiene que hacerse presente y denunciar.  Sí, denunciar el maltrato y la violencia machista; pero también, su derecho a estar aquí.

Pese a las campañas feministas y la machacona insistencia de los medios de comunicación, -aunque «una muerte» ya es demasiado -, nadie tiene derecho a quitar la vida nadie. España es el país europeo con menor caso de violencia de género.

Bienvenidos, pues, los testimonios de las propias víctimas y de las personas -familiares o no-que han ayudado a esas mujeres a superar esa violencia machista. Y, bienvenidas las reproducciones que los medios hacen de esos casos. El machismo es una lacra social, no pretendo minimizarlo en absoluto.

Sin embargo quiero hacer dos puntualizaciones:

1) El mayor número de víctimas se produce, no entre las mujeres, ni entre las madres, se produce entre los niños concebidos y en el vientre materno. En España, cerca de 300 diariamente. ¡Diariamente! Aunque el dato estremece, no se comenta, no se les pone cara, aunque la tienen, no sale en los medios, y el hecho se justifica con dos supuestos derechos: «el derecho a decidir» y «el derecho a hacer con su cuerpo lo que quieran». Ninguno de los dos «supuestos derechos» puede justificar la violencia de quitar la vida a un inocente, que es físicamente distinto de su madre, aunque momentáneamente esté en su vientre. Que algo sea legal, no implica que sea ético. ¿Tiene alguien duda de que esos supuestos duelen?

2) Debido a la presión feminista, y al amparo de las instituciones, muchos jueces pasan de impartir justicia cuando una mujer denuncia falsamente a un hombre por maltrato. Incluso los miembros del ejecutivo dicen que a la mujer hay que creerla, sí o sí. Resulta que en muchos casos el  hombre o padre acusado, primero se le arresta, segundo, puede pasar mucho tiempo sin ver a su(s) hijo(s), e incluso después de que un tribunal le haya absuelto y declarado inocente… ¡para no traumatizarlos!

Con esa denuncia injusta se les ha quitado la custodia sobre sus propios hijos y se les arrebata el derecho al amor hacia ellos y de ellos. Esa manipulación, convierte al padre en víctima, pero también a los niños. ¿Cómo se llama a esa violencia? ¿Cómo se repara esa violación de los derechos de los inocentes? No poder ver a sus hijos, no poder expresarles su cariño, ¿no  duele?

 «Más vale la vida que unos regalos».

La frase  es de Jonas, un niño de 5 ó 6 años, que debería estar esculpida a la entrada de cada hogar. Es una experiencia vital o corazonada, de un niño asustado, que escapó montaña arriba, para salvar su vida y ayudar a su mamá o al contrario, o ambas a la vez. Tuvo que andar por un terreno escalopado y desconocido, durante varias horas.

Cuenta, la primera persona que lo vio subir, que «El niño venía agobiado mirando hacia atrás y asustado». Cuando pudo expresarse en su idioma, -era alemán-, reveló algo que alertó a las autoridades. Al parecer el padre les dijo que tenía para ellos unos regalos de Pascua en una cueva. Se llevó de excursión a su madre y sus dos niños, hacia la cueva. Allí, los ojos inocentes de Jonas, vieron que su padre golpeaba con violencia a su madre. Aterrorizado huyó, no solo para escapar sino sobre todo para pedir ayuda.

Al alejarse, probablemente no pudo presenciar la muerte de su madre Shylvia y de su hermano  mayor, presuntamente, a manos de su padre Thomas Handrick  (43 años), en una cueva del municipio de Adeje, al sur de la isla de Tenerife (España). Su corazón intuyó el peligro, el dolor, el miedo y la gravedad de la situación.

En ese contexto, Annelies, la señora holandesa que se ofreció para hablar en alemán con Jonas, cuenta que cuando el niño se calmó, hizo «una reflexión que la dejó helada:»Más vale vivir que los regalos de Pascua! ¡Me llegó al alma!».

Cuenta, también Annelies, que por la tarde Jonas (que solo hablaba alemán) jugaba con su nieto (que solo habla español) y se entendía muy bien. Ella, en un momento le dio a Jonas dos golosinas.  Dice que el niño le sonrió y dijo: «una para mí y la otra la guardo para mi hermano«.

Hoy, cuando escribo estas líneas, el niño ya está en Alemania, con los abuelos maternos. El pequeño, tendrá que rehacer su vida. Seguro que aunque lo tenga todo, pensará en su hermano a quien nunca podrá entregar la golosina que guardaba para él. Y, sobre todo, echará de menos a su madre.

Al celebrar el día de la madre, que alguien piense en estos niños. También en  las madres a quienes sus maridos -por venganza- les arrebataron a sus hijos.  ¡Son amores que duelen!

La venganza, no suele enroscarse en el corazón de los animales. Tal vez por eso,  Leonardo da Vinci dijo en su día que «el hombre es el rey de las bestias, porque su brutalidad las supera«. ¿Solo el varón?

BELMONTE
BELMONTE
Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CíViCa