Por el Prof. Luis Franco Vera. Catedrático de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad de Valencia, Académico de Número de la Real Academia de Ciencias de España y Académico de Número de la Real Academia de Medicina de Valencia. Miembro de CiViCa. Publicado en el Observatorio de Bioética de la Universidad Católica de Valencia el 5 de julio de 2022.
El pasado 24 de junio, la Corte Suprema de Estados Unidos revocó la sentencia Roe vs. Wade, que había establecido en 1973 que existía un derecho constitucional al aborto, de forma que una mujer encinta tenía libertad para escoger el aborto como forma de terminar su embarazo. La sentencia Roe vs. Wade se ha utilizado desde entonces por los grupos autodenominados “pro-choice” en sus esfuerzos para ampliar las circunstancias en las que el aborto no solo fuera legal, sino también un derecho de las mujeres. Ahora, la reciente sentencia declara que el aborto no es un derecho constitucional y, por tanto, restablece la libertad de los diferentes estados para prohibir el aborto.
¿Cuál es la razón por la que este artículo lleve un título entre interrogantes? El pasado 16 de mayo, la prestigiosa revista Science, de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, publicó un artículo editorial titulado “La Corte ignora la ciencia”. El artículo estaba firmado por la Dra. Diana G. Foster, que sostenía que la Corte Suprema de Estados Unidos ignoraría la ciencia si, finalmente, revocara Roe vs. Wade. La Dra. Foster basaba su pretensión en los resultados del Turnaway Study, un estudio encaminado a estudiar los efectos de un embarazo no deseado en las mujeres, y que había sido dirigido por ella misma. Como se decía en el mencionado editorial de Science, «el Turnaway Study ha seguido a casi 1000 mujeres de todo el país durante 5 años para ver como el haber accedido a un aborto o el habérselo denegado afectó su salud física y mental, sus finanzas, sus relaciones y sus otros hijos». Una de las conclusiones del estudio era que «la inmensa mayoría de las mujeres ‒más del 95%‒ sentían en todo momento, a lo largo de los 5 años posteriores, que abortar había sido la decisión correcta». Esas cifras se difundieron ampliamente en los medios de comunicación y se usaron por los lobbies pro-abortistas para apoyar sus campañas. En una entrevista de prensa, la Dra. Foster declaró que «la ciencia claramente muestra que el aborto es increíblemente común y que es importante para que las mujeres lleven una vida plena». Sobre esa base, el principal argumento del artículo editorial de Science era que la Corte Suprema no podía descartar la evidencia científica.
Un estudio con serios defectos
Sin embargo, es preciso examinar los detalles del Turnaway Study para comprobar la validez científica de sus pretensiones. Como se ha dicho anteriormente, el estudio fue dirigido por la Dra. en Demografía Diana Greene Foster. Alrededor de 40 investigadores participaron en el estudio que se inició en 2007 a expensas del grupo de investigación pro-aborto “Advancing New Standards in Reproductive Health (ANSIRH)”. Los resultados se describieron en unos 50 artículos en revistas científicas, descritas por la Dra. Foster como de alta calidad, pero con 5 o 6 excepciones, los artículos se publicaron en revistas poco conocidas de bajo impacto.
El estudio tenía serios defectos que permiten a un lector crítico plantear serias dudas sobre su validez científica. El primero se refiere al número y selección de las mujeres participantes en el estudio. Se reclutaron entre las clientas de 30 clínicas abortistas que aceptaron colaborar. La posibilidad de participar en el estudio, que se llevaría a cabo a través de entrevistas telefónicas cada 6 meses a lo largo de un periodo de 5 años, se ofreció a 3054 mujeres, a las que se había practicado un aborto o se les había denegado, normalmente por haber superado el límite gestacional. Se ofreció a las mujeres una recompensa de 50 US$ por cada entrevista. Solo 1.132 de ellas aceptaron inicialmente participar, pero, de hecho, solo 956 iniciaron las entrevistas, y varias de ellas se retiraron después de la primera o sucesivas entrevistas, de modo que solo unas 520 mujeres participaron hasta el final del estudio. Más aún, varios de los distintos artículos que describen las conclusiones del estudio dan cuenta de los resultados obtenidos con menos mujeres (por ejemplo, solo se recogen las respuestas de 174 mujeres a la pregunta de sus intenciones sobre quedar otra vez embarazadas después de haber abortado). Evidentemente, todas estas cifras ponen de manifiesto que el tamaño muestral es muy bajo ‒extremadamente bajo en algunos casos‒ pasa obtener conclusiones estadísticamente significativas y aún más bajo para hablar de “una inmensa mayoría de las mujeres”. Por otro lado, también se ha advertido que el grupo final de mujeres que participaron a lo largo de todo el estudio es atípico en varios sentidos (Reardon, 2018).
El Turnaway Study se puede criticar también en otros aspectos. Por ejemplo, los autores lo describen como “un estudio prospectivo, longitudinal de cohorte”. Para los lectores que no estén familiarizados con la nomenclatura empleada en los ensayos clínicos u otros estudios científicos, un estudio longitudinal implica observaciones repetidas de las mismas variables a lo largo de periodo de tiempo más o menos prolongado. En un estudio de cohorte, un grupo definido de personas, llamado la cohorte, se sigue a lo largo del tiempo, para examinar la asociación entre diferentes exposiciones y sus consecuencias.
En un ensayo clínico, por ejemplo, “exposición” significa las intervenciones realizadas sobre los pacientes. Un auténtico estudio de cohorte debe incluir un grupo de personas no expuestas para comparar sus respuestas con las de la cohorte expuesta. El lector interesado puede encontrar más detalles en el artículo de Mathes y Pieper (2017). En el Turnaway Study las mujeres se dividieron en tres grupos: (i) mujeres a las que se denegó el aborto por presentarse tres semanas después de expirado el límite gestacional exigido por la clínica; (ii) mujeres que fueron admitidas a abortar dentro de las dos semanas anteriores al límite gestacional exigido por la clínica; (iii) mujeres que se presentaron en el primer trimestre de su embarazo y que fueron sometidas a aborto. La relación de mujeres en estos tres grupos fue de 1:2:1 (Dobkin et al., 2014). Un fallo del Turnaway Study es que, de hecho, no existe un auténtico grupo de control. Los autores del estudio usan el primer grupo, mujeres a las que se denegó el aborto, como el grupo de control, no expuesto. Pero todas las mujeres ya estaban expuestas a un embarazo no deseado y habían deseado abortar.
Esta última circunstancia, como observa Reardon (2018), puede contribuir total o parcialmente al componente traumático de algunas experiencias abortivas. En consecuencia, el Turnaway Study carece de las condiciones requeridas por un auténtico estudio prospectivo de cohorte y debe considerarse simplemente como una serie de casos, de acuerdo con los criterios de Mathes y Pieper (2017). La distinción es importante, porque la designación atribuida por Foster y sus colaboradores a su estudio causa la falsa impresión de que reúne los criterios de un riguroso estudio prospectivo de cohorte.
Aparte de los motivos anteriores, hay otros errores en el Turnaway Study. Como se ha mencionado anteriormente, el estudio se realizó mediante entrevistas telefónicas. Mientras que este método puede ser admitido cuando a las mujeres se les preguntan cuestiones como “¿Pensó usted dar el bebé en adopción?” (Sisson et al., 2017), su validez es cuestionable, por ejemplo, para el autodiagnóstico de la depresión o la ansiedad.
Finalmente, hay algunas interpretaciones subjetivas de las respuestas dadas por las mujeres entrevistadas. Para citar un único ejemplo, a algunas mujeres se les ofreció ver imágenes de una ecografía antes de someterse al aborto y 212 aceptaron. Se les interrogó acerca de su respuesta emocional al ver las imágenes de la ecografía antes del aborto. De acuerdo con los resultados del Turnaway Study, 49 mujeres quedaron “tristes o deprimidas”, 30 se sintieron “culpables” y 29 “infelices o mal”. Las respuestas de estas 108 mujeres se clasificaron como negativas. Por el contrario, 48 mujeres se agruparon como manifestando respuestas positivas: 22 dijeron que se habían sentido “felices o emocionadas”, 15 “reconfortadas y 11 se sintieron “bien”. Hay otro grupo de 77 mujeres, que contestaron “no haber sentido nada” o “haberse sentido bien”, y se clasificaron como el grupo neutro. Sorprendentemente, cuando describen estos resultados, los autores del estudio afirman en el resumen del artículo correspondiente (Kimport et al. 2014) que «las emociones neutras (bien, nada) son las mencionadas más frecuentemente, seguidas por las emociones negativas (triste, culpable, infeliz) y luego por las emociones positivas (feliz, emocionada)». Para explicar las diferencias entre los resultados numéricos y la frase incluida en el resumen, en una nota a pie de página se dice que «puesto que “culpable” puede considerarse como una emoción positiva y “reconfortada” como neutra, las hemos excluido de este análisis».
Más aún, el artículo de Kimport et al. no menciona explícitamente cuántas de las mujeres que manifiestan sentimientos positivos pertenecen al tercer grupo del estudio, es decir, mujeres que se sometieron a un aborto en el primer trimestre del embarazo, y esta es una cuestión capital, porque, como se menciona en el más reciente artículo de revisión sobre la materia, «el temprano primer trimestre continúa siendo en parte una ‘caja negra’ a causa del tamaño limitado del embrión en desarrollo» (Dawood et al., 2022). Una imagen difusa solo puede producir sentimientos neutros.
Las razones anteriores pueden bastar para mostrar que el Turnaway Study no es tan fiable como sus autores pretenden. Sorprendentemente, a pesar de sus fallos, se cita en un artículo editorial titulado “La sentencia de Estados Unidos sobre el aborto es una tragedia; esto es lo que los estamentos investigadores deben hacer ahora” en el último número de Nature. La cita se incluye como un hipervínculo en la frase «Antes de que la sentencia se revelara, los investigadores remitieron a la Corte Suprema evidencias obtenidas durante 50 años que manifiestan, entre otras cosas, que el acceso al aborto contribuye tanto a una mejor atención sanitaria, como a la igualdad».
En el presente contexto hay que considerar dos cosas. Por una parte, la Corte Suprema de Estados Unidos no estaba juzgando sobre los aspectos científicos de la interrupción del embarazo, sino solamente sobre la constitucionalidad de Roe vs. Wade. Por otro lado, la ciencia es una materia lo suficientemente seria como para que no deba ser evocada para justificar posturas ideologizadas, y menos aun cuando los datos científicos no son sólidos.