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Por José María Montiu de Nuix. Sacerdote, matemático, socio de CiViCa. Publicado en Exaudi Catholic News el 7 de octubre de 2021 (imagen de portada: Vaticano © Cathopic.

Tras todos estos manchones de barro, ¿cómo ha quedado el rostro de la Iglesia, una, católica, apostólica, romana?

Es un hecho que fuera de la Iglesia ha habido abusos sexuales. También es verdad que los ha habido dentro de la Iglesia católica. Es seguro que ha habido muchos más fuera que dentro de la Iglesia. No tiene sentido, pues, exclamarse más por dónde hay menos manchas que por dónde hay más suciedad. Resultaría farisaico fijarse sólo en los abusos que ha habido dentro de la Iglesia, como si no hubiera habido otros. Sin embargo, sigue habiendo muchos fariseos, que cuelan el mosquito, y se tragan el camello.

Algunos del hecho de que ha habido abusos sexuales dentro de la Iglesia han pretendido deducir que se ha de tener una opinión negativa sobre ésta. Pero, tener mal concepto de la Iglesia es tener una idea falsa de la misma. En efecto: la fe católica es una doctrina sublime, que contiene una moral purísima y elevadísima, la mejor, muy superior a todas las ideologías humanas. En particular, su enseñanza sobre la santa pureza y la castidad, es la más elevada de todas, ¡blancura de nieve que extasía!, ¡oro puro!, ¡resplandor fulgurante!, ¡maravilla estupenda! Quién vive bien la doctrina católica deviene santo. La fe hace santos, hombres perfectos, lleva al cielo, da a luz en la gloria celestial. Es evidente que una doctrina ha de juzgarse no por los que no la cumplen, sino por los que la siguen. El cristianismo no ha de juzgarse pues por los malos cristianos, sino por los que han vivido bien el cristianismo, es decir, por los buenos cristianos, esto es, por los santos. El cristianismo es santo a pesar de los que lo viven mal, de los malos cristianos. Al igual que la paternidad es buena, a pesar de los malos padres. Más aún, el cristianismo habría de juzgarse por la conducta de Cristo mismo, el santo de los santos, maravilla de las maravillas, Cabeza del Cuerpo Místico. Pues, ser cristiano es participar de lo que Cristo tiene en plenitud, ser imagen de Cristo, otro Cristo, el mismo Cristo.

La imagen que sigue declara lo mismo. Habiendo buenos detergentes, que dejan limpio todo, de que alguien lleve el cuello de la camisa sucio no puede deducirse que no hay buenos detergentes, sino que no los ha usado. El cristianismo tiene todos los medios para que la persona esté limpia, de que un cristiano se ensucie, no puede deducirse que el cristianismo sea algo sucio, sino que dicho hombre no ha usado los medios que le ofrece el cristianismo para estar limpio.

Hay una relación esencial entre cristiano e Iglesia. Resulta esencial al cristiano, por coherencia con el querer de Cristo, formar parte de la Iglesia de Cristo, Cuerpo místico de Cristo. El cristiano es miembro de Cristo. En definitiva, ¡el cristiano es Iglesia!

El verdadero rostro de la Iglesia son los santos. Si se quiere juzgar a la Iglesia júzguesela por la sublime imagen de Cristo que siendo Dios, lavó los pies de sus discípulos, y, por amor, sufrió en la cruz, con gesto majestuosamente santo, perdonando a sus enemigos, dando su vida. Júzguesela por santa Teresa de Calcuta cuidando de los más pobres entre los pobres, con caridad maternal que sabe abrazar tanta miseria. Júzguesela por san Francisco de Asís, seráfico, desposado con la pobreza, con las llagas en las manos, muriendo cantando. Júzguesela por santo Tomás de Aquino, cuya pureza fue tan angélica que mereció llamarse el Doctor Angélico. Júzguesela por santa María Goretti, dejándose asesinar para no pecar contra la santa pureza. Júzguesela por san Ramón Nonato, que se dejó encarcelar a cambio de que liberaran a un cristiano encarcelado. Júzguesela por los que han estado tan firmes en la verdad moral y religiosa que se han dejado heroicamente despedazar por las fieras por no claudicar de sus ideales. ¡Ni fuego, ni leones, ni tigres, los han podido detener en la intrepidez de su virtud! Júzguesela por la Santísima Virgen María que ha sido la flor purísima más hermosa de toda la historia. Júzguesela por san Pedro Claver, hecho esclavo de los esclavos negros, por amor. Júzguesela por san Juan Bautista, que tenía la osadía y la valentía de decir las verdades al malvado rey Herodes, hasta morir decapitado. Júzguesela por san Juan Bosco que se desvivía por enseñar y formar a los pequeñuelos. Júzguesela por santa Gianna Beretta que prefirió morir a que no naciera su pequeñuela hija que llevaba en su seno. Júzguesela por sus innumerables santos.

La Iglesia es santa, pero está formada por pecadores. Además, han sido innumerables los católicos que han vivido de manera verdaderamente admirable la santa pureza, y los santos católicos, frutos hermosísimos de árbol tan santo. En particular, tantísimos sacerdotes y religiosos, que han destacado tanto en esta virtud.

También entre los doce apóstoles hubo un Judas. Esto no significa que la institución de los apóstoles no fuera una cosa buena, sino tan sólo que en uno de los doce hubo una patente y potente mancha negra. Negrura que procede de que el hombre es libre para usar bien o mal de su libertad. Pero, esta mancha, por fuerte contraste, aún hace resaltar más la santidad de los otros once.

También las caídas de algunos eclesiásticos hacen resaltar especialmente los innumerables sacerdotes y personas religiosas que han vivido de manera admirable y exquisita la virtud de la santa pureza.

Es verdad que estas almas modélicas no son noticia, pues no han escandalizado a nadie, se han comportado virtuosamente. Pero, sólo un miope podría pensar que, porque no son noticia, no existen. El Sol no deja de existir porque uno haya cerrado los ojos. Por mucho que se insista en los negros nubarrones, no deja de ser verdad que mucho más grande y mucho más importante es el Sol.

Cervantes decía que es de hombres bien nacidos, ser agradecido. Doy gracias a Dios por la Iglesia católica, que es santa, cuyo verdadero rostro son los santos y que ha dado lugar a una inmensa cantidad de santos, a un número grandísimo de almas puras y castas, entre ellas a tantísimos sacerdotes y religiosos. Sólo los malos católicos han caído. ¡Qué grande y hermosa es la catolicidad! ¡Qué bella es la Iglesia! ¡Cuán radiante está en medio de este mundo enfermo! ¡Es la bella fuente en medio del desierto! ¡Es canto y alegría! ¡Mil luces de colores que fluyen del amoroso sagrado corazón de Cristo!