Por Javier Ros Cordoñer. Sociólogo. Universidad Católica de Valencia ¨San Vicente Mártir”. Pontificio Instituto Teológico Juan Pablo II Faculta de Teología ¨San Vicente Ferrer”. Valencia. 22 de marzo de 2020.
El análisis y la prospectiva ante la situación que nos encontramos es muy complicada pues son muchos los factores que entran en juego en esta pandemia.
No es fácilmente demostrable que detrás de la epidemia del Coronavirus se encuentre ningún interés de poder político o económico pues no es pertinente entrar en las teorías de la conspiración y en todo el mundo de las fake news que están inundando las redes estos días. No obstante, sí que podemos afirmar con rotundidad que estamos en una crisis global que va a reconfigurar nuestro sistema político, económico y social. Vamos a ver cambios, desde aquellos más evidentes hasta los que van a venir poco a poco y se introducirán en nuestra cotidianidad sin apenas darnos cuenta.
Toda gran conflagración mundial siempre ha sido aprovechada por las grandes potencias mundiales, tanto políticas como económicas, para acrecentar su poder y elevar las cotas de acumulación monetaria. Las guerras siempre han sido un revulsivo económico y para la reestructuración de los equilibrios de poder. En esta ocasión no va a ser menos.
En este sentido el denominado Covid-19 está demostrando una capacidad de aniquilación muy interesante pues actúa principalmente de forma letal entre la población anciana y los enfermos con problemas cardiorrespiratorios. Esta afirmación puede catalogarse de muy dura, lo es. Sin embargo, no podemos obviar las afirmaciones de la señora Lagarde hace muy poco en las que decía que sobraban personas mayores en nuestras sociedades. Tampoco podemos dejar de lado las dificultades de los estados de bienestar para hacer frente a las pensiones y al alto gasto sanitario, así como la carrera de todo occidente hacia la eutanasia.
Se nos ha dicho hasta la saciedad que nuestra vida era nuestra, que éramos los constructores de nuestras decisiones y que el ser humano se encontraba a las puertas de unos niveles de libertad inimaginables hasta el momento. Sin embargo, la realidad es tozuda, asistimos al confinamiento casi global de la población en sus domicilios, se evidencia que somos incapaces de avanzar escenarios seguros tan solo para unos días y que la salud depende de nuestras actitudes individuales, pero, sobre todo, del sentido de comunidad que tengamos.
La modernidad líquida entra en crisis. Se analizaba la sociedad como ese lugar donde el que se hace volátil vence, donde el que va rápido consigue más, donde el trabajo se hace no presencial y la emotividad se erige en guía de las conductas. No es así. Observamos como la primera línea frente a la pandemia no se encuentra en estas premisas sino en todo lo contrario. En estos momentos nuestro sistema de convivencia, de supervivencia diría yo, se asienta en aquellos que están a “pie de obra”: los sanitarios, los transportistas, los dependientes de supermercados, los trabajadores de la limpieza, las fuerzas de seguridad… Se hace evidente que la economía real, la del trabajo en “el tajo”, es la verdaderamente imprescindible y es la que sustenta las evanescencias libertarias y fluidas de las élites. Junto con ello sí que es cierto que hay una clara brecha entre quienes pueden estar más “protegidos” por su trabajo a distancia y aquellos que siguen en la cadena de montaje o en la obra, sin entrar, como acabo de apuntar, en los que están en el frente de combate. Para ellos nuestra gratitud incondicional.
No se puede encarar esta crisis desde la emoción sino desde el compromiso con la más cruda realidad. Las emociones en estos momentos nos pueden llevar tanto a la desesperanza y la ansiedad, como a falsos optimismos por una excesiva confianza en el ser humano. Nuestras decisiones en estos momentos se nos escapan, se nos escurren… también ellas se encuentran en “arresto domiciliario”. Es necesario “entrar en la realidad”, poner en activo nuestra capacidad de decisión, de esfuerzo y, sobre todo, de sufrimiento. ¿Somos capaces? Sabemos que sí.
Se decía, y se sigue diciendo, que el Estado nacional estaba obsoleto, que era incapaz de responder a los desafíos de la modernidad avanzada, de la globalización… Ciertamente la coordinación global ante estos acontecimientos es decisiva, aunque se ha hecho evidente la potencia inestimable e imprescindible de los estados. Véase el caso de China y véase la necesidad de coordinación y gestión que están llevando a cabo los gobiernos nacionales. Los cierres de fronteras se han hecho imprescindibles y, hasta un punto, eficaces.
Con todo esto de fondo, ¿qué podemos esperar a medio plazo? No es fácil contestar y no podemos caer en la sociología-ficción. Se debe bascular entre el optimismo ramplón del “todo va a seguir igual” y los escenarios apocalípticos (Tan presentes en el imaginario colectivo desde hace unos años difundidos masivamente por el cine y las series ¿casualidad? Por cierto, ¿causalidad también la charla TED de Bill Gates de hace unos años sobre las pandemias, sus intereses económicos en la investigación y producción mundial de vacunas y control demográfico o su dimisión hace unos días del consejo de administración de Microsoft?).
Hay un dato que no se puede dejar de lado. Todo dirigente político siempre ha sabido que hay dos mecanismos fundamentales para crecer en poder (si el poder no crece en poder deja de ser poder): la uniformización social y el miedo. La uniformización social es un proceso que en nuestras sociedades ya está muy avanzado: lo políticamente correcto, el pensamiento único en temas de familia, matrimonio, sexualidad y vida, la conexión global a la red, la invasión de la pronografia digital (por si alguien no lo sabe, lo primero que ha hecho Pornhub, número uno mundial en prono online, ha sido abrir gratuitamente sus contenidos premium, a ver si se dispara el número de adictos y crecen sus ingresos a medio plazo). En medio de este maremagnum, las nuevas tecnologías de la información y la comunicación juegan un papel ambivalente. Por un lado, están siendo imprescindibles en el afrontamiento y mantenimiento de la situación, tanto a nivel profesional como personal. Se han abierto gratis plataformas de docencia, bibliotecas y librerías digitales, los chats están facilitando los encuentros entre amigos y familiares, pero también el seguimiento y planificación de lo que queda de actividad productiva… Por otro lado, el modelo de la sociedad online hace mayor mella en nosotros. Se profundiza en la necesidad y dependencia de las pantallas, son el nuevo “Mesías” que nos deja todavía un lugar para “ser nosotros mismos” (es decir, poder seguir en el mundo de ilusión en el que cada vez estamos más metidos).
En cuanto al miedo, ¿estamos ante la creación de un escenario global que lo aliente y consolide? En los últimos cien años primero fue el miedo al fascismo, luego al comunismo, después al terrorismo global y últimamente estábamos ante el apocalipsis ecológico…. cada uno saque sus conclusiones. Un sociedad uniformizada en su pensamiento (y además débil en capacidad de análisis y crítica) flojea ante el miedo, es fácil de llevar y está necesitada de “salvadores”.
No se puede obviar tampoco quiénes son los grandes beneficiarios de todo esto: las multinacionales farmacéuticas, las grandes corporaciones tecnológicas y de comunicación y, por supuesto, China que ya está en disposición de “ayudar al mundo. China, la eterna aspirante a ser primera potencia mundial, se encuentra en una posición inmejorable para serlo a corto plazo. Esto empieza a confirmarse con noticias acerca de la compra de acciones de empresas occidentales por parte del gobierno chino a muy bajo precio por las caídas de la bolsa.
Podemos establecer algunos escenarios verosímiles o, al menos, elementos sociales que pueden ser “recolocados” a partir de ahora, muchos de ellos contradictorios. Las contradicciones se irán resolviendo en función de las estrategias de poder así como de la fortaleza de la sociedad civil y la capacidad de las minorías creativas para generar nuevos escenarios de humanidad.
Con todo, estas líneas son simplemente posibles escenarios y siempre sujetos a la libertad del ser humano. El futuro no está escrito (del todo), el asunto está en cómo lo vamos a gestionar. Desde luego la pasividad y el individualismo no son la receta, tampoco la confianza ciega en los aparatos del poder por muy “democráticos” que sean, véase la autosubida de sueldo en el día de hoy (20 de marzo) de los diputados de la Comunidad Valenciana cuando gran parte de la población española se está quedando en el paro, aunque sea temporal.
Finalizando… ¿Puedo hacer algo? Mejor, ¿Podemos hacer algo?
Por supuesto que sí. En situaciones extremas, y ésta ya lo es para muchos, el ser humano, las sociedades son capaces de sacar lo mejor de sí mismas (como lo estamos viendo con tantos ejemplos de ayuda mutua que surgen todos los días) y lo peor (como estamos presenciando en la falta de unidad entre los que nos gobiernan y las luchas de poder en el seno del aparato político español).
Junto con pistas que ya han ido saliendo a lo largo del texto es fundamental sacar lo mejor de nosotros mismos frente a las insidias del yo-mi-me-conmigo. Es preciso que generemos espacios de encuentro comunitario, desde luego ahora virtuales. Espacios donde se genere una cultura del encuentro con el otro, del otro no como un medio sino como un fin en sí mismo. Una cultura basada en el análisis crítico de la realidad, en la búsqueda de la verdad. Una verdad esencial que pasa por reconocer que somos dependientes, que el ser humano ante la realidad que se le presenta es capaz de desarrollar respuestas creativas a favor de la vida. Pues es la misma vida la que está en juego. Hoy la de nuestros mayores y nuestros enfermos, la de nuestros sanitarios y otros profesionales totalmente entregados. Mañana la vida que brota de la libertad esencial de todo ser humano pues no serán pocas las libertades fundamentales (y yo destacaría la libertad de conciencia, de creencia, de asociación, de educación y todas las relacionadas con la familia y a vida) que van a ser, al menos, cuestionadas.