Por Marvin Herrera Araya, exministro de Educación Pública de Costa Rica. Publicado en ElMundo.cr el 20 de octubre de 2019
Carlos Alvarado Quesada, siendo precandidato, anunció la publicación de un Decreto Ejecutivo sobre el aborto terapéutico, al ser presidente de la República. Tema sensible que evoca diferentes puntos de vista, ideas, opciones, intereses, emociones, sentimientos y ha ocupado a los medios de comunicación social, más intensamente en redes. Cada quien defendiendo sus verdades, comodidades y conveniencias.
En el libro “Humanismo Cristiano y Bioética”, adonde se consigna el texto de la conferencia de un médico, quien aborda con amplitud el tema, incluidos datos y estadísticas, explica los distintos tipos de aborto provocado: libre, por razones médicas y eugenésico. Expresa que, actualmente, se da una modalidad de aborto que conjuga elementos de las tres variantes anteriores. En la literatura científica, se conoce como “reducción libre selectiva”: eliminación, por embarazos múltiples ocasionados por tratamientos de la infertilidad, de fetos que la madre no desea que sigan desarrollándose, en razón de su número o sexo.
Del contenido del artículo, comparto, en este espacio, párrafos y comentarios con los que concuerdo por mi formación cristiana.
“Descriptivamente, el aborto provocado puede ser definido como aquella conducta, ejercida sobre una mujer gestante, con objeto de interrumpir el embarazo y causar la muerte del ser en desarrollo” //” … el aborto provocado deber ser considerado por la Bioética porque compromete a la Biología y a la Medicina directa e indirectamente”.
En el campo de la Fenomenología y epidemiología del aborto provocado, se escribe:
“Desde el punto de vista descriptivo, la conducta abortiva no es una conducta exclusiva de la madre; es siempre, o casi siempre, una conducta realizada en colaboración con otras personas, mujeres u hombres. Este hecho, hay que subrayarlo, ya que algunos enfoques éticos o jurídicos tienden a desconocer o subestimar el rol y la responsabilidad que le cabe a las personas que rodean a la mujer en la provocación de la conducta abortiva”.
Respecto a la valoración ética del aborto provocado y refiriéndose al principio del respeto a la vida del niño no nacido, que es persona, se escribe:
“El principio del respecto a la vida del niño no nacido se fundamenta en términos de ética natural, tanto en razones de justicia como en razones de benevolencia estricta”. “El bien de la existencia resulta primario y radical”.
“En razones de justicia, ya que el respeto que cada uno pide para su propia vida, exige el respeto a la vida de los demás y exactamente en los mismos términos…”.
“Por otra parte, toda persona en uso de razón está obligada a reconocer que su propio derecho a la vida, en su condición de no nacido, le fue respetado…”.
En el campo ético del aborto provocado, “con mayor o menor tolerancia legal o de las costumbres, este aborto ha sido invariablemente juzgado a través de los tiempos como ilícito”. Se argumenta así por tratarse de un atentado directo contra la vida de un inocente, con dos agravantes: “la indefensión de la víctima y el grado de parentesco con el agresor”.
En relación con el principio de autonomía de la madre, contrario a la inviolabilidad del derecho a la vida de la indefensa criatura humana en desarrollo, el aborto es justificado argumentando que es en legítima defensa. En este caso, se olvida que este principio exige la presencia de un injusto agresor, lo que en ningún caso puede aplicarse al no nacido, persona en desarrollo. En segundo lugar, un planteamiento de esta naturaleza supone una disyuntiva real entre la vida de la madre y la vida del no nacido. Esta disyuntiva, según la opinión de los expertos rara vez se produciría con ese dramatismo en la medicina moderna. Sería muy ilustrativo conocer las estadísticas epidemiológicas nacionales sobre esta materia y estudios psicológicos del aborto provocado. El médico autor, en su artículo, presenta datos y estadísticas esclarecedoras de tal disyuntiva y de las secuelas psicológicas del aborto.
Acerca de que la madre es “dueña de su cuerpo”, el autor argumenta que, desde el punto de vista de la justicia, como seres sociales, y de la benevolencia, tenemos la obligación de preservar la salud y la integridad ajena, igual para nosotros mismos; por lo tanto, desde la ética no es tan claro que podamos hacer con nuestro cuerpo lo que nos plazca. Además, desde esa óptica no se considera el principio de autonomía que tiene el no nacido, que no los pierde como persona al no estar en condición de reivindicarlos. Es cierto que, en el caso de violación, la mujer no ha consentido el inicio de una nueva vida en ella. Esto es innegable. Igualmente es innegable que el niño en gestación es tan inocente como ella.
También se afirma, por mujeres violadas y que han abortado, que el trauma psicológico y moral del aborto ha sido mayor que el de la violación.