Por Roberto German Zurriaráin, Doctor en Filosofía. Licenciado en Teología. Profesor de Didáctica de la Religión de la Universidad de La Rioja, publicado en Blog de Roberto Germán Zurriaráin el 7 de Diciembre de 2018.
La muerte es constitutiva a la naturaleza humana y por ello tiene que acontecer de forma natural. Pero hay dos realidades que, principalmente, la falsifican: la eutanasia (ya sea de forma activa o por ausencia de cuidados básicos) y la obstinación terapéutica. Dos opciones erróneas que no aceptan la realidad humana de la muerte (la primera adelantándola y la otra retrasándola). Desde el punto de vista filosófico y ético de la propia medicina, ambas son rechazadas, porque atentan contra la dignidad humana al final de la vida.
Hay que contar con dos elementos: respetar la vida y aceptar la muerte.
Por un lado, respetar la vida significa que toda persona debe ser valorada como tal mientras viva. Una implicación de esto (y más todavía en un contexto médico) es que la muerte nunca debe ser el propósito de nuestra acción o inacción. Nunca debemos intentar provocar o acelerar la muerte.
Por otro, aceptar la muerte significa que deberíamos prepararnos apropiadamente para la muerte de las otras personas, pero también, para la nuestra. Por consiguiente, no deberíamos negar la realidad de la situación inminente de la muerte o huir de lo inevitable buscando, obstinadamente, toda intervención posible, sin importar cuán desproporcionada sea.
Por eso, es un error considerar la eutanasia (se haya o no solicitado), como un derecho de la autonomía individual. Además, no existe tal derecho. Si se considerara la eutanasia como una decisión que exclusivamente pertenece a uno mismo, se perdería su incidencia en la protección del bien común.
Aparte de esta consideración, se han rechazado en estas reflexiones las distintas denominaciones que recibe la eutanasia y que van, igualmente, en contra de la dignidad humana al final de la vida de éste.
También se hacía una mención especial a la relación que entre eutanasia y sedación paliativa. Es un error confundirlas. Son conceptos muy distintos. Los dos tienen como objetivo común evitar que el enfermo sufra y padezca dolor, pero difieren y mucho en los medios empleados.
Efectivamente, para este objetivo tanto la eutanasia como la sedación paliativa suministran “fármacos” al enfermo. Pero con la diferencia nada desdeñable que la aplicación de “fármacos” en la eutanasia implica acabar con la vida del enfermo, en cambio, la administración de los mismos en la sedación paliativa pretende que la muerte del paciente acontezca, de igual forma, sin sufrimiento, pero de forma natural.
Afirmado esto, creo que los que están a favor de la eutanasia cometen, en mi opinión, entre otros, dos errores: el primero, identificar vida digna y salud, o incluso bienestar, y, el segundo, identificar indignidad y enfermedad.
Se olvidan, por tanto, de dos cosas: 1) que uno es perfectamente digno si se carece de salud. Hay que advertir en este punto que la salud es un valor importante, pero no determina el valor de una persona. La falta de salud o una minusvalía no son una buena razón para excluir y aún menos para eliminar una persona; 2) que la enfermedad forma parte de la naturaleza humana y ésta nunca hace indigno a un ser humano.
También se trata, brevemente, los cuidados básicos necesarios o atención básica al final de la vida de un ser humano. La privación de los cuidados básicos podría convertirse en una eutanasia disfrazada. El enfermo tiene que morir por su enfermedad, nunca por la falta de cuidados de este tipo.
Finalmente, hay que abogar por unos cuidados que sean manifestación de nuestra humanidad. Y justamente los Cuidados Paliativos responden, de forma plena, a esta situación inevitable de la vida del hombre: morir. Luego el Servicio Médico de Cuidados Paliativos rescata lo humano en el paciente terminal.
Por tanto, una sociedad realmente solidaria debería centrar sus esfuerzos para ayudar a morir con dignidad a quien está llegando al final de su vida: cuidándolo, de tal manera que no tenga sufrimientos de ningún tipo y que no le quepa la menor duda de que, aunque físicamente esté muy deteriorado por la enfermedad que padece, no ha perdido ni un ápice de su dignidad.
No obstante, la clave, en este debate, se encuentra en cambiar de mentalidad y perspectiva, esto es, no hay focalizar los argumentos en uno mismo, en mi decisión, en mi derecho…sino en el otro que está enfermo, dependiente…Nos empobrecemos, nos deshumaniza si cada uno vive encerrado en sí mismo. Nuestra estructura antropológica se va desarrollando en relación con los demás.
Desde este punto de vista, hay que pensar si mis acciones están a la altura de mi dignidad o por el contrario actúo por debajo de ella. No hay que poner el foco en el yo, sino en el tú. Pensar que el otro, que es también un ser humano (enfermo, dependiente…), me está interpelando.
Tú, como persona humana, tu ser, (te encuentres como te encuentres: ya sea inconsciente, en coma, estés enfermo, sufras de falta de memoria, o padezcas un deterioro cognitivo leve o severo, o vives en una etapa del desarrollo humano en la que todavía careces de la capacidad cognitiva…) me interrogas, y exige que me comporte contigo conforme a mi dignidad.
En efecto, todas mis acciones (la eutanasia, la sedación, la obstinación terapéutica, los cuidados básicos y paliativos) han de ser expresión y manifestación de la dignidad humana.