Por el Dr. José Mª Montiu de Nuix, sacerdote, doctor en filosofía, matemático, socio de CiViCa
Siete de diciembre de 2017, setenta y cinco años del fallecimiento de una gran personalidad, el gran pensador Manuel García Morente. Se trata de un evento importante. Importante también porque adviene como anillo al dedo al “hoy” del mundo, momento en que la sociedad necesita recuperar lo que es un “pensador”.
La filosofía siempre ha reclamado saber lo que las cosas realmente son, sentido común –como diría Balmes-, sentido crítico, mente lógica, método, conocimiento sapiencial, conocimiento de las causas de las cosas, ser capaz de pensar, obtener un conocimiento profundo. Alerta José Ortega y Gasset, en su obra “La rebelión de las masas”, que sería un grave retroceso creerse preparado intelectualmente sólo por poseer un conocimiento puramente técnico, carente de suficiente base humanística.
Manuel García Morente, en sus últimos años, o sea, en su período de mayor madurez intelectual, defendió un pensamiento abierto. Afirmaba que el pensamiento ha de estar abierto de par en par, abierto a toda la realidad.
El individuo, de carne y hueso, –como diría Unamuno-, es parte de la realidad. Ha de habérselas con la realidad. Ha de pensar la realidad. El pensamiento debe sujetarse a la realidad, expresando lo que ésta realmente es. Pensarla, para darla a conocer, conformándose a ella, sin suplantarla, pues ésta siempre es más rica que aquel. La mente, en vez de negar, ha de estar abierta incluso a lo que no ha podido captar de la realidad, a la totalidad, a lo que se nos escapa.
De esta concepción se derivan importantes consecuencias para la ética. No porque simplemente pienses que algo es “así”, habrá de ser realmente “así”. La solución a una cuestión ética no hay que buscarla en aquel tan frecuente “cerrarse”. Consistente éste en un voluntarista aferrarse a la propia “corriente ideológica”, moral de grupo o de partido. Por el contrario, se trata de abrirse. Abrir más y más los ojos a la verdad, a lo que la realidad nos diga. Apertura de mente sin “prejuicios”. ¡Fuera vendas de los ojos!
La apertura de mente lleva naturalmente a estar abierto a los hechos. Estar abierto, por ejemplo, a lo que demuestren las ecografías de las embarazadas sobre los concebidos, aún no nacidos, para así poder saber lo que realmente pasa allí. Lleva a que uno mismo, -como tanto le gustaba decir a Julián Marías-, se haga preguntas. Lleva a preguntarse: Si A, después es “ser humano”, ¿puede, ahora, A, “no ser” humano? ¿Puede, el “ser”, salir del “no ser”? ¿Puede un mismo ser, A, “ser” y “no ser”? Lleva también, por ejemplo, a no cerrarse a conocer lo mucho que realmente han padecido tantas mujeres tras haber abortado.
En suma, es necesario tener una mente abierta. Las mentes abiertas, dispuestas a dejarse empapar por la realidad, están mejor dispuestas a poder conocer ésta. Su andar es un viaje hacia la verdad. En contraste, la negación intelectual del derecho a la vida del concebido, aún no nacido,…, obedece a una cerrazón intelectual.