Por José Manuel Belmonte (Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CiViCa). Publicado en el Blog del autor Esperando la Luz el 11 de enero de 2019..
Por haber estudiado en Francia he vivido desde la Universidad alguna revuelta y sé con qué pasión se defienden ideas y derechos, en la calle. Cada cierto tiempo, los conflictos sociales o políticos, necesitan solo una chispa para que los partidarios o detractores, se enfrenten en la calle. La Revolución, en Francia, es una lucha por los valores y derechos. La filosofía de la vida no es patrimonio de todos, pero está viva.
En la Universidad, profesores y estudiantes sienten el latido de la sociedad: de los trabajadores, de la familia y el futuro.
El ayer.
En Francia, antes de los Chalecos Amarillos, antes de Mayo del 68 y ya desde la Revolución de 1789, cuando tiene lugar una revuelta, ninguna cuestión política o social vuelve a ser la misma de antes. Se hace saber, primero, que en democracia, es el pueblo quien decide y segundo, que quiere vivir mejor.
Las guerras mundiales, en general, se han hecho en nombre de la libertad de los pueblos. Pero las revueltas, huelgas y marchas populares, en general, se hacen en nombre de otros valores y derechos.
Pero, con el tiempo «los moldes se han roto» o se han vuelto inservibles. En este caso » y il faut casser les moules», hay que romper los moldes y hacerse unos nuevos. Pueden ser políticos, pero sobre todo mentales e ideológicos, a cualquier nivel. Cuando los diques que defendían los valores han cedido y «un torrente de fango invade el mundo», sienten la necesidad de echarse a la calle; por ejemplo, el relativismo, el declive de la familia, la erosión de la autoridad, el abandono de la ética y la transcendencia del ser humano. La filosofía y la ética, son fundamentales para desarrollarse como personas y profesionales con futuro.
La ética es anterior a cualquier «apellido» (budista, islamista, católica). Entronca con las tradiciones filosóficas y humanas. Por eso abarca a todas las variedades de etnias, lenguas y culturas. Permite convivir socialmente con el respeto y la acogida.
En su día, algunos escritores analizaron las causas que impulsaron la Protesta de Mayo del 68. Encontraban razones sociológicas y filosóficas y las consecuencias, políticas, psicológicas y sociales. La prueba de que aquella no fue una protesta puntual, es que se sostuvo durante semanas, o meses.
La actual Revuelta de los chalecos amarillos del 17 de noviembre 2018, refleja un malestar social y se ha extendido por el país, pese a la cesión del Presidente Macron.
Europa entera está en un momento delicado, por la cris del Brexit que afecta a todos los estados miembros, el problema de los migrantes, el independentismo, etc.
Pero Francia no es una isla, lo saben. Los medios de comunicación son, en parte, altavoces de lo que allí sucede; dan imágenes sesgadas, de disturbios y violencia policial. ¿Puede haber efecto contagio y extenderse? Hay sectores infiltrados entre los Chalecos amarillos: grupos extremistas y radicales. Están tomando el mando. De hecho ya no se oye el principal eslogan de los chalecos «¡Demasiados impuestos!». Ahora, aunque los manifestantes no son tan numerosos ya entra todo: «Por los salarios, las pensiones y la protección social».
Se ha producido un cambio cualitativo, en esta crisis: el Gobierno italiano se entromete al apoyar a los chalecos amarillos: «Tanto en Francia como en Italia la política se ha vuelto sorda a las exigencias de los ciudadanos, excluidos de las decisiones que afectan al pueblo».
No hay que aceptar todo lo que se vea o digan. Hay que ser críticos. En la historia, incluso actualmente, hay dictaduras que se parecen a una democracia, pero son una prisión, pues como decía A. Huxley : «sería básicamente, un sistema de esclavitud en el que gracias al consumo y el entretenimiento, los esclavos amarían su servidumbre». Algunos se dan cuenta y tratan de escapar.
Siempre hay que estar atentos. Hemos evolucionado, pero como dijo José Saramago: «No tenemos la democracia, tenemos la plutocracia, el poder de los ricos. El poder real lo tiene el dinero». El futuro de esa sociedad es cada vez más materialista, más consumista y más individualista. Pero…también el pensador portugués ha quedado atrás.
El hoy.
Ante el hiperconsumo, los más débiles: niños, ancianos, migrantes, parados o enfermos, mujeres y madres desprotegidas, pueden ver sus derechos amenazados o lo que es peor: «cosificados, utilizados y «desechables», cuando no interesan. Hay que escapar de ese poder, o esa dictadura. Esa vida es incosistente, como decía, el polaco Zygmunt Bauman, La Modernidad Líquida.
Europa está siendo invadida por otras culturas y otras creencias. Se han ido perdiendo las raíces. La convivencia ya difícil, ha sufrido altibajos, con brotes racistas y atentados.
Christian Robin, un orientalista francés, lo dice con más fuerza. En esas condiciones el mundo está muerto. Por eso escribe: Resucitar (Ediciones Encuentro). Su legado es que «los muertos no saben que están muertos, pero tampoco los vivos saben que están vivos». Entonces, tiene que haber un renacer, que será difícil porque se ha echado a Dios de la vida.
Según Robin, estamos viendo una raza de hombres que parecen instruidos y son analfabetos; manejan cacharros electrónicos pero ya no comprenden nada de las almas. En su afán de hacer dinero, se está contaminando el mundo y están desalojando de sus asentamientos, a los pocos indígenas que quedan, protegidos por la UNESCO.
Tal vez en los animales y en los niños alejados de todo eso, se puede descubrir la nueva humanidad. Se tambalea el mundo viejo, no porque sea viejo, sino porque está surgiendo el nuevo [enlace].
Como dije, la idea de Saramago ha quedado atrás. Los «amos del mundo» no paran. Los ricos siguen siendo ricos, pero la clase media se va diluyendo ante la voracidad de los Estados. De hecho, el movimiento del 17 de noviembre o la Revolución de los chalecos amarillos nació como una respuesta, a lo que hoy se conoce como «la posdemocracia impositiva». Fue al imponer el Gobierno un nuevo impuesto a los carburantes, cuando los chalecos, salieron a la calle. En principio repercutía en la gente normal, la mayoría del pueblo, que se desplaza a trabajar y necesita llevar los hijos a estudiar etc.
Lo había anunciado en 2009 el filósofo alemán Peter Sloterdijk, en su obra Fiscalidad voluntaria y responsabilidad ciudadana. Tarde o temprano, la gente terminaría por darse cuenta de «el saqueo del futuro por el presente». Es decir, un atraco impositivo tributario, por parte del estado (en Francia y en otros países), para mantener su aparato despilfarrador burocrático, en nombre del Estado de Bienestar. La subida del carburante, justificada para «reducir el consumo de energías fósiles», la soportan la mayoría de los trabajadores, pequeños propietarios, transportistas y agricultores.
Sin embargo no se sube el queroseno, ni se gravan las grandes fortunas. Al contrario, se les autoriza las artimañas para evadir impuestos. Evitan el Fisco, con sociedades interpuestas, que evaden miles de millones. (Esta semana mismo en España, el Registro ha aflorado 5.000 sociedades de este tipo que operan en países instrumentales, o paraísos fiscales).
Es «un saqueo del futuro a la mano que da», el ciudadano, por parte de «la mano que toma», el Estado. El descontrol y despilfarro del Estado convierte a aquellos en «deudores presentes y futuros», de manera arbitraria y contra su voluntad. ¡Esa es la verdadera causa de la rebelión!
El Estado no quiere ver que al ciudadano también le interesa el medio ambiente. «Les impone su voluntad vía impuestos», sin que se tenga en cuenta otra opinión. ¿No hay otra forma para cuidar el medioambiente y el cambio climático?
La era de lo efímero, del hiperconsumo y del vacío.
Cuando se lucha, aunque sea por una causa justa, es difícil pensar en otra cosa. Pero como seres humanos y, como individuos, pensar es necesario. Es verdad que Macron ha rectificado o se ha dado una tregua de 6 meses. Pero la protesta sigue. Los sindicatos nacionales y los estudiantes siguen manteniendo el pulso contra Macron. La revuelta está impactando en la seguridad vial, ya que se han destrozado más del 60% de los radares, y puede repercutir en las asociaciones de transporte y el aumento de accidentes.
¿Qué está pasando? Las noticias de aquí y las de allá, son inquietantes. ¿Estamos en la era del vacío? ¡Es para pensar! Como apuntaba antes, los filósofos lo vienen advirtiendo.
Uno de los más eminentes pensadores, el filósofo y sociólogo francés,
Gilles Lipovetsky, ha escrito ensayos célebres. Dice que cuando se pulverizan o se tiran por tierra los patrones intelectuales y morales suele caerse en la trivialidad más anodina y en el peligro de lanzarse al consumismo. Los patrones que imperan, en el arte, en los medios, y la empresa son: éxito, dinero y moda.
Pero el dinero nos distrae con muchas cosas, hasta darnos cuenta que ahí no se encuentra la felicidad.
Recordemos algunos de los últimos títulos de Lipovetsky: El crepúsculo del deber;El imperio de lo efímero; La felicidad paradógica; La era del vacío; La sociedad de la decepción.
Los problemas nunca son eternos. Quizá nada será igual mañana, -ha caído la popularidad de Macron- pero la filosofía ha precedido y durará más que los chalecos amarillos.
«Aunque el mundo se esté convirtiendo en un lugar mejor, las personas de países con economías sólidas piensan todo lo contrario», Julius Probst.
Hay que redescubrir el potencial del ser humano y la mejor forma de convivencia social.
Ser lo que somos sin decepción y sin caer en hiperconsumismo ni en el vacío. Desde ahí se puede reformar la política, con la ética y la vida. ¡Manos a la obra!. Como decía Gabriela Mistral: «Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú. Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú. Donde haya un esfuerzo que todos esquivan, hazlo tú. Sé tú el que aparta la piedra del camino». No todo puede ser altruismo, pero sin pensar en los demás, hay solo vacío.
«El invierno del mundo», puede estar incubando «la tristeza del invierno». El sol es vida. Con él la tarea del hombre es avanzar hacia su razón de ser. A veces, un poeta, un cantante o un escritor puede ser también, filósofo. Algunos, como el argentino Facundo Cabral, fueron todo eso y más, hasta morir; enseñan «mil y una razones para sonreír» [enlace].