Por José Luis Velayos, Catedrático Honorario de Anatomía y Neuroanatomía de la Universidad de Navarra. Catedrático Honorario de Neuroanatomía de la USP CEU. Fue Catedrático de Anatomía en la Universidad Autónoma de Madrid.
Dedicado a José Bernardo Carrasco
Una pareja es un par de individuos, de animales, de elementos: un varón y una mujer, dos varones, dos mujeres, un humano y un rinoceronte, una jarra y una persona, y muchas combinaciones más. Es un término que en el lenguaje coloquial se utiliza más bien para seres humanos (pareja de hecho, matrimonio, etc.).
El matrimonio es la pareja formada por un hombre y una mujer, unidos para siempre (de ahí que los cónyuges se prometan fidelidad), y con la finalidad (o el bien) de la descendencia (el deseo de tenerla, como fundamento), el amor mutuo, etc. La palabra cónyuge hace referencia al “yugo” con el que están uncidos el marido y la mujer. En los cristianos, el matrimonio es sacramento.
Se trata, pues, de una pareja, pero con las características mencionadas. No se puede decir que es matrimonio la unión que no sea de este tipo, aunque la sociedad, el ambiente, la prensa, la propia familia, lo considere así. Por ejemplo, no se debería llamar “matrimonio homosexual” a la unión de dos hombres o de dos mujeres, pues según lo expuesto, tal unión no es un matrimonio.
Y, salvando la verdad, y considerando lo que es racional y natural, es muy importante respetar a las personas. No se debe juzgar a nadie. No es bueno ser “martillo de herejes”.
Los cerebros de los dos cónyuges presentan rasgos comunes, pero, como es lógico, también muestran diferencias. Son diferencias, además de personales, las propias de ambos sexos:
El hipotálamo anterior es considerado sexualmente dimórfico, especialmente sus núcleos intersticiales (NIHA1, 2, 3 y 4). El núcleo NIHA1 es igual en ambos sexos. NIHA2 es mayor en el varón hasta los 50 años, edad en que también disminuye en la mujer. NIHA3 y 4 son mayores en el varón. El hemisferio cerebral derecho es más significativo en la mujer; en el hombre, el hemisferio izquierdo. El cuerpo calloso, conjunto de fibras nerviosas que interconectan ambos hemisferios cerebrales, es mayor en la mujer que en el varón, sobre todo en su área más posterior.
Es varón el que en potencia, puede ser padre; y es mujer la que en potencia puede ser madre. Y tanto en la paternidad como en la maternidad (sobre todo en el caso de las madres, pues en los padres la modificación es más consecuencia comportamental que hormonal) se dan cambios endocrinos u hormonales, sobre todo muy en relación con la actividad del área preóptica, zona situada en la profundidad del cerebro (se encuentra en el hipotálamo), según se ha visto en animales de experimentación. Y se puede afirmar lo mismo de la especie humana.
Fue en los años 60 del siglo XX cuando se puso en práctica la píldora anticonceptiva. Fue administrada a humanos (los llamados “experimentos de Puerto Rico), sin un control previo en animales de experimentación. Era la época del llamado “mayo francés”, o el “mayo del 68”. Era el tiempo de la protesta juvenil en las universidades, de manifestaciones y huelgas laborales; época de los Beatles, de la primavera de Praga, del auge del existencialismo. Y era la época de la encíclica Humanae Vitae, del tan entonces denostado San Pablo VI, encíclica que ha resultado ser profética. (200 teólogos americanos propusieron en el New York Times que se siguiera su magisterio y no el del Papa). San Pablo VI alertaba sobre las consecuencias de la contracepción, consecuencias que se han cumplido plenamente. Una de las consecuencias fue la banalización del sexo.
La píldora anticonceptiva provoca cambios cerebrales, que inducen transformaciones en el ciclo hormonal femenino. Precisamente, una de las zonas influidas por la píldora es el hipotálamo. Y por otra parte, entre otras consecuencias, se afecta el sistema circulatorio.
Con la progresión del envejecimiento, aumenta el riesgo de demencia (de tipo senil o bien de tipo Alzheimer), que afecta de forma desigual al varón y a la mujer. Pero pueden tomarse medidas para retrasar o reducir tal riesgo, como es la dieta sana, el ejercicio físico, la actividad intelectual, las relaciones sociales, el tratamiento médico de los problemas de salud, etc. Cuando uno de los cónyuges fallece, a veces el que sigue viviendo desestima tales medidas, y el deterioro se acelera.
Según Sommerland (del University College, London), parecer ser que hay algo en el matrimonio que reduce significativamente el declive mental que acontece con los años. En este sentido, las personas solteras, y también las viudas, presentan más riesgo de demencia y de accidentes cerebrovasculares y cardiocirculatorios (un 10 %) que las casadas (un 7 %).
El verdadero matrimonio es un “organismo” vivo” (de gran vitalidad), bueno para la salud física y bueno para la salud mental, personal, de cada uno de los cónyuges, y bueno para la sociedad. La protección del matrimonio y la familia es beneficiosa en todos los órdenes.