Por José Luis Velayos, Catedrático Honorario de Anatomía y Neuroanatomía de la Universidad de Navarra. Catedrático Honorario de Neuroanatomía de la USP CEU. Fue Catedrático de Anatomía en la Universidad Autónoma de Madrid. Publicad en El Debate de Hoy.
El alcohol etílico (etanol) es un producto de la fermentación de la glucosa o, dicho sencillamente, de la fermentación del mosto (en el caso del vino, por ejemplo). Se encuentra también en la cerveza y los licores. El vino es un producto mediterráneo de gran aceptación.
El alcohol, tomado moderadamente, mejor con la comida, es beneficioso para la salud. Tomado de modo abusivo, o en la infancia (los niños son especialmente vulnerables), o en situaciones no saludables, es dañino. Estos daños se manifiestan no solo en el ámbito orgánico, comportamental y mental, sino también, morfológicamente, a nivel neural.
El etanol induce un estado de inhibición neuroquímica cerebral, con efectos similares a los somníferos, con un potencial adictivo similar. El alcohol favorece el sueño, pero, pasado este efecto, puede presentarse insomnio.
Provoca estados de euforia, desinhibición, mareos, somnolencia, confusión, ilusiones (como ver doble o que todo se mueve). Se reducen las respuestas reflejas (con riesgos en la conducción.) Con concentraciones altas se ralentizan los movimientos, se anula la coordinación motora, puede haber pérdida temporal de la visión, vómitos, etc. En ciertos casos aumenta la irritabilidad y la agresividad.
Tomado en exceso puede llevar al coma etílico, pérdida de conocimiento, parálisis respiratoria aguda o incluso la muerte.
El alcohol impregna todas las estructuras del sistema nervioso, y sus efectos más destacables son debidos a la afectación de la corteza prefrontal, (zona situada en el lóbulo frontal, muy desarrollada en el humano), sobre todo de su zona ventral (muy en relación con el comportamiento, la toma de decisiones y la planificación del futuro), el hipocampo (estructura del lóbulo temporal especialmente relacionada con los procesos de memoria) y el cerebelo (que tiene que ver con el control de los movimientos). Por eso, el consumo elevado y persistente del alcohol produce atrofia de las estructuras neurales, y se afectan, entre otras funciones, la memoria, el comportamiento, el lenguaje. En el alcohólico crónico se observa en el TAC (tomografia axial computarizada) y RMN cerebral (resonancia magnética nuclear) una disminución notable del espesor de la corteza cerebral y del tamaño del hipocampo.
Aproximadamente un 80% de los alcohólicos tienen una deficiencia de tiamina (vitamina B1) desarrollándose como consecuencia en muchos de ellos el llamado síndrome de Wernicke–Korsakoff (se afecta, entre otras estructuras, el hipocampo), que cursa con síntomas tales como ataxia (alteraciones motoras), confusión, déficit del aprendizaje de nueva información, amnesia retrógrada (pérdida de memoria de cuestiones de tres a veinte años atrás), fabulaciones, cambio de personalidad, apatía, déficit en la repetición de dígitos.
En cuanto a los efectos sobre el sistema nervioso en la niñez y adolescencia, hay que destacar la afectación del perfeccionamiento sináptico, que se produce paulatinamente en estas edades. Tal perfeccionamiento de las sinapsis (conexiones entre las células del sistema nervioso, las neuronas) significa que en función del tipo de actividades en las que la persona se implica, las conexiones innecesarias desaparecen y se perfeccionan las restantes, lo que hace que aumente la eficacia cerebral. Por eso, la corteza cerebral y la materia gris experimentan una reducción al final de una adolescencia sana.
Los axones son las prolongaciones de las neuronas a través de las cuales circula el impulso nervioso para activar el procesamiento de la información en el cerebro. Estos axones se cubren, se forran de mielina, sustancia que actúa de modo similar a un aislante, lo que hace que la información se procese de manera más rápida y eficaz. Tal mielinización se da especialmente durante la infancia y la adolescencia. El alcohol afecta a los procesos de mielinización.
Los niños y los adolescentes son muy vulnerables al alcohol. Los adolescentes bebedores en exceso muestran un 10% de deficiencia en la capacidad de retener información y gran lentitud para procesarla, con problemas de atención, respecto a los no bebedores o bebedores moderados. Durante la adolescencia afecta a las chicas de forma distinta que a los chicos; resulta más dañino en ellas.
Por lo general, todos tenemos el hipocampo derecho un poco mayor que el izquierdo. Curiosamente, el hipocampo izquierdo de los adolescentes bebedores es significativamente más pequeño que en los no bebedores.
Generalmente, los adolescentes toman bebidas alcohólicas con fines de socialización: es más agradable beber en compañía que solo; pero frecuentemente se trata de una situación de aislamiento, egoísmo, narcisismo. En el caso del adulto, se dice a veces que se bebe para olvidar; puede ser que en algunos casos se trate de una válvula de escape, pero el alcohol no puede ahogar los problemas.
El mejor remedio y prevención frente al abuso del alcohol es una buena educación, formación, disciplina de la voluntad, vida de piedad (en la misa el vino se hace sangre de Cristo; los accidentes permanecen, la sustancia cambia: es la transustanciación), sobriedad (virtud socialmente bien vista), generosidad, urbanidad, templanza, costumbres sanas.