Por José Manuel Belmonte (Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CiViCa)
Cuando me despedía de Azucena, la última vez que la visité, me dijo; -"Súbeme el embozo". Pensé que tenía frio y lo subí hasta el cuello. -"Más, por favor". Entonces la tapé hasta la nariz. "-Más, hasta arriba". Un poco desconcertado, por conocer su inmovilidad, al estar paralizada del cuello para abajo, la cubrí totalmente, hasta la almohada.
No he dejado de pensar en ese detalle. Eran aproximadamente las 13 horas. Lógicamente, la habitación estaba llena de luz. Es posible que quisiera concentrarse y pensar o tal vez rezar. ¡Qué sabe nadie de esa necesaria intimidad de los enfermos! ¿De dónde sacan la esperanza que fortalece su vivir?
Por José Manuel Belmonte (Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CiViCa)
Cuando me despedía de Azucena, la última vez que la visité, me dijo; -«Súbeme el embozo«. Pensé que tenía frio y lo subí hasta el cuello. -«Más, por favor«. Entonces la tapé hasta la nariz. «-Más, hasta arriba«. Un poco desconcertado, por conocer su inmovilidad, al estar paralizada del cuello para abajo, la cubrí totalmente, hasta la almohada.
No he dejado de pensar en ese detalle. Eran aproximadamente las 13 horas. Lógicamente, la habitación estaba llena de luz. Es posible que quisiera concentrarse y pensar o tal vez rezar. ¡Qué sabe nadie de esa necesaria intimidad de los enfermos! ¿De dónde sacan la esperanza que fortalece su vivir?
Dejarla así tapada, me hizo pensar en las pinturas del surrealista belga René Magritte. El artista usa objetos para ocultar la realidad que está más allá. En La condición humana, desde el interior de una habitación se ve el paisaje con la ventana abierta. El espectador ve el paisaje de fuera incompleto porque delante hay un cuadro. Yo hoy pude ver la habitación hacia dentro. Bajo ese embozo, una gran mujer, comunicaba su ser y el infinito. No tengo ninguna duda de que Azucena desea estar tapada para encontrarse. Posiblemente recuerde así aquella madrugada de octubre, en que la noche la envolvió con un lienzo especial para despertar a una nueva vida. De eso hace ahora 30 años.
Aquella noche y otras cinco veces más, «la muerte novata» le dio un susto de muerte. Pero sigue ahí, cada día más decidida a luchar con ella. En su total debilidad e indefensión es valiente. Aunque creo que la descubrirán mejor en la entrevista que les había prometido en mi anterior escrito.
¿Qué ha cambiado desde la última entrevista que te hicieron hace meses?
–Nada.
¿Estás más animada?
–Sigo con altibajos. Tal vez sería mejor decir…en La Montaña Rusa, porque la vida es eso. Es verdad que ahora lo que predomina es la línea estable, sin muchos picos.
Para mantener esa banda estable de tu vida, ¿qué influye más la salud, la compañía o la amistad?
–Todo influye, sin duda, cuando te zambulles en el mar de la vida tal como es. La realidad es que con el accidente o la enfermedad hay que empezar de cero. Para ello si tengo que destacar algo, aunque parezca extraño, te diría que lo que me anima, sobre todo la familia y la amistad.
¿Más que la ayuda de psicólogos y el trabajo de los profesionales?
–Sí, porque es algo distinto. El cuerpo maltrecho y dolorido sigue igual. Mejora poco. Pero somos más que sangre, carne y huesos, nervios y neuronas y mucho más que una cara bonita.
¿Una persona como tú, que vivió tanto en 26 años, ha aprendido algo del accidente?
–Mucho. Mejor dicho, al principio, casi nada. Sólo rebeldía y desesperación. Creo que estaba tocando fondo. Luego voy aprendiendo que el azar no existe. Que rendirse no es una opción. Después del accidente he sobrevivido a un paro cardíaco y, luego a otro en un viaje a Lourdes, a una infección generalizada y a un cáncer de mama. O sea, que tener una segunda o tercera o más oportunidades no es un fracaso. Son razones para estar agradecidos. Y aunque alguien se asuste o se haya ido de mi lado, los que son, están.
Parece mucho, ciertamente. Decía un poeta, J. M. Santiago Castelo: «A todos nos toca, a lo largo de la vida, una parcela de dolor… Y, pronto o tarde, tienes que cultivarla». Por lo que veo tú estás en ello desde hace tiempo. Pero lo último que acabas de decir, suena un poco enigmático. Qué quieres decir exactamente con que «los que son, están».
–Bueno, cuando suceden estas cosas y uno pierde la salud o la movilidad, aprende con quien cuenta de verdad en la vida. Los lazos de la familia y de la amistad, o mejor las personas , a las que te unen esos lazos, no se han ido. Están.
Después de algún tiempo en el Hospital La PAZ de Madrid, llegaste aquí a Guadalajara al Centro de Atención a personas con Discapacidad Física, ¿cómo te sientes?
–Normal. El personal del Centro ayuda a las personas que carecemos de posibilidades razonables de recuperación. No creo que sea mejor ni peor tratada que las otras 117 personas que aquí están. Cada una somos únicas, y me molestaría que me trataran de forma diferente. No tengo esa impresión, en absoluto. Para todo el personal tengo aprecio y gratitud. Creo que cada uno hace lo que puede, aunque algunas cosas podrían mejorar. No debe ser fácil psicológicamente para ellos trabajar todos los días con personas parapléjicas o tetrapléjicas.
¿Recibes visitas de familiares y amigos?
– Claro, pero no muchas, por lo que antes te decía. Están los que están y vienen las que son. Es la realidad, no una queja. Mi madre está en la sierra de Madrid y mi hermano en Barcelona. Vienen cuando pueden y para mi es una fiesta. Los amigos, igual. Cuento con ellos y hablamos. Con mi madre, es como si la tuviera aquí. Hablamos todos los días. ¡Es un amor!
Normal. ¡Es una madre! Eso me sugiere una pregunta: ¿Aquí hay amor?
-Aquí lo hay, igual que en todas partes. Por lo menos yo lo siento así. Da fuerza y anima ¿no crees? He tenido la oportunidad de conocer personas encantadoras que me han brindado su amistad, su confianza, su ternura y su ayuda. Son como gotas de luz que traen calor. Aunque no estén mucho tiempo, son un bálsamo.
Hablas con mucho énfasis, y seguro que es verdad. Es como si describieras el amor. García Márquez decía que los humanos «tenemos un problema, que no sabemos amar sin tocar, sin ver o sin escuchar; y el amor se siente con el corazón, no con el cuerpo». Supongo que en tu caso debe ser así.
– Es exactamente así. Es algo inmenso, algo interior pero también es confianza, es luz, es apoyo y es fuerza para luchar día a día contra el dolor y contra todo. Veo la tele, porque no tengo otra cosa. Estar clavada en la inmovilidad tetrapléjica, no quiere decir que no pueda volar. La música me encanta. Soñar es posible pero casi nadie habla de eso. La política me aburre y todo, en la pantalla de televisión, se reduce a dinero y política.
Lo que acabas de decir, vuelve a recordarme el embozo sobre tu cabeza. Es seguro que tienes mucho tiempo para penar. Lo que dices tiene sentido porque lo has pensado. Al ver la cruz que tienes a la cabecera de tu cama, me sugiere una última pregunta. Has contado que en ciertos momentos «te querías morir», pero ahora ya no piensas en «la eutanasia»… La pregunta es la siguiente: ¿en el cambio de actitud sobre la muerte o sobre la vida, ha influido tu fe o tus creencias religiosas?
-Sí, por supuesto. Influye como nadie se imagina. Es comprenderque estamos aquí para aprender y para ayudar o dejarnos ayudar. Él lo hizo. Yo he tenido la oportunidad de vivir dos vidas. Con las dos me he enriquecido y de las dos sigo aprendiendo, como persona y como mujer. Casi todos los días tengo algo que celebrar. Celebro el día de los accidentes de la carretera, el de el cáncer, el de las enfermedades raras, el de la mujer, el de la amistad, el de la madre, pero sobre todo… la suerte de estar viva. Soy sevillana, y esa Cruz lo es todo. Aunque parezca absurdo, me considero una persona afortunada por estar viva. He aprendido, lo que muchos olvidan, que la vida no es fácil, pero merece la pena.
Entonces ¿para adaptarte a esa realidad pasas algunos ratos en la oscuridad, bajo el embozo?
–Seguro. Necesito recordar que lo esencial solo se puede descubrir por dentro y sentir y alegrarme, de que aunque un día quedé inmóvil del cuello para abajo, mi corazón sigue latiendo. Latiendo y sintiendo. Hay muchas personas que viven con carencias, ¿por qué no voy a vivir yo con las mías? He asumido vivir con lo que tengo. Es cierto que ya no puedo bailar, ni ir a donde quisiera, pero necesito encontrar una razón para despertarme cada día con una sonrisa y luchar. No estoy. Lo realmente duro es la soledad, el abandono de los tuyos o la falta de amor.
Y ahora, por favor, dame agua.