Texto de la ponencia pronunciada por Nicolás Jouve (Catedrático de Genética de la Universidad de Alcalá, Presidente de CíViCa, Asociación de Investigadores y Profesionales por la Vida) en el Congreso Mundial de las Familias – Sesión Plenaria del Sábado 26 de mayo - Cultura de la Vida vs. Cultura de la Muerte.
En primer lugar deseo agradecer a Gador Joya por su amable presentación y a Ignacio Arsuaga y a los organizadores del Congreso Mundial de la Familia por su invitación, y deseo felicitarles a todos ustedes por el espíritu de defensa de la familia natural y del don de la vida que les ha animado a venir a este estimulante congreso.
Trataré brevemente de señalar la tendencia general a la implantación de leyes del aborto en el mundo y a esbozar las ideologías que la sustentan. De hecho, lamentablemente las tres últimas décadas nos revelan una tendencia general cada vez menos restrictiva y más favorable al aborto, que alcanza a las legislaciones de casi todos los países. Actualmente casi dos tercios de la población mundial vive en países cuya legislación permite el aborto por diversas causas, habiendo llegado incluso a convertirse en un derecho de la mujer, como ocurrió en España, con la Ley Aído o Ley del Aborto aprobada en el 2010. Por contraste, hay un pequeño grupo de países que apenas abarcan un 3% de la población mundial que prohíben el aborto sin excepción [1].
¿Qué es lo que ha inducido a esta corriente mundial?, ¿Qué es lo que mueve a los legisladores a darle la espalda a la defensa de la vida en la etapa embrionaria y fetal, que eran principios básicos de la humanidad hasta hace solo unas décadas?, ¿Por qué la Organización de las Naciones Unidas, un organismo que hace tan solo 50 años estableció la Declaración Universal de los Derechos Humanos en cuyo Artículo 3 se proclama que «todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona», hoy promueve el aborto?
Álbum de fotos AQUÍ
Texto de la ponencia pronunciada por Nicolás Jouve (Catedrático de Genética de la Universidad de Alcalá, Presidente de CíViCa, Asociación de Investigadores y Profesionales por la Vida) en el Congreso Mundial de las Familias – Sesión Plenaria del Sábado 26 de mayo – Cultura de la Vida vs. Cultura de la Muerte.
En primer lugar deseo agradecer a Gador Joya por su amable presentación y a Ignacio Arsuaga y a los organizadores del Congreso Mundial de la Familia por su invitación, y deseo felicitarles a todos ustedes por el espíritu de defensa de la familia natural y del don de la vida que les ha animado a venir a este estimulante congreso.
Trataré brevemente de señalar la tendencia general a la implantación de leyes del aborto en el mundo y a esbozar las ideologías que la sustentan. De hecho, lamentablemente las tres últimas décadas nos revelan una tendencia general cada vez menos restrictiva y más favorable al aborto, que alcanza a las legislaciones de casi todos los países. Actualmente casi dos tercios de la población mundial vive en países cuya legislación permite el aborto por diversas causas, habiendo llegado incluso a convertirse en un derecho de la mujer, como ocurrió en España, con la Ley Aído o Ley del Aborto aprobada en el 2010. Por contraste, hay un pequeño grupo de países que apenas abarcan un 3% de la población mundial que prohíben el aborto sin excepción [1].
¿Qué es lo que ha inducido a esta corriente mundial?, ¿Qué es lo que mueve a los legisladores a darle la espalda a la defensa de la vida en la etapa embrionaria y fetal, que eran principios básicos de la humanidad hasta hace solo unas décadas?, ¿Por qué la Organización de las Naciones Unidas, un organismo que hace tan solo 50 años estableció la Declaración Universal de los Derechos Humanos en cuyo Artículo 3 se proclama que «todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona», hoy promueve el aborto?
Las razones que se esgrimen y por las que se pretende promover y favorecer el aborto en el mundo son básicamente dos: la primera de orden socio-económico y la segunda de carácter ideológico. Me refiero el control del crecimiento de la población, para paliar las dificultades de abastecimiento de los recursos necesarios para la alimentación y el bienestar de una población en continuo crecimiento; y a las corrientes ideológicas de la liberación de la mujer y de la ideología de género, que implican, entre otras cosas, que las mujeres puedan tomar la decisión inicial sobre su embarazo y que esa decisión, consciente y responsable, sea respetada [2], incluso anteponiéndola al derecho a la vida de su propio hijo, el concebido no nacido.
Como veremos a continuación, ambas razones carecen de fundamento científico y ético y lo peor es que en nombre de una pretendida sociedad del bienestar se desoye la verdad sobre el inicio de la vida a partir de la fecundación, no se quiere reconocer el valor de una vida humana singular, distinta e independiente de la madre desde la fecundación, y se ignora la dignidad del ser humano en su etapa más indefensa.
El primero de los argumentos, tiene su base en las profecías de Thomas Robert Malthus (1766-1834) un economista inglés, considerado el «padre de la demografía», que en su «Ensayo sobre los principios de la población» publicado a finales del siglo XVIII, establecía que la disponibilidad de alimentos y espacio para satisfacer las necesidades humanas son limitados, por lo que inevitablemente llegaría un momento en que se produciría una catástrofe demográfica. Esta forma de pensar, se extendió a lo largo del siglo XIX y se conoce como «maltusianismo». Para impedir sus consecuencias, Malthus propuso el control de los nacimientos y recomendó que empezara por las capas inferiores de la sociedad, los pobres y los obreros. Por supuesto, las previsiones de Malthus no prosperaron en su aplicación a las poblaciones humanas, debido a un factor que no había tenido en cuenta, la capacidad de superación de las dificultades con las mejoras en agricultura, ganadería, industria y comercio desarrolladas desde principios del siglo XIX. Sin embargo, los augurios de Malthus han flotado en la mente de muchos filósofos y sociólogos que creen que únicamente se han retrasado en su realización, por lo que aún hoy, superada la cifra de 7.000 millones de seres humanos en el mundo, sin que haya tenido lugar la anunciada catástrofe, se sigue propugnando la necesidad del control del crecimiento demográfico y se habla de «bomba demográfica», «explosión demográfica», «marea humana», y otras desafortunadas expresiones semejantes. Estas ideas irrumpieron con fuerza a finales de los años 60 a partir de un grupo de burócratas, directivos de corporaciones y políticos, unidos en el llamado Club de Roma.
La realidad es bien distinta y si la población humana se ha triplicado en el siglo pasado, la producción de alimentos ha crecido a un ritmo aún mayor, incluso sin aumento del suelo dedicado a la agricultura o a la ganadería. A este respecto, la FAO, el órgano de las Naciones Unidas para la alimentación en el mundo, emitió un informe de previsión de recursos alimenticios para los próximos años del siglo XXI en el que proclamaba que no hay escasez de alimentos en el mundo y que la producción global per capita nunca fue superior a la actual [3]. Es curioso verificar la falta de sentido de la pretendida limitación de recursos cuando se constata que no hay correlación entre países ricos y densidad poblacional. Hay regiones de una alta densidad de población y escasez de recursos y otras de escasa población y con abundancia de alimentos. ¿Cuál es entonces el problema? Desde luego no lo es la falta de alimentos o de espacio para vivir. El problema es de índole político. La ONU debería ocuparse antes de una mejor distribución de los alimentos en el mundo, que de promover la limitación de las bocas a alimentar a costa de traicionar sus propios principios de defensa de la vida humana.
La segunda razón es de carácter ideológico, la pretendida relación de la salud sexual y reproductiva con un derecho de las mujeres. Esta idea cuenta igualmente con el respaldo de las Naciones Unidas, que el 18 de diciembre de 1979, en una Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la Mujer, adoptó en la Asamblea General la Resolución 34/180, según la cual: «los Estados partes adoptarán todas las medidas apropiadas para eliminar la discriminación contra la mujer en la esfera de la atención médica a fin de asegurar, en condiciones de igualdad entre hombres y mujeres, el acceso a servicios de atención médica, incluidos los que se refieren a la planificación familiar». Aunque no se refiriera explícitamente al aborto, este acuerdo se ha interpretado como un respaldo del influyente organismo internacional a la consideración del aborto como un derecho.
En la misma dirección, la Plataforma de Acción de Beijing de la IV Conferencia de Naciones Unidas sobre la mujer celebrada en 1995, interpretaba que «los derechos humanos de las mujeres incluyen el derecho a tener el control y a decidir libre y responsablemente sobre su sexualidad, incluida la salud sexual y reproductiva, libre de presiones, discriminación y violencia».
Más recientemente, en el verano de 2011, la Secretaría de la ONU emitió un informe del Consejo de Derechos Humanos que exhorta a todas las naciones a aceptar el acceso al aborto legal a mujeres y niñas para que puedan disfrutar plenamente sus derechos humanos. El citado informe, vincula el aborto con el derecho fundamental al más alto nivel de salud física y mental. Al constatar estas actitudes se podría afirmar que los dirigentes actuales de la ONU que piensan de esta manera no representan a las Naciones Unidas, sino que se representan a sí mismos. También es triste constatar cómo las políticas del control de la natalidad ignoran o desestiman el sinfín de consecuencias psicológicas del aborto para la propia mujer. Lo que hay que recordar es que hay constancia estadística y científica de que la segunda víctima de un acto tan cruel y violento contra la vida de un indefenso, como lo es el aborto, es la propia mujer que lo consiente. ¿Es esto favorecer la salud física y mental o lo que paradójicamente se llama sociedad del bienestar?
Sin desear hacer una predicción tan desafortunada y desacertada como la de Malthus, me gustaría terminar señalando que más realista sería pensar en la cantidad de efectos negativos a consecuencia de la limitación de la natalidad a través del aborto, en primer lugar para los países desarrollados y tras ello de los más países más pobres. Algunos de estos problemas se constatan ya en este momento en los países de mayor índice de abortos: la disminución de la población activa; el envejecimiento progresivo de la población; los desequilibrios económicos para sostener las clases pasivas; el aumento del gasto sanitario; los desequilibrios en las estructuras familiares, etc.
Año tras año aumenta la distancia que media entre el número de nacimientos necesarios para la reposición de la población activa y la tasa de nacimientos. Así, según los datos del Instituto Nacional de Estadística de 2010, en España, el índice de fecundidad de la mujer es de 1,36, cifra que no solo está muy alejada del nivel de reemplazo generacional (2,1) sino también de la media mundial (2,52) y de los deseos de las familias españolas, que según encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas se cifra en 2,72 hijos por mujer.
En el reciente libro «La Familia. Desafio para una nueva política» [4], del Instituto de Política Familiar de España, Eduardo Hertfelder, Mariano Martínez-Aedo y Lola Velarde, nos hablan de una España en la que por cada 10 jóvenes, hay ya 12 personas mayores. Una España de viejos, cada vez más viejos y en el cada vez hay menos jóvenes. Una situación que está alcanzando unos tintes bastante negativos para las expectativas futuras de nuestro país y que se observa igualmente en los países con leyes del aborto semejantes a las españolas.
Estas son las tristes consecuencias de unas políticas que favorecen el aborto y la destrucción de la familia natural y que desgraciadamente bajo los auspicios de las Naciones Unidas parece extenderse como una mancha de aceite a nivel global. Lo cierto es que la dignidad es el valor más grande que posee una persona y que en función de ello, el aborto denigra a quien lo fomenta, lo practica o lo consiente. Como señalábamos en el «Manifiesto de Madrid», un aborto no es sólo la «interrupción voluntaria del embarazo» sino un acto simple y cruel de «interrupción de una vida humana», «un drama con dos víctimas: una que muere y la otra que sobrevive y sufre a diario las consecuencias de una decisión dramática e irreparable».
[1] En Europa Andorra y Hungría; en América Colombia, Chile, Haití, Honduras y la República Dominicana; en Asia Filipinas; en África Somalia
[2] Preámbulo de la Ley Orgánica 2/2010, de 3 de marzo, de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo.
[3] FAO report Agriculture: Towards 2015/30, Julio 2000.
[4] E. Hertfelder, M. Martínez-Aedo, L. Velarde. La Familia. Desafio para una nueva política. Instituto de Política Familias, Madrid 2011