Por José María Montiu de Nuix, doctor en filosofía, sacerdote, matemático, socio de CiViCa
La grandeza de la persona humana consiste en “ser” lo que “se es”, llevando así a plenitud lo que uno mismo “es”. Una piedra puede devenir una bella escultura. Mil veces mejor es que un “padre” sea un “buen padre”, o que una “madre” sea una “buena madre”, o que una “esposa” sea una “buena esposa”, que no que dispongan de muchas habilidades o que hagan la vuelta al mundo en ochenta días. Una persona puede devenir una persona buena; un niño, un hombre bueno; una niña, una mujer buena; un “ser”, un “ser bueno”. Alcanzando así la perfección, la “perfección del ser”. Perfección que ha de encontrarse en conformidad con la condición sexual realmente “inherente” al propio ser, la cual está verdaderamente “inscrita” en la propia “naturaleza”. En esto está la verdadera felicidad de la persona humana, el “ser feliz”.