Por el Dr. José María Montiu de Nuix, pbro, socio de CiViCa, doctor en filosofía, matemático.
El presente artículo sólo pretende ser un eco, muy sencillo, de la rica y extensa conferencia magistral “L’ecologia dell’anima” que le oí este año en Roma a Su Eminencia Mauro Piacenza, cardenal de la Curia Romana (en a fotografía de portada).
Todos sabemos que la “ecología” es algo muy importante. La ecología lleva a escuchar el lenguaje de la naturaleza, creada por Dios, y a dar una respuesta coherente con este lenguaje.
Existe, así mismo, una “ecología del hombre”, pues el ser humano posee una naturaleza que tiene que respetar y que no puede manipular según le plazca. La voluntad humana debe respetar la naturaleza, escucharla y aceptarse a sí mismo por aquello que uno mismo es y que no se ha creado él mismo. Sólo así podrá realizar la verdadera libertad humana. La denominación “ecología del alma” subraya que el hombre está dotado de alma espiritual.
En el mundo actual el mal existe una gran propagación del mal. Así, tantas actuaciones inmorales en genética, familia, internet, etc.
Internet puede propagar a nivel mundial tanto el bien, alentando a la virtud y difundiendo la sana cultura, como el mal, pornografía, odio, terrorismo, etc. De hecho, en un porcentaje impresionantemente alto se usa internet no para el bien, sino para el mal. Basta media hora de un uso pésimo de internet para recibir mayor mal que el que antes se podía recibir en una vida entera. Esa situación de propagación del mal, de “mal mundial”, plantea un gran reto. ¿Qué respuesta dar al “mal global”?
Lo primero ha de ser detectar la causa del desorden. “Perseguir una auténtica ecología del alma (…) significa ante todo reconocer humildemente la causa del desorden”.
La “ecología del alma” sabe que lo que ensucia el alma, el verdadero mal, la raíz del mal, es el pecado: “Lo que enfanga el agua de la existencia es el misterio del pecado (…)”.
El mal, el pecado, ha sido vencido por Cristo. Sólo Él es el vencedor del pecado. Para vencer al mal no bastan las ideologías meramente humanas. No venceremos el pecado al margen de Cristo. Vencemos el pecado al aplicársenos la victoria de Cristo. Victoria, ésta, que se nos aplica mediante los sacramentos. El perdón en la confesión es, pues, una gran contribución a la ecología del alma. La absolución sacramental resana las aguas del alma, ensuciadas y contaminadas, con las aguas, limpias y purificadoras, que brotan del Corazón de Cristo. Concluye el eminente cardenal, Piacenza: “En tal sentido, toda particular absolución sacramental constituye la mayor contribución que se puede dar a la ecología humana, a la ecología del alma y, a través de ésta, a la ecología del mundo y del universo”.