Por Enrique Rojas, psiquiatra, publicado en Revista de Prensa, ABC el 21 de Enero de 2017
Afrodita es la diosa del amor en la mitología griega. Y simboliza la atracción que sienten los seres humanos por el amor sin restricciones. Veo en mi consulta hace unos meses una mujer de 39 años, arquitecta, físicamente atractiva, abierta, comunicativa, que viene arrastrando un fondo depresivo desde hace unos seis o siete años, porque ha tenido tres relaciones afectivas que la han dejado tocada. Me la recomienda su madre, que es médica y vieja conocida mía y me insiste en que la ayude, que está sufriendo mucho y que no levanta cabeza.
Hablo con ella despacio y en dos sesiones largas me cuenta su vida en general y su trayectoria sentimental, en particular. Las dos últimas relaciones han sido con dos hombres que han tenido el síndrome de Simón (soltero, inmaduro en lo afectivo, materialista, obsesionado con el trabajo y narcisista), con los que pensó que llegaría a casarse… pero en los que finalmente el pánico al compromiso pudo más y la dejaron a ella tirada. Su relato está repleto de sufrimiento, decepción y desencanto… con muchas alternativas de tomar y de dejar esa amistad, pero por unos motivos u otros, por razonadas sinrazones, aquello se acaba rompiendo. Ella está en pleno síndrome de Afrodita, cuyos síntomas son los siguientes:
Por Enrique Rojas, psiquiatra, publicado en Revista de Prensa, ABC el 21 de Enero de 2017
Afrodita es la diosa del amor en la mitología griega. Y simboliza la atracción que sienten los seres humanos por el amor sin restricciones. Veo en mi consulta hace unos meses una mujer de 39 años, arquitecta, físicamente atractiva, abierta, comunicativa, que viene arrastrando un fondo depresivo desde hace unos seis o siete años, porque ha tenido tres relaciones afectivas que la han dejado tocada. Me la recomienda su madre, que es médica y vieja conocida mía y me insiste en que la ayude, que está sufriendo mucho y que no levanta cabeza.
Hablo con ella despacio y en dos sesiones largas me cuenta su vida en general y su trayectoria sentimental, en particular. Las dos últimas relaciones han sido con dos hombres que han tenido el síndrome de Simón (soltero, inmaduro en lo afectivo, materialista, obsesionado con el trabajo y narcisista), con los que pensó que llegaría a casarse… pero en los que finalmente el pánico al compromiso pudo más y la dejaron a ella tirada. Su relato está repleto de sufrimiento, decepción y desencanto… con muchas alternativas de tomar y de dejar esa amistad, pero por unos motivos u otros, por razonadas sinrazones, aquello se acaba rompiendo. Ella está en pleno síndrome de Afrodita, cuyos síntomas son los siguientes:
1. Pensar que para ser feliz es fundamental encontrar un hombre. Que ese es el objetivo de entrada y que ese es su primer punto de mira.
2. Que una mujer se realiza cuando tiene un hombre al lado. Eso es para ella una condición sine qua non; si eso no se da, falla la base. 3. Sentirse fracasada por quedarse soltera, por no haber conseguido tener un hombre al lado con el que formar una pareja y construir una familia.
4. El quedar marcada vitalmente si los tres presupuestos anteriores se dan. Pensar que es imposible ser feliz porque no ha dado con alguien a quien entregarle su amor.
5. A este espectáculo psicológico se añade una mezcla de tristeza, desmotivación, melancolía, frustración, etc…
Es natural que una mujer quiera encontrar a un hombre que cubra sus expectativas, que llene la dimensión emocional y que pueda tener con él un proyecto de vida en común, pero en nuestra sociedad de este comienzo del siglo XXI, en buena parte de Occidente, se ha ido produciendo en el hombre (que no en la mujer) un miedo e incluso un pánico a comprometerse. Son muchos los hombres que a partir de los treinta y tantos años solo quieren salir con una chica para pasar el rato o divertirse o tomar una copa, sin plantearse ninguna otra cuestión de más nivel. Pero ese tipo de hombre se ha instalado en una sociedad ligth, liviana, ligera, líquida… en donde el terror al compromiso se ha ido colando dentro de él.
Así las cosas, veo cada vez más mujeres de treinta y tantos en adelante, solteras, buenas profesionales, atractivas, con ideales positivos, que se sienten desilusionadas al darse cuenta de lo difícil que es encontrar un hombre… Voy a hacer la siguiente afirmación, aunque generalizar es un ataque a la inteligencia: hoy en día, el hombre, fingiendo amor, lo que busca es sexo; y la mujer, fingiendo sexo, lo que realmente busca es amor.
¿Qué es lo que sugiero? Que esa mujer, viendo cómo están las cosas y siendo realista, plantee su vida al margen de la posibilidad de encontrar un hombre, centrándose en su trabajo, en la amistad, en la cultura, en la espiritualidad…, que deje de ser una prioridad encontrar un hombre, ya que eso puede convertirse en obsesivo y esto puede destruir a una mujer. Es una pena tener que hablar así, pero son los tiempos que corren, es un signo de nuestros días.
Y sigo con mi paciente. Unas semanas más tarde me llama la madre por teléfono: «Dr. Rojas, no sabes lo bien que está mi hija. Ha recuperado la tranquilidad y la sonrisa y está muy contenta con esa idea que tú le ha transmitido: quítate de la cabeza la idea de que para ser feliz tienes que encontrar una pareja y tener una familia…, eso en el pasado era así, pero hoy ante la crisis de inmadurez sentimental del hombre esto se ha vuelto muy difícil. Qué acierto en señalarle ese camino. Mi hija es otra». Queda una cuestión importante que he tratado con ella. El tema de la maternidad, que como un hecho biológico realmente completa a la mujer y redondea su persona. Eso es una limitación, que a ella le duele, pero lo va aceptando. Se está planteando la posibilidad de la adopción, «en que yo volcaría buena parte de la ternura que llevo dentro», me dice textualmente. Poco tengo yo que agregar.
Solo el hombre maduro es capaz de comprometerse. La madurez de los sentimientos significa la necesidad de salir de uno mismo y querer encontrarse con otra persona para compartir la vida. Y eso implica generosidad y derribar el individualismo. Es la magia de la vida. Quien tiene magia no necesita trucos.