Por Manuel Alfonseca, Doctor Ingeniero de Telecomunicación y Licenciado en Informática, Profesor Honorario de la Universidad Autónoma de Madrid, publicado en su Blog Divulgación de la Ciencia el 11 de junio de 2014
Como toda teoría científica, la de la evolución será siempre provisional, pero en siglo y medio ha quedado muy bien contrastada. No es probable que venga una revolución que la declare obsoleta o equivocada, quizá tan sólo algún ajuste fino, como le pasó a la física de Newton con la teoria de la relatividad general de Einstein. Cualquier ataque contra la teoría de la evolución debería basarse en la constatación de hechos discrepantes, que hasta ahora no se han presentado.
Por Manuel Alfonseca, Doctor Ingeniero de Telecomunicación y Licenciado en Informática, Profesor Honorario de la Universidad Autónoma de Madrid, publicado en su Blog Divulgación de la Ciencia el 11 de junio de 2014
Como toda teoría científica, la de la evolución será siempre provisional, pero en siglo y medio ha quedado muy bien contrastada. No es probable que venga una revolución que la declare obsoleta o equivocada, quizá tan sólo algún ajuste fino, como le pasó a la física de Newton con la teoria de la relatividad general de Einstein. Cualquier ataque contra la teoría de la evolución debería basarse en la constatación de hechos discrepantes, que hasta ahora no se han presentado.
El problema es que algunos de los que defienden la teoría de la evolución dan un paso más y caen en el mismo pecado del que acusan a sus oponentes, presentando elucubraciones filosóficas y afirmaciones dogmáticas como si fuesen teorías científicas contrastables.
Como cualquier teoría científica, la teoría de la evolución es un conjunto de hipótesis para explicar hechos conocidos, susceptibles de que se pueda demostrar que no son correctas. Se basa en la constatación comprobada de que las especies cambian, y estudia los mecanismos que pueden llevar a ello: mutaciones, ADN, selección natural… Cualquier connotación filosófica que se añada no tiene carácter científico, tanto si se afirma, con los creyentes, que detrás de todo hay un diseño inteligente, como si se dice, con los ateos, que todo es únicamente consecuencia de la casualidad.
Los partidarios de la teoría científica del diseño inteligente aducen supuestas pruebas, como la existencia de órganos y procesos muy complejos (los flagelos rotatorios de las bacterias, ciertos ciclos químicos delos seres vivos) o conductas complicadas (como las avispas que paralizan arañas inyectando veneno en cada ganglio nervioso). Estos argumentos se presentan hoy a veces como si fuesen nuevos e incontestables, cuando muchos tienen más de un siglo de antigüedad y hace tiempo fueron refutados por los biólogos evolucionistas, empezando por el propio Darwin.
Es imposible que las dos partes lleguen a un acuerdo. Si se descubriera algo en los seres vivos que fuese imposible de explicar con nuestros conocimientos actuales, un científico ateo dirá que alguna causa aún desconocida explicará, cuando se descubra, la cuestión pendiente. Por otra parte, aunque todo lo que se sabe sobre los seres vivos fuese compatible con la acción de fuerzas aparentemente casuales, no por ello queda excluida la hipótesis del diseño inteligente, pues Dios puede haber incluido un azar aparente entre las herramientas asociadas a la creación del universo. No se puede negar a Dios la posibilidad de usar mecanismos que nosotros sí podemos utilizar.
Experimento de vida artificial
Existe una rama de la informática (la programación evolutiva) que construye programas de ordenador inspirados en la evolución biológica. Se habla de vida artificial cuando estas técnicas se emplean para construir sistemas de agentes que remedan el comportamiento de los seres vivos. Simulando colonias de hormigas, por ejemplo, se arroja luz sobre el comportamiento de enjambres de seres que actúan juntos, lo que permite formular hipótesis sobre la aparición de entidades de nivel superior, como los organismos pluricelulares o las sociedades humanas.
Un experimento de vida artificial es un ejemplo de diseño inteligente por parte del programador, pero los agentes interaccionan bajo el control de algoritmos seudo-aleatorios, es decir, de algo parecido al azar. Ahora bien, Gregory Chaitin demostró que azar y seudo-azar son matemáticamente indistinguibles. Si alguna vez aparecieran agentes inteligentes en estas simulaciones, no podrían deducir la existencia del programador por experimentación, pues está fuera de su mundo, y podrían llegar a la conclusión falsa de que su existencia es consecuencia del azar. De igual manera, nosotros tampoco podemos demostrar la verdad ni la falsedad de la hipótesis que afirma que el universo no ha sido diseñado por nadie. Por lo tanto, dicha hipótesis debe considerarse extra-científica.
Ni el diseño inteligente ni la evolución puramente casual son teorías científicas, pues es imposible demostrar que sean falsas. Las dos son teorías metafísicas y deben presentarse como tales. Los libros de texto de ciencias naturales no tienen por qué presentar el diseño inteligente como alternativa a la teoría científica de la evolución, pero tampoco deben sugerir que la ciencia ha demostrado que Dios no existe o que el universo y la evolución biológica son consecuencia únicamente del azar, porque estas afirmaciones son falsas. La ciencia no puede demostrar ninguna de esas cosas.