La voluntad de convivencia, mayor que el odio.

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Por José Manuel Belmonte (Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CiViCa) 

No hay palabras. He vivido en Bruselas. He trabajado allí algún tiempo. He vuelto no hace mucho de visita. He estado alojado muy cerca del Parlamento. He disfrutado de algún día sin coches y me he desplazado en metro porque los medios de transporte público eran gratuitos. La gente de todas las nacionalidades posibles disfrutaba por las calles, en las terrazas y en los parques.

Por José Manuel Belmonte (Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CiViCa)

No hay palabras. He vivido en Bruselas. He trabajado allí algún tiempo. He vuelto no hace mucho de visita. He estado alojado muy cerca del Parlamento. He disfrutado de algún día sin coches y me he desplazado en metro porque los medios de transporte público eran gratuitos. La gente de todas las nacionalidades posibles disfrutaba por las calles, en las terrazas y en los parques.

En las 30 hectáreas del Parque urbano del Cincuentenario y el arco de triunfo, en el barrio europeo de Bruselas, había fiesta para grupos y familias, nativas o inmigrantes. No cuento una utopía, lo he vivido.

En una nación tan acogedora, en una ciudad tan cosmopolita, en la cuna de Europa y  sede de la Unión Europea, uno podía sentirse ciudadano del mundo, solo con respetar y ser respetado, viviendo y dejando vivir.

Hasta ahora, para muchos, esa pequeña nación era su segunda patria. En la década de los 70, yo sentí esa misma sensación. Tenía amigos de varias nacionalidades. Estudiaba  y trabajaba. Era libre. Podía hablar con otra gente en varios idiomas, tanto en la universidad como en el bar o el trabajo. Así conocí otras culturas y otras etnias. Bélgica entera, y en particular Bruselas era un ejemplo de integración y convivencia en paz.

Desde allí conocí a 20 kilómetros al sur de Bruselas, Waterloo y el escenario de esa importante batalla en el municipio belga ubicado en la provincia del Brabante valón. Y caminando hacia el sur, hacia Luxemburgo, visité uno de los últimos escenarios de la II Guerra Mundial, las Ardenas. Una batalla decisiva.

Pero hoy… la guerra ha vuelto y ha golpeado el corazón de Europa. La sangre ha sido derramada, en el metro y en el aeropuerto. Los ciudadanos de varias naciones han perdido la vida y los heridos se cuentan por centenas en Bruselas. Han sido los ataques terroristas  más sangrientos vividos nunca en el país. Algunos amigos me han pedido que escriba. Y lo hago porque hoy, sigo teniendo a Bélgica en el corazón. Y esto se veía venir.

Las lágrimas  y el dolor han vuelto. La italiana Federica Mogeherini, «ministra de Exteriores» de la Unión Europea, entre lágrimas, ha dicho que es un día «muy triste» para Europa.

Ante la barbarie terrorista, los líderes políticos de todo el mundo se han apresurado a hacer gestos y declaraciones más o menos sinceras, y promesas de democracia, seguridad y libertad. Además de llamadas a la unidad.

Pero, el mundo está en guerra  desde hace años, y muchos no se han tomado en serio la amenaza. Antes de las Torres gemelas, y después de los atentados de Madrid, Londres, París, Ankara, y los atentados de Túnez, Kuwait, Nigeria y Mali, Burkina Faso, así como  los múltiples perpetrados en de Irak y Siria.  Nada es casual.

He escrito varias veces sobre la amenaza de Europa. También sobre Siria, sobre los niños, los campos de refugiados y el peligro de la retórica hueca de la «Alianza de Civilizaciones». En España,  «Podemos e Izquierda Unida se negaron a firmar el Pacto Antiyihadista. Iglesias recurrió a las «miradas de amor» como únicas armas aceptables para que los terroristas árabes dejaran de matar», comentaba A. Ussía.

Ni Europa ni la ONU, se implicaron a fondo y sobre el terreno. Los efectos de la acción militar, de Europa y Rusia, han sido destructivos, pero poco eficaces al no haber una intervención terrestre, liderada por la ONU y con participación de naciones musulmanas. La población civil, ha tenido que huir de la guerra y, a riesgo de perecer, se echó a la mar. Más de 500.000 refugiados están atrapados en el invierno climático, del mundo y de Europa. Los países árabes, parecen estar en otro planeta.

Comencé el año 2016 con este título: «La llama de la paz sigue encendida«. Y concluía: «Hasta que podamos emprender un viaje sin ser sometidos a fuertes medidas de seguridad, la paz será una ilusión. Mientras no aceptemos la primacía de la vida y respetemos el derecho de cada uno a estar aquí, no habremos encontrado el Camino de la Paz del Mundo».

Posiblemente Europa y Bélgica en particular llevan demasiados años pecando de ingenuos y un tanto ciegos, porque estaban amparando y alimentando un nido de víboras. Sin medios o con ellos, pero sin coordinación, los fanáticos extremistas llenos de odio a Europa, se pasean.

Tanto poner el énfasis en la democracia se han olvidado la seguridad y de la vida de los ciudadanos.

Ha tenido que ser Juncker quien reclamara «un aumento de la colaboración entre los servicios secretos europeos».  El atentado ha puesto al descubierto los errores de los ministros de Interior y de Justicia Belgas, (se han visto en evidencia para… dimitir).

Pero no sólo Bélgica ha cometido errores. El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker cargó contra los Veintiocho por su pasividad en relación con la amenaza terrorista: “El problema está ahí desde hace años. Si los Estados miembros hubieran aplicado los planes que aprobamos tras el atentado de Paris, en noviembre no estaríamos como estamos a día de hoy”, y quizá “no estaríamos ante acontecimientos tan trágicos”.

Y sin embargo, tras la reunión de urgencia de los ministros de Interior y de Justicia de la UE, el Jueves Santo, tampoco han sido capaces de ponerse de acuerdo. Posiblemente hay buena voluntad, pero están un poco perdidos. Como decía Ovidio, Trista, 5.7 «Las leyes yacen vencidas por la espada( hoy, por los explosivos) de la guerra«.

Los ciudadanos europeos, y sobre todo las víctimas, están pidiendo hechos, no declaraciones altisonantes o falsas promesas.

AL Qaeda, el Estado Islámico, EI, o el Estado Islámico en Irak y al-Sham ISI, o el ISIS, o QSIS (Separatistas de Al Qaeda en Irak y Siria), han declarado la guerra a Occidente.  El Daesh,  o Da’ish  o en plural -daw’aish- significa fanáticos que imponen sus puntos de vista sobre los demás. Ellos se han atribuido la masacre. Importa poco que ni sean un Estado, ni siquiera sea Islámico; no pueden campar a sus anchas e imponer su ley a los demás. Será más difícil buscarles en un lugar, pero hay que ir a por ellos, estén donde estén. Las empresas de comunicación, pueden ser claves.

Vamos sabiendo quienes son, pero desconocemos el origen de su odio. En eso, más que los mismos terroristas, son importantes sus «maestros» y sus «encubridores» (ellos y ellas).  La policía, estoy seguro, será cada día más eficaz para abortar atentados de fanáticos radicalizados. Pero, «nadie puede  aterrorizar a toda una nación, a menos que todos nosotros seamos sus cómplices» (E.R.Murrow). La colaboración ciudadana es necesaria y esencial.

Ni los ciudadanos podemos permanecer callados, ni los medios  silenciar sus atrocidades, ni siquiera cuando se cometen contra otra creencia religiosa para imponer el islam. Tampoco las fuerzas y cuerpos de seguridad pueden seguir mostrando, ni un día más la descoordinación que han dejado patente en Bélgica. Y desde luego, las «miradas de amor» o «los besos» no parecen eficaces, por mucho que algunos políticos se empeñen, para enfrentarse a quienes quieren destruir nuestra cultura, nuestra forma de vida y nuestras creencias. Reclamar «unidad sin fisura» no puede ser un slogan para después de un atentado.

BELMONTE
BELMONTE
Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CíViCa