Por José Manuel Belmonte (Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CiViCa)
Cuando desapareció la filosofía del bachillerato y fueron desterradas sus hermanas, música, pintura, literatura o retórica, "humanidades que despiertan en el hombre los sueños, la virtud o la búsqueda de la belleza"(Pedro Arguello), a la crisis económica se añadía una crisis cultural.
Cuando los casos de corrupción salpican -en mayor o menor medida- a todos los partidos políticos; cuando la crisis de valores se ha generalizado y se incumplen las promesas electorales; cuando se mantienen instituciones ruinosas por intereses partidistas, que cuestan al ciudadano miles de millones de euros (Autonomías, Senado, Televisiones autonómicas y locales y cientos de empresas creadas a su amparo), quienes aún podemos pensar, tenemos la obligación de hablar.
Por José Manuel Belmonte (Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CiViCa)
Cuando desapareció la filosofía del bachillerato y fueron desterradas sus hermanas, música, pintura, literatura o retórica, «humanidades que despiertan en el hombre los sueños, la virtud o la búsqueda de la belleza»(Pedro Arguello), a la crisis económica se añadía una crisis cultural.
Cuando los casos de corrupción salpican -en mayor o menor medida- a todos los partidos políticos; cuando la crisis de valores se ha generalizado y se incumplen las promesas electorales; cuando se mantienen instituciones ruinosas por intereses partidistas, que cuestan al ciudadano miles de millones de euros (Autonomías, Senado, Televisiones autonómicas y locales y cientos de empresas creadas a su amparo), quienes aún podemos pensar, tenemos la obligación de hablar.
Estamos, como ciudadanos llamados a votar próximamente. ¿Para qué? Según algunos: para ejercer el derecho democrático al voto. Eso sustenta la idea de soberanía popular, que puede elegir a sus representantes, mediante su voto, libre, personal, secreto. Aunque la democracia no se agota con las consultas o las elecciones, la expresión de la voluntad popular es un acto político en cualquier democracia. Dicen que el voto es un derecho y un deber. ¿Sí?
Más que el deber de votar, existe la obligación de «pensar», sobre todo antes de acudir a las urnas. Cada ciudadano, antes de inclinarse por un candidato o por unas siglas, tiene que pensar en su voto. Yo alzo la voz en defensa de mi voto y de mi decisión de votar o no, si no se dan las condiciones que estimo justas y necesarias.
No pertenezco a ningún partido, pero además tengo memoria de los avatares que ha sufrido mi voto en anteriores votaciones. Ni se me olvida la utilización que de él se ha hecho, en las distintas legislaturas de la democracia. La democracia no comienza cada 4 años.
Los partidos, por medio de sus maquinarias y con sus candidatos, se esfuerzan por atraer ese voto para sus siglas. Utilizan para ese fin los medios de comunicación de masas, sus dotes de persuasión, su demagogia e incluso las descalificaciones de los adversarios. Unos a otros se acusan de corrupción, como si su partido estuviera limpio de polvo y paja; como si siempre hubiera sido coherente y hubiera cumplido su palabra y sus promesas; como si la «mierda» de los otros tapara sus vergüenzas.
Más que la exposición clara de su programa y en qué mejorarían sus promesas el bienestar social de los conciudadanos, piensan que éstos sufrirán de amnesia el día de la votación, por su deseo de mejorar.
Pero la “expresión de la voluntad popular” resulta un tanto problemática cuando se trata de sociedades de millones de habitantes. Al haber «listas cerradas», nos proponen decidir entre las distintas alternativas partidistas. Hay que elegir a unas siglas y una candidatura para que nos represente en sede parlamentaria. Teóricamente se vota a un cabeza de lista y un programa concreto para la legislatura.
En la España democrática, se aplica el sistema D´Hondt para el reparto de escaños. La principal crítica que recibe este sistema es que la circunscripción provincial, sumada a la existencia de provincias de poca población, beneficia a los partidos mayoritarios, tanto en el ámbito estatal como en el ámbito autonómico, en perjuicio de los partidos minoritarios de ámbito estatal. Todos lo saben , pero pudiendo hacerlo, nadie lo ha corregido porque unos se ven privilegiados con el sistema y a los otros, simplemente no se les tiene en cuenta.
Aún así, «la voluntad popular» viene expresada por «el apoyo de la mayoría», según el recuento oficial de los votos. En algunas ocasiones se han denunciado irregularidades en el voto por correo y en el de los emigrantes. Lo cual puede alterar el número de votos para alguna candidatura. En cualquier caso, la garantía del sistema electoral y el recuento de votos depende de la autoridad judicial, a través de las juntas electorales provinciales y la Junta Electoral Central.
Con esa garantía, y siendo ya oficiales los votos, la pregunta clave, es: ¿se va a respetar la voluntad popular o se va a dar «pucherazo»? Después de la experiencia, la cuestión debería ser aclarada antes de votar.
Si no habéis escuchado una sincera autocrítica, otra pregunta es: ¿alguno de los candidatos rinde cuentas ante los electores, de la actuación de los elegidos y de su partido en la última legislatura? Y una más muy importante: ¿qué mecanismo de control ofrecen al votante, en la provincia o lugar en el que los candidatos son elegidos como nuestros representantes?
Si no se ofrece respuesta ni mecanismo,-ya existe en algunos países- para poder actuar contra ellos, en caso de prevaricación, cohecho o corrupción de cualquier tipo, pueden pensar que nuestro voto les da libertad para actuar, 4 años, como quieran. El partido a que pertenecen puede apartarlos y/o sustituirlos por otro, si son «denunciados». Pero aún siendo «imputados», sabiendo lo politizada que está y la lentitud con que actúa la justicia, puede pasar una o varias legislaturas, sin que «respondan» de sus actos ni devuelvan lo robado.
Mi voto, nuestro voto, no es del partido ni un cheque en blanco para nadie. Que el partido sancione o deje de sancionar y la justicia actúe de forma independiente, como debería. Pero nuestro voto no se delega ni se vende. Los votantes de una circunscripción electoral deberíamos de poder apartar al representante que se haya hecho indigno de representarnos. Es más, por eso mismo, deberíamos exigir que los candidatos sean «de aquí»; que no sean «foráneos» que traen los partidos para que aquí los elijamos. Ahí empiezan a «manipular». No deberíamos votar a quien no conocemos.
Así que si no «pensamos», con nuestro voto, podemos perpetuar la corrupción de individuos y de partidos. En ese caso seríamos corresponsables y… como suelen decir «tenemos los políticos que nos merecemos». Y esto desde antes de empezar a gobernar. Así que antes de entregar el voto para que nada cambie, pensemos como decía Einstein: «es una locura hacer lo mismo pretendiendo que las cosas cambien».
Según el Diccionario de la RAE «pucherazo» tiene dos sentidos 1. Golpe dado con un puchero y 2. Fraude electoral que consiste en alterar el resultado del escrutinio de votos.
Los ciudadanos votan un programa y una candidatura, no tres ni siete. Sé que hay interpretaciones, pero si alguien ha dado un voto a un programa de unas siglas, si ese partido pacta con otro u otros por la derecha o la izquierda,(con programas diferentes) el voto de ese votante está manipulado.
Entonces: ¿se va a permitir que gobierne la lista más votada por los ciudadanos o se va a dar «pucherazo» alterando el resultado de la voluntad popular?
Los analistas plantean la pregunta de si se reformará el sistema electoral tras las elecciones. Pero ahora mismo ningún partido lo plantea aunque reconocen la confusión y la trampa.
Así que hay diversidad de opiniones, incluso entre los mismos candidatos. En el PP ahora al menos, apoyan que se deje gobernar a la lista más votada. El temor del PP es la posibilidad de que PSOE, Ciudadanos y Podemos acuerden «un tripartito de perdedores» para desbancar al PP.
Para la Vicepresidenta, Sáenz de Santamaría, el que gobierne la lista más votada «es la manera fundamental de respetar la voluntad de los ciudadanos». De lo contrario, si no se deja ganar a quien ha obtenido más puntos -lo compara en el terreno deportivo-, se adulteraría la competición permitiendo que «ganara la liga de fútbol sumando los puntos el segundo, el tercero y el cuarto para que aun siendo los perdedores, se queden con el título».
Los demás, se inclinan por transformar los votos en representación, como clave de todo sistema político democrático. De este modo lo importante es obtener mayorías absolutas o por lo menos estables.
Los líderes de los demás partidos generales, piensan ganar, y ser los que más votos obtengan. Pero Pedro Sánchez, admitiendo que si no ganara sería un fracaso para el PSOE, estaría dispuesto a pactar con Ciudadanos y con Podemos, para echar de la Moncloa a Rajoy. Ese pacto ya se ha producido en algunas Autonomías y Ayuntamientos en los comicios anteriores de este mismo año.
Rivera, Líder de Ciudadanos, no se compromete a que gobierne la lista más votada.
El líder de Podemos, se inclina por pactar con cualquiera, menos con el PP.
Hay otros partidos por la derecha y por la izquierda, a quienes ni se menciona.
Lo dicho hasta aquí no es una simple conjetura o una entelequia. Este mismo año, se encomendó en Portugal la formación de gobierno al partido ganador. Ese Gobierno conservador de Portugal duró 11 días. La izquierda lusa, se unió para aprobar una moción de rechazo y tumbar así el Ejecutivo de Pedro Passos Coelho, ganador de las elecciones del pasado 4 de octubre. La coalición gubernamental no contaba con mayoría parlamentaria. Así que…la vida nos enseña a golpe de realidad.
No hay generosidad para convivir y pensar en el bienestar de los ciudadanos y la estabilidad social. Hay prisa por alcanzar el poder. ¿Era esa la voluntad de los ciudadanos? ¿Quién se lo explicó? ¿Da lo mismo pactar con unos que con otros? Entonces, para qué votar. ¡Con lo fácil que sería, como en otros países, una segunda vuelta!
Así que, perdonen que no me levante. La confusión no es buena ni antes de votar, ni después. Hagan lo que quieran, que lo van a hacer, pero sin mi voto. Que cada uno asuma su responsabilidad. Cambien la ley o avisen antes de votar, de sus intenciones, sus pactos y el programa que estarían dispuestos a llevar a la práctica durante la legislatura si les dejan sus socios. En el pucherazo, puede haber chorizos, tránsfugas, carne de cerdo o corderos. ¡Buen provecho!
Soy el voto de un ciudadano que no irá, el 20 D, para ningún partido.