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Por José Manuel Belmonte (Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CiViCa)

Hay una soledad de abandono y una soledad sonora. La soledad que el espíritu busca en el silencio, hace grande a quien la siente. La soledad no deseada, hace sentirse extraño, desubicado y solo. Es la que duele.

Somos 7 mil millones, pero hay mucha gente sola.Se puede sentir y vivir en soledad rodeado de una gran multitud.  Hay soledad que duele, en ciudades con millones de habitantes o en pueblos con muy pocos vecinos.

Por José Manuel Belmonte (Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CiViCa)

Hay una soledad de abandono y una soledad sonora. La soledad que el espíritu busca en el silencio, hace grande a quien la siente. La soledad no deseada, hace sentirse extraño, desubicado y solo. Es la que duele.

Somos 7 mil millones, pero hay mucha gente sola.Se puede sentir y vivir en soledad rodeado de una gran multitud.  Hay soledad que duele, en ciudades con millones de habitantes o en pueblos con muy pocos vecinos.

Hay personas que no se sienten solas aunque no haya nadie a mil kilómetros. Hay quien goza de esa soledad, no tanto porque como dice el refrán es “mejor estar solo que mal acompañado”, sino porque necesitan encontrarse a sí mismos para crear o para crecer interiormente. Es la soledad fecunda.

Hay quien no puede vivir solo, porque su mente está habitada por ausencias. Dicen, que no hay peor compañía que la de uno mismo, si se lleva mal. Como diría Bécquer: “la soledad es el imperio de la conciencia”. Entonces la soledad es un mal sitio para encontrarse.  En todo caso soledad no es igual a paz.

Solo o en compañía, la mejor forma de vivir es en paz con la conciencia. Siempre habrá una “música callada y una soledad sonora”. Siempre habrá “una dolencia de amor, que no se cura, sino con la presencia y la figura”, como diría S. Juan de la Cruz.

Pero además, en ese jardín interior, el del alma,  se escucha y se aprende. Es un retiro vital y creativo, fecundo de ideas y de sueños.Por esa soledad se puede ascender hacia una más alta perfección vital y estética. Como diría Juan Ramón Jiménez: «Somos como testigos, como oyentes de nosotros mismos, y cuando más solos estamos, más intensamente nos comprendemos. La idea se densifica a fuerza de silencio y de éxtasis».

Por este camino, o por ese balcón, o en ese jardín, o esa montaña “abierta a las estrellas”, llega un viento suave de mundos invisibles…que pregunta o responde a quien pregunta…sobre “el nombre exacto de las cosas”, según el poeta de Moguer.

“Solo o en compañía de otros”, como titulaba el cantante Miguel Ríos, el álbum lanzado en 2008, hay vivencias, música y silencios, que llevamos y nos llevan cada día. Unas veces hacia la creación, la esperanza y tal vez el éxtasis, y otras… al dolor y las lágrimas.  

A éste último aspecto de la soledad humana, se refirió  el Papa, en su discurso en el Parlamento Europeo de Estrasburgo. “Esta soledad se ha agudizado por la crisis económica, cuyos efectos perduran todavía con consecuencias dramáticas desde el punto de vista social”.

Esta angustiosa soledad no querida, es el síntoma de una sociedad enferma. «Una de las enfermedades que veo más extendidas en Europa, es la soledad propia de quien no tiene lazo alguno». Es el “solo en compañía”, el marginado, el abandonado de la sociedad y tal vez incluso de los suyos, sin vínculos, o “lazos” de sangre o de amor. Esa es la soledad más dolorosa y triste. Es el drama en que viven hoy tantas personas.

Por eso hay que cambiar radicalmente, dijo el Papa, para «construir juntos la Europa que no gire en torno a la economía…sino en torno al hombre como persona dotada de una dignidad trascendente”. Dicho de otro modo, que se potencie “la conciencia del valor de cada persona humana, única e irrepetible”. Que las instituciones y la sociedad luchen por alguien no por algo.

De lo contrario, existe el riesgo de caer en la cultura del descarte, es decir, que conviertan al ser humano en un objeto desechable. “El ser humano corre el riesgo de ser reducido a un mero engranaje de un mecanismo que lo trata como un simple bien de consumo para ser utilizado, de modo que – lamentablemente lo percibimos a menudo –, cuando la vida ya no sirve a dicho mecanismo se la descarta sin tantos reparos, como en el caso de los enfermos, los enfermos terminales, de los ancianos abandonados y sin atenciones, o de los niños asesinados antes de nacer”.

“Promover la dignidad de la persona significa reconocer que posee derechos inalienables, de los cuales no puede ser privada arbitrariamente por nadie y, menos aún, en beneficio de intereses económicos”.

El ser humano ni está solo ni puede quedar marginado por la sociedad: “Parece que el concepto de derecho ya no se asocia al de deber, igualmente esencial y complementario, de modo que se afirman los derechos del individuo sin tener en cuenta que cada ser humano está unido a un contexto social, en el cual sus derechos y deberes están conectados a los de los demás y al bien común de la sociedad misma”.

La crisis económica está agudizando la pérdida de valores humanos fundamentales, como la familia, la vida, el trabajo, la solidaridad. Y eso, “se ve particularmente en los ancianos, a menudo abandonados a su destino, también en los jóvenes sin puntos de referencia y de oportunidades para el futuro; se ve igualmente en los numerosos pobres que pueblan nuestras ciudades y en los ojos perdidos de los inmigrantes que han venido aquí en busca de un futuro mejor”.

No se puede esperar que la situación cambie por sí sola. Hay que ir a buscar a las personas solas y frágiles o en riesgo de exclusión, y encontrar las soluciones para devolverles la esperanza. ”Cuidar de la fragilidad, de las personas y de los pueblos significa proteger la memoria y la esperanza; significa hacerse cargo del presente en su situación más marginal y angustiante, y ser capaz de dotarlo de dignidad”.

Pero no se puede olvidar, el núcleo fundamental de la sociedad que es la familia y la educación. O si se quiere “la educación, a partir de la familia, célula fundamental y elemento precioso de toda sociedad. La familia unida, fértil e indisoluble trae consigo los elementos fundamentales para dar esperanza al futuro. Sin esta solidez se acaba construyendo sobre arena, con graves consecuencias sociales”

“Subrayar la importancia de la familia, no sólo ayuda a dar perspectivas y esperanza a las nuevas generaciones, sino también a los numerosos ancianos, muchas veces obligados a vivir en condiciones de soledad y de abandono porque no existe el calor de un hogar familiar capaz de acompañarles y sostenerles”.

De ahí el papel de la sociedad, porque si no existen lazos de sangre, la empatía y la compasión son más necesarias.  Siempre se necesita alguien que escuche, una mano que sostenga y un poco de calor humano para vivir y que no se envenene el alma.

Resumiendo:

1)    Aunque no lo sepamos, cada ser humano es querido por sí mismo y no está solo. En el silencio se puede descubrir esa verdad y encontrar energía para vivir.
2)    No podemos pasar por la vida sin ver a quien camina a nuestro lado. Tal vez  necesita un gesto humano, una sonrisa y un poco de amor como razón para vivir y luchar.
3)    Los jóvenes, emigrantes, pobres, enfermos y personas abandonadas están gritando en silencio a nuestra puerta o a nuestro lado. Tiene que prevalecer la ayuda mutua para “caminar animados por la confianza recíproca”.
4)    El egoísmo es lo único que aísla y hace solitarios. El futuro de la Humanidad está en manos del corazón y de la voluntad. El cambio climático, también.

En las luces y el bullicio de la Navidad hay gente sola, o vacía. ¡Ojalá encuentren una estrella que les traiga una mano amiga y un poco de compañía!

BELMONTE
BELMONTE
Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CíViCa