Por José Manuel Belmonte (Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CiViCa)
La sociedad se mueve entre la realidad y la locura. Hace tiempo que no vemos las cosas como son. Las vemos como nosotros somos (Confucio) y nosotros cambiamos por momentos de opinión, de valores, de chaqueta, de perspectiva, de voto, de compañeros de camino e incluso de amigos. Un momento para pensar, es bueno e impagable.
La gente tira la piedra y esconde la mano, lanza los dardos con tal de hacer daño, y se inventa cosas que meten más miedo que si fueran ciertas; y las que son ciertas, nadie se las cree, porque no interesa.
Se ensucian ciudades pintando paredes, se rompe lo ajeno de forma agresiva, se insulta a cualquiera por ser diferente, de raza o de sexo, por razón política o por sus creencias. Se ensucian los mares y hasta el sol abrasa porque se destruye la capa de ozono que nos defendía.
Por José Manuel Belmonte (Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CiViCa)
La sociedad se mueve entre la realidad y la locura. Hace tiempo que no vemos las cosas como son. Las vemos como nosotros somos (Confucio) y nosotros cambiamos por momentos de opinión, de valores, de chaqueta, de perspectiva, de voto, de compañeros de camino e incluso de amigos. Un momento para pensar, es bueno e impagable.
La gente tira la piedra y esconde la mano, lanza los dardos con tal de hacer daño, y se inventa cosas que meten más miedo que si fueran ciertas; y las que son ciertas, nadie se las cree, porque no interesa.
Se ensucian ciudades pintando paredes, se rompe lo ajeno de forma agresiva, se insulta a cualquiera por ser diferente, de raza o de sexo, por razón política o por sus creencias. Se ensucian los mares y hasta el sol abrasa porque se destruye la capa de ozono que nos defendía.
Poder y dinero lo dominan todo. Apenas se enseña respeto y valores, sonrisa y esfuerzo, constancia y trabajo. Nunca dice basta quien lo tiene todo. Por si fuera poco, imponen las leyes de la democracia y de la convivencia. No es la cultura quien manda, es ideología.
La crispación crece. La violencia cada vez es mayor. ¿Es posible la paz? Sin paz interior, no puede haber solidaridad con los demás. El primer nombre de la paz es el respeto, el segundo el amor. El extremo opuesto al amor y la paz son la injusticia, el fanatismo y la guerra.
Quienes se oponen a la guerra, no son los que no matan, sino los que buscan la paz, los que hacen la paz, los que quieren la paz, los pacíficos, que no los silenciosos, sino los sinceros y los perseguidos. ¡Qué distinto!
La mayoría de las veces, los perseguidos no tienen otra alternativa que huir, dejar su casa, su tierra, su país. Dejarlo todo y desplazarse. Entre los desplazados, hay un gran número que mueren, por su fe o por su patria en el camino hacia la libertad. Prefieren no matar porque no son beligerantes mientras esperan que las naciones encuentren acuerdos de convivencia. Hoy, en el mundo, hay 38 millones de personas de desplazados o refugiados. Mientras, la mayoría calla.
Además están los otros soñadores en un mundo mejor, los millones de emigrantes. Prefieren arriesgar para encontrar su sueño a morir encadenados al hambre allí donde nacieron. Utopía suele estar al otro lado de la frontera o al otro lado del mar. En ese camino hacia el futuro, aguardan las mafias, los sobornos, la incertidumbre, las alambradas y en muchos casos la esclavitud o la muerte.
Casi nada nos inquieta, ni siquiera la muerte. "Seguimos tomando los macarrones con tomate como si nada", mientras nos sirven las imágenes diarias y espantosas de la muerte.
Como no conocemos los rostros de los muertos, que entran en casa, parecemos insensibles. Fingimos una mueca al verlos, para sobrevivir al dolor. Instinto de supervivencia o indiferencia ante la locura. La pobreza, el hambre, los sueños y las promesas rotas de tantas campañas y tantos políticos, animan muy poco. No es un juego, sino una realidad
Sin embargo…somos portadores de fuego. Tenemos la llama que nos han regalado los dioses. ¿Quién sabe cuántas veces esa llama puede encender otras? El corazón humano es capaz de hacer el bien. No somos témpanos de hielo, insensibles. El mundo es más pequeño que nuestro inmenso corazón.
Tenemos que aprender, para la convivencia, que estamos aquí para hacer amigos, para dejar huellas y no cicatrices. Tenemos que saber que es difícil detener la flecha cuando sale del arco bien tensado, que la mano que arroja la piedra no suele encontrar la forma de pararla y que es imposible detener la maldad de la palabra que sale de los labios.
Hay que prevenir. "Detener la palabra, un segundo antes del labio…un segundo antes del corazón del otro" (Roberto Juarroz). Detener la palabra antes de que nazca lo imposible. No lanzar la promesa sino hay intención de que sea cumplida. Ejercitarse en el respeto antes de pedirlo y en el silencio antes de hablar. ¡Hay demasiada gente hablando sola por la calle!
El instante anterior a la palabra es el silencio. Hay que valorar el silencio. La creación tiene que nacer del silencio. La idea es anterior a la palabra. Sin silencio y sin idea, la palabra está hueca. Puede ser la expresión de la nada. Algo insustancial. Tiene que notarse el silencio incluso cuando suena la palabra para distinguirla de una campana que suena y del eco que nunca sabe lo que dice. "Así como cada voz tiene un timbre y una altura, cada silencio tiene un registro y una profundidad… Existe un alfabeto del silencio, pero no nos han enseñado a deletrearlo".
La diputada andaluza Teresa Rodríguez tras el discurso de la candidata socialista Susana Díaz, dijo: son palabras, no hechos. Y para significar que no eran hechos sino palabras explicó, cantando como Mina “Parole, parole, parole”. Eso parecen pensar los otros partidos, porque, siendo un tiempo de pacto y de renovación, tras dos votaciones sigue sin aclararse el panorama, y estamos ya metidos en otra campaña electoral.
Parece que el silencio y la soledad asustan. Se vive y se compite a la carrera. Todos quieren enseñar, tocar poder. Pero nadie propone "Vivir honestamente, no hacer daño a nadie y dar a cada uno lo suyo". ¿Quien desea aprender, si ni siquiera escuchan? Cuando alguien se parapeta tras el escudo de las siglas, puede hacer más daño que con la lanza o con la espada. Las personas son "distintas", pero no forzosamente un enemigo. Puede haber diferencias y ser enriquecedoras. Lo importante son los valores que se tienen o se viven y la empatía, el servicio al ciudadano. El trabajo, la justicia y el orden sostienen el mundo.
Hay que volver al momento anterior a la palabra, el silencio, y saber lo que se ha de decir y cómo. La sociedad está harta de sueños rotos, de palabras huecas, de promesas falsas, de intereses propios, de vivir a costa del dinero ajeno, de truenos y amenazas si no se les vota o no se hace caso, cuando solo la humilde lluvia suave hace crecer los campos, las familias, y los pueblos.
No debe olvidarse que juntos somos más fuertes. Hay que creer en el milagro de la convivencia porque lo contrario ya sabemos a dónde nos lleva. Nadie quiere meterse en el triste aprendizaje de la nada. Convivir, es el camino a recorrer entre el silencio y la palabra.
Me pregunto, como en su día, lo hizo el poeta santanderino José Hierro: "y ¿cómo saber si me entiendes…? Sin palabras, amigo, tenía que ser sin palabras como tú me entendieras".