Huyen de la muerte, ¿hacia el infierno?

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Por José Manuel Belmonte, Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CíViCa

Imaginen un pueblo de 2 millones  de personas.  No tienen patria.  En el lugar  en que estaban y del que huyen no les consideran ciudadanos y no tienen derechos. Viven apartados, o marginados como parias. No pueden tener tierras ni propiedades, ni siquiera pueden casarse sin permiso de las autoridades. Les ataca un ejército y quema o destruye su asentamiento  para que nunca vuelvan. No tienen libertad de movimiento ni libertad religiosa. ¿Increíble?

Pero… sí, es cierto. Ese pueblo existe. Son minoría étnica, pueblo musulmán que huye perseguido, «virtualmente sin amigos» ni donde se encuentran ni a donde les obligan a huir.

Quiero alzar la voz por los rohingyas, como lo hicieron hace poco 13 Premios Nobel, criticando abiertamente en una carta a Aung Sang Suu Kyi, consejera de Estado de Birmania, y  premio Nobel de la Paz, de ese país.

La situación de los parias es dramática y van a peor. La comunidad internacional, lo sabe, pero sigue tocando la flauta. Y aquí, seguimos bailando al son interminable de la sardana, sin ver más allá de la nariz. Hay seres humanos que sufren (dentro y fuera de nuestras confortables fronteritas humanas, locales, nacionales): los desplazados.

Las agencias de noticias arrojan sin cesar datos de los muertos por los ataques del ejército birmano y de ahogados en las aguas que separan Bangladesh y Myanmar (antes Birmania). Pretenden escapar a esa ola de violencia. Son los rohingyas, una minoría predominantemente musulmana a quienes Naciones Unidas llama pueblo «sin Estado» y «virtualmente sin amigos» en el continente.

Organizaciones humanitarias han denunciado violaciones de derechos humanos contra ellos, en Rakhine  (antes Arakan) al oeste de Myanmar, antes Birmania. Huyen sin nada, por una franja de tierra estrecha entre las aguas pantanosas del río Naf, camino de Bangladesh, donde el campamento de refugiados está en ínfimas condiciones.

Birmania no los considera ciudadanos, ni tienen reconocimiento como grupo étnico ni libertad de movimiento. Nadie sabe a ciencia cierta de dónde vienen, ni cuál es su origen.  Para los birmanos son migrantes musulmanes de Bangladesh que cruzaron a Myanmar durante la ocupación británica, es decir, «forasteros».  Si en estas condiciones ya es difícil la supervivencia y la integración, hay que añadir la religión. A diferencia del 90% de la población birmana, que es budisma, los rohingyas son musulmanes. Así que como tampoco hay libertad religiosa, como garantía para asegurar la tolerancia y la convivencia, confinados en guetos, los brotes de violencia son frecuentes y la represión ha forzado esta huida.

Son poco conocidos en Occidente, aunque están viviendo en condiciones infrahumanas.  Se trata  de «el pueblo musulmán más perseguido del mundo».

¿De dónde arranca el conflicto de esta minoría?

Según algunos historiadores el conflicto de estos «comerciantes» venidos de Bangladesh se remonta a la II Guerra mundial. En 1942 los rohingyas apoyados por el Reino Unido, se enfrentaron a los budistas locales, apoyados por Japón. Cuando Birmania se independizó en 1948, esta minoría tuvo que vivir apartada del resto de la sociedad, como parias. Hasta el punto de que no pueden casarse o viajar sin permiso de las autoridades del país y no tienen derecho a tener tierras ni otras propiedades, lo cual limita notablemente sus posibilidades de empleo y de supervivencia estable y pacífica.

 El rencor y la violencia ha ido envenenado su existencia. Han surgido grupos radicales, enfrentados a los nativos para reclamar un estatus más humano, en las dos ciudades más pobres de Myanmar donde fueron confinados. La respuesta birmana, según observadores de Naciones Unidas, a todas luces excesiva, ha sido policial y apoyada por el ejercito. Ya en 2012 los enfrentamientos mortales, obligaron a 100.000 rohingyas a salir huyendo.

Desde el 25 de agosto 2017, la situación explosiva en que vivían, provocó que una organización rohingya ARSA atacara puestos policiales y del ejército. La respuesta birmana ha sido brutal y de tierra quemada, destruyendo sus asentamientos, para obligarles a huir y que no tengan a donde volver. Han muerto muchos cientos. El control férreo ejercido por Birmania, hace que los heridos, torturados o muertos rohingyas no existan, porque no hay posibilidad de documentarlos. Tampoco los crímenes contra la humanidad. Birmania solo contabiliza su muertos.

Los que huyen son más de 100.000, en un lugar de los peores imaginables. No hay dónde arrojar los desechos, excepto el agua que corre algo más bajo. Los que vienen detrás recogen agua para beber. Se puede comprender que es emergencia de salud pública. Algunas personas atan unas prendas a otras para refugiarse del viento y de la lluvia. Pero, después de dos días de tormentas tropicales, todo está ya empapado y hay que seguir.

Los refugiados, ya en Bangladesh, superan los 380.000. La situación allí sigue siendo un drama humano brutal. Cuando pueden ser atendidos en un hospital, y se les da de alta no se quieren ir, porque las condiciones de vida fuera, son mucho peores.

El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados(ACNUR) ha dicho que esta crisis de los rohingya es «la más larga del mundo y también una de las más olvidadas«.  

Un Nobel en medio de esa crisis.

Se trata de Aung Sang Suu Kyi, consejera de Estado de Birmania, pero…¿ha movido un dedo? Como indicaba al principio, 13 Premios Nobel, han alzado la voz para protestar, alertar de lo que está sucediendo y que la ONU ponga fin a la violencia. ¿Por qué no se han suspendido las operaciones militares contra esta minoría?

Acusan a Aung Sang, de que con su silencio está apoyando la limpieza étnica contra los rohingya.

Paradójicamente ha sido el Papa Francisco quien ha denunciado la tortura y asesinato de los rohingya, «perseguidos por sus tradiciones y su fe musulmana».

También, últimamente, el arzobispo sudafricano y premio Nobel de la Paz Desmond Tutu -a sus 85 años-, ha enviado una carta a  Aung San Suu Kyi,  que desde el gobierno permite este tipo de violaciones. «Yo ya estoy viejo y formalmente retirado, pero rompo mi promesa de permanecer en silencio por la profunda tristeza que me causa la situación de la minoría rohingya».

Analiza su trayectoria de esperanza y decepción posterior. «Tu irrupción en la vida pública disipó nuestra preocupación por la violencia perpetrada contra los rohingya, pero lo que unos llaman limpieza étnica y otros lento genocidio ha persistido y recientemente se ha acelerado». «Si el precio político de tu ascenso a la oficina más importante de Birmania es tu silencio, es un precio demasiado alto».

 Y al otro lado, el infierno.

ACNUR pide a Bangladesh que agilice la entrada de 15.000 rohingyas varados en la frontera. Y los que van llegando, desplazados por la limpieza étnica, ha dicho en Ginebra Andrej Mahecic  «han recorrido un largo camino a pie y llevan sin comer desde que salieron de sus aldeas. Llegan agotados y enfermos».

UNICEF, por su parte, ha indicado que casi el 60% de los 582.000 rohingya refugiados en Bangladés son niños que carecen de acceso a cuidados sanitarios y alimentos.

Se necesita construir con urgencia 8.000 letrinas. Y agua potable para beber y para la higiene. Y  ropa, alimentos y personal, porque aunque hay gente en Bangladés con buena voluntad, el camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones. Se necesita personal para la logística. La realidad es que, llegan camiones y distribuyen alimentos y ropa a estas zonas superpobladas y la gente se acerca corriendo. Lo distribuyen desde el camión. No hay ningún tipo de control, así que la situación se torna caótica y muchos de los heridos salen del tumulto peor de lo que estaban. Es en estos momentos, cuando la coordinación es más necesaria, para que estas distribuciones se hagan de modo seguro y efectivo.

ACNUR ha pedido a las autoridades de Bangladés, que admitan con urgencia a estos refugiados que  huyen  y se encuentran en condiciones tan precarias.

Al parecer, este miércoles, las autoridades bangladesíes han anunciado que construirán un campo de refugiados con capacidad para 800.000 personas, para poder acomodar el flujo de refugiados rohingya que sigue cruzando la frontera. (Sería el mayor campo de refugiados del mundo).

Bienvenido ese ofrecimiento. Pero un campamento de refugiados de esas dimensiones, no se improvisa. Sin embargo la ayuda para los rohingya es muy urgente. Estamos ante una emergencia humanitaria. Naciones Unidas debería urgir la ayuda. Y habilitar los canales nacionales, de Cruz Roja, la Media Luna Roja, o las organizaciones humanitarias, Médicos Sin Fronteras, UNICEF, etc. y, donde cada ciudadano del mundo pueda colaborar.

Cierto, también hay cristianos perseguidos, por serlo. Pero hoy toca defender a los musulmanes, los rohingya, perseguidos en un país de mayoría budista. Son seres humanos, como yo.

Publicado en ESPERANDO LA LUZ  el 21 de Octubre de 2017

y en EL HERALDO DEL HENARES el 22 de Octubre de 2017

 

 

BELMONTE
BELMONTE
Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CíViCa