El ex presidente del Tribunal Constitucional esperó hasta el final. Casi todos los asistentes habían abandonado ya el Salón de Actos del Colegio de Abogados de Madrid en el que se había celebrado la mesa redonda sobre libertad religiosa y libertad de conciencia, organizada por la Asociación Péguy. Fue entonces cuando José Gabaldón, en un tono discreto, casi confidencial, le dijo al director general de Asuntos Religiosos: "José María, todas las necesidades que has mencionado existen, para resolverlas no hace falta una ley, basta con una buena regulación administrativa".
José María Contreras había explicado unos minutos antes por qué consideraba necesario cambiar la Ley de Libertad Religiosa: "es necesario que se garanticen previsiones para espacios dotacionales, en los que construir lugares de culto; regular la seguridad social de los ministros de culto, establecer quiénes son esos ministros de culto, su inviolabilidad, regular el descanso semanal…". Dibujaba así una nueva normativa. Habrá que ver si el anteproyecto del Ministerio de Justicia se queda en cuestiones de ordinaria administración.
Pero en cualquier caso la mesa redonda sirvió para que un representante del Gobierno, un ilustre catedrático de Derecho Eclesiástico como Rafael Navarro Valls y un prestigioso y joven sociólogo, Fernando Vidal, adscrito a la corriente Cristianos Socialistas, dialogaran sobre la oportunidad y el reto que supone esta nueva modernidad, la del siglo XXI, que se ha convertido en una modernidad religiosa. En la España en la que sólo hablamos "con los nuestros" y en la que la razón cada vez se estrecha más, el Colegio de Abogados de Madrid fue el escenario de una conversación inusual.
Los datos son claros. Entre el 70 y el 80 por ciento de los españoles se declaran católicos, hay en nuestro país más de un millón de musulmanes, un millón y medio de cristianos de confesión evangélica y 600.000 ortodoxos. Los organizadores los presentaron sin neutralismos: el creciente pluralismo no borra el peso de la tradición católica. ¿Qué supone este evidente protagonismo de lo religioso? Vidal se mostró muy positivo, las teorías tradicionales de la secularización no sirven para explicar la sociedad actual. "Las religiones son bienes públicos, son bienes para todos -afirmó el sociólogo-. Necesitamos todas las tradiciones sapienciales". Vidal rechazó una construcción de la ciudadanía común que prescinda del hecho religioso, "lo religioso es una fuente de construcción de la ciudadanía". Y sobre lo religioso -añadió- hay una profunda censura en España, porque no se puede hablar de ello, no se puede reconocer en público como una fuente de sociabilidad. "Cuando un inmigrante musulmán llega a España se le puede facilitar información de todo tipo de asociaciones o de ONG que le pueden prestar ayuda, pero se excluye a las organizaciones religiosas". Vidal añadió que la valoración de lo religioso debe estar acompañada de una nueva tolerancia, una tolerancia responsable que no se desentiende de los demás y que no es individualista.
Contreras también reconoció el valor público de las confesiones religiosas, "lo religioso ocupa un papel en la vida social pero hay que encontrar un punto medio entre el clericalismo y el anticlericalismo, las confesiones pueden actuar en el espacio público como cualquier otro grupo". ¿Cómo se concreta ese punto medio? Contreras construye su discurso rebatiendo, aunque sin mencionarlos, a los que identifican ser español con ser católico. "Al catolicismo no hay que tratarlo ni con más ni con menos privilegios". Pero su interpretación -es catedrático de Derecho Eclesiástico- de la regulación constitucional relativiza el principio de cooperación con las confesiones religiosas y, en concreto, con la Iglesia católica, regulado en el artículo 16.3 de nuestra Carta Magna. "Antes que el 16.3 -asegura- está el 16.1, que habla de la aconfesionalidad y, antes, la regulación de la igualdad". El director de Asuntos Religiosos postula una cooperación con las confesiones sometida a la igualdad, lo que en la práctica puede suponer una disolución de la valoración positiva que hace nuestra Carta Magna. No quiere mostrarse, de todos modos, radical: "el principio de igualdad no significa uniformidad". Contreras detalla su concepción de la libertad de conciencia y se adivina en sus palabras cómo pueden limitarse las expresiones públicas del hecho religioso. Argumenta que la libertad religiosa es una concreción de la libertad de conciencia, sugiere que ante un posible conflicto entre las dos debe primar la libertad de conciencia. Es el argumento de la sentencia de Estrasburgo sobre los crucifijos. El debate coge altura jurídica.
Navarro Valls asegura que las dos libertades son diferentes: "la libertad religiosa tiene un objetivo claro: Dios; mientras que la libertad de conciencia tiene el objetivo de vivir con la Verdad y el Bien, aunque no sea de origen religioso". Aparece la distinción entre el carácter individual de la libertad de conciencia y el carácter social e histórico de la libertad religiosa. Navarro Valls recuerda las aportaciones que han realizado las confesiones religiosas a la vida democrática en Estados Unidos y en Europa, movilizando a millones de personas para que lucharan a favor de los derechos humanos. El catedrático de Derecho Eclesiástico señala que en las relaciones entre la Iglesia y el Estado siempre se corre el riesgo de los extremismos, de las ideocracias y de la teocracia. "El laicismo está cerca de la ideocracia, es la gran tentación de comienzos del siglo XXI". A Navarro Valls, por eso, no le gusta la idea de una nueva ley, de la que dice no saber nada.
Falta poco para concluir la mesa redonda. Los organizadores siguen siendo poco neutrales. El moderador, ante el posible conflicto entre libertad religiosa y libertad de conciencia, termina aportando su experiencia. "La experiencia religiosa es expresión de las preguntas últimas sobre el significado de la vida, de la muerte, de las exigencias de significado". Este nivel -añade- es común a todos los hombres y permite el encuentro entre todos. El cristianismo no censura la experiencia religiosa, la respuesta potencia la pregunta. El cristianismo, al afirmar la encarnación de Dios, no es enemigo del camino que hace cada hombre obedeciendo a su conciencia. "Por el contrario -concluye-, el cristianismo, los cristianos, amamos el camino que cada hombre hace ejerciendo su libertad de conciencia. Una libertad religiosa ejercida religiosamente es profundamente amiga de la libertad de conciencia, de la libertad de conciencia de judíos, de musulmanes y de no creyentes. Una experiencia auténtica del cristianismo, es decir, histórica y pública, entendida como expresión del deseo de significado y de plenitud, hace bien a todos". Enemistad innecesaria.