Por José Manuel Belmonte, Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CíViCa
La evolución y el progreso no se detienen, pero se pueden orientar. La tercera revolución industrial está en curso y tiene sus manifestaciones en la energía, la comunicación y el transporte. Todo ello afecta a la naturaleza y al hombre, como las anteriores. Si no se tiene en cuenta el deterioro de la biodiversidad, se puede poner en peligro la vida humana en el planeta.
Cada vez con más frecuencia, los expertos vinculan el progreso material con el progreso tecnológico y a ambos con el progreso moral y espiritual del ser humano. Éste último aspecto no ha sido puesto de relieve con el énfasis y la fuerza con que se está haciendo actualmente.
Posiblemente se trata de descubrir el potencial del ser humano, primero, -para ser consciente de ello- y en segundo lugar, para descubrir las amenazas y las posibilidades del crecimiento. El progreso, para no deshumanizar, necesita gente consciente de su esencia y de su trascendencia; pero también de que se tiene que realizar en la solidaridad. El futuro, o el fin, está cada vez más cerca. La supervivencia humana, la biodiversidad y el progreso tecnológico van no solo unidos sino que son interdependientes.
Los 3 pilares, de las nuevas energías, comunicaciones instantáneas y el transporte rápido, apuntan a perspectivas del declive del sistema capitalista vertical, y al aumento de las sinergias, es decir, un manejo común de recursos y necesidades. Eso presupone organización, colaboración y empatía.
Sin lucha, hay que dejar atrás la organización vertical, basada en la jerarquía. El capitalismo premiaba la concentración empresarial y piramidal, para manejar la producción y el consumo. A mayor capital mayor dominio de personas y medios y mayor pobreza. Dentro de 35 años «El capitalismo convivirá con la economía colaborativa”(pensemos en BlaBlacar, cooperativas de energía renovables, couchsurfing, BeWelcome, redes de alojamiento a buen precio o ninguno, etc.)
La crisis económica y social, basada en el hiper-consumo, ha llevado al colapso de la burbuja por un lado -destrozando la civilización-, y al vacío de valores fundamentales y desastre ecológico. Por eso, cada vez más, personas con mentalidad humanista, como Jeremy Rifkin, defienden una sociedad eficaz y creadora de riqueza, pero «siempre al servicio de la persona». Toda una revolución que pasa del «interés» y el «beneficio» a la «colaboración» y «el valor de las acciones».
«La sociedad de coste marginal cero, (El Internet de las cosas el procomún colaborativo y el eclipse del capitalismo)(Paidós), que ha publicado Rifkin, confirma a este sociólogo y economista, como un visionario en el campo de las tendencias tecnológicas.
«Las innovaciones tecnológicas, -que el propio capitalismo ha creado-permiten producir bienes y servicios más baratos, hasta llegar a un coste marginal cero, esto es, se pueden producir más unidades sin que prácticamente supongan coste alguno. Si los bienes y servicios no cuestan nada y se organiza una red eficaz de intercambio desaparece el beneficio que es el oxígeno que permite al capitalismo seguir viviendo».
Pero hay más, se vuelve al valor de uso de las cosas, el valor de las acciones y a la abundancia. «El mercado deja de ser fundamental, yaque los bienes y servicios se canjean no en base a su valor de cambio, sino a su valor de uso. Aparece un nuevo valor, que Rifkin denomina “share value”. La escasez, otra de las variables básicas necesarias para que exista el mercado, desaparecey nace la sociedad de la abundancia».
Si el capitalismo premiaba la concentración empresarial (bancaria, editorial, telefónica, eléctrica, industrial, etc.), la nueva economía se fundamenta en aunar energía, tecnología, logística, demandando la creación de entornos participativos que sumen esfuerzos para crear economías de escalas no verticales, sino laterales, de intercambio y eficaces.
Dejando atrás la dicotomía reinante entre comunismo o capitalismo, el futuro está en apostar por la colaboración y la solidaridad, que genere intercambios basadas en el «procumún» más igualitario.
«Procomún», es lo que la mayoría piensa, es decir, según Antonio Lafuente, «que algunos bienes pertenecen a todos, y que forman una constelación de recursos que debe ser activamente protegida y gestionada por el bien común. El procomún lo forman las cosas que heredamos y creamos conjuntamente y que esperamos legar a las generaciones futuras. Eso abarca una considerable diversidad de bienes naturales (selvas, biodiversidad, fondos marinos o la Luna), culturales (ciencia, folclore, lengua, semillas, Internet), sociales (agua potable, urbe, democracia, carnaval) y corporales, también llamados de la especie (órganos, genoma, datos clínicos)…que siendo fundamental para la vida lo tenemos por un hecho dado. Un don que sólo percibimos cuando está amenazado o en peligro de desaparición».
Por eso, el «procomún es una esperanza que nos permitiría alcanzar, salvados los obstáculos, un mundo más conectado, racional y empático, donde todos entendamos, gracias a la red, que estamos conectados como seres y que nuestra supervivencia depende de la naturaleza y del otro». Esa esperanza implica riesgo: una alerta está ahí. (Antonio Adsuar).
Por eso, en el siglo XXI, el progreso material o tecnológico debe ir acompañado del progreso moral y espiritual, que promueva el respeto al medio ambiente, la paz y la solidaridad, dice el astrónomo Rafael Bachiller.
No olvidemos que aparte de la superpoblación, la escasez de recursos, los asentamientos de la población en grandes ciudades etc., las amenazas principales para un mundo estable y seguro, son las armas, las guerras, el fanatismo religioso, los nacionalismos y el proteccionismo basado en «mi país primero». O sea, el peligro que anida en el ser humano.
Para enfrentarnos a estas amenazas contamos como única herramienta con el desarrollo científico y tecnológico. «Las herramientas tecnológicas pueden servir para destruir completamente el planeta o para labrarnos un futuro mejor. Dado que el uso de estas herramientas vendrá impuesto, en gran medida, por el criterio moral que se instale en la sociedad ya globalizada, es imprescindible que el progreso tecnológico vaya acompañado por un progreso espiritual y moral que promueva el respeto al medio ambiente, la paz y la solidaridad. Sólo así podremos asegurar nuestra supervivencia como especie, y garantizar que esta supervivencia sea digna. En mi opinión, una degradación radical y generalizada de las condiciones de vida de la humanidad podría llegar a ser algo tan nefasto como la extinción de la especie humana, o incluso peor», según Rafael Bachiller. (El Mundo)
¿A qué ventana se asomará la Humanidad, en las próximas décadas? Puesto que no somos simples espectadores, ¿estará dispuesto el ser humano a respetar el medio ambiente, ser solidario y procurar un mundo donde se pueda vivir en paz y todos? ¿Estamos preparados ética y culturalmente para afrontar el reto de la supervivencia?
Y sin embargo, afrontar esa labor interna parece necesaria y hasta urgente, según los sabios y entendidos.