Por José Manuel Belmonte (Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CiViCa
Los últimos acontecimientos piden desde ahora el cambio... para mejorar.
No conocemos bien al ser humano. No estamos preparados para la maldad, porque somos fundamentalmente buenos y tenemos fe en el hombre. No estamos preparados ni para aceptar que el mal existe y que un ser humano puede actuar mal. Hay que estar alerta.
Por José Manuel Belmonte (Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CiViCa
Los últimos acontecimientos piden desde ahora el cambio… para mejorar.
No conocemos bien al ser humano. No estamos preparados para la maldad, porque somos fundamentalmente buenos y tenemos fe en el hombre. No estamos preparados ni para aceptar que el mal existe y que un ser humano puede actuar mal. Hay que estar alerta.
Lo que hemos vivido, con la tragedia del avión en los Alpes ha traspasado las líneas rojas de la actuación humana. Han dicho que era "inimaginable" que algo así pudiera suceder. ¡Pero ha sucedido! Eso rompe los esquemas mentales.
Rotos por el dolor y la compasión con quienes han perdido a sus seres queridos, los analistas y comentaristas de los medios, estaban dispuestos a admitir un fallo mecánico, un fallo humano, un atentado terrorista, o un infarto, pero no la maldad del ser humano.
Tras el informe de los técnicos de sonido de las "cajas negras", ha tenido que ser un fiscal francés quien, dijera al mundo la incómoda verdad de que el avión funcionó y que los mandos funcionaron; pero en la cabina había alguien con voluntad de estrellar el avión contra los Alpes.
Descartado el fallo del Airbus de GermanWings, empezaron a buscar razones, porque no es asumible que un piloto, sea un presunto asesino suicida. La sociedad necesita descubrir que el causante de la catástrofe, es un loco o un enfermo. "Su anomalía", para decir que se puede seguir viviendo, viajando, y creyendo en el ser humano.
No parece normal que una acción tan devastadora pueda salir de una cabeza normal, ni de forma repentina. Se le habían confiado 150 vidas. Lo sabía el comandante, que golpeando la puerta de la cabina, apeló a lo más sagrado "Por el amor de Dios, abre la maldita puerta", grita Sondheimer. Su voz quedó grabada para siempre y, para siempre el silencio por respuesta, en la "caja negra". Luego, gritos de los pasajeros… sabedores del peligro.
Cuando en un catástrofe se encuentra el fallo del factor humano… pueden haberse producido fallos en las decisiones de otros eslabones de la cadena. Hay que analizarlos para rectificar, si no se quiere que algo tan horrible se vuelva a repetir. Si hay un proceso, una historia médica, posiblemente haya que revisar los protocolos.
Cuando una situación estalla, no es verdad que nadie sepa nada.
No se trata de ahorro de costes, se trata de ahorrar vidas. Se trata de un inasumible dolor y pérdidas irreparables. Regular la seguridad a bordo es posible y seguro que se hará. Pero también la selección de candidatos, el control de experiencia etc. Si el Estado sabe "todo" de cada ciudadano, seguro que se podrá mejorar del intercambio de información con las empresas, si afecta a terceras personas.
El respeto a la libertad personal debe compaginarse con el principal derecho de los demás: la vida. El secreto profesional sobre la enfermedad neuronal y la baja correspondiente, ¿no se debían haber adelantado al responsable de personal de la compañía? ¿Debe primar la locura de quien se hizo con los mandos del avión, que ni obedeció órdenes de los superiores, ni alarmas de emergencia, ni los gritos de 149 pasajeros?¿Nada logró que se encendiera en su corazón una mínima llama de compasión para cambiar de actitud?
Lufthansa excusa su ignorancia en el secreto entre médico y paciente. Hay que cambiar el protocolo. No hace falta que la Empresa tenga el historial médico de sus empleados. Simplemente que el médico que tiene conocimientos y aconseja o concede una Baja, comunique inmediatamente: "No Apto", o "Apto", al Responsable de Personal. Un simple OK de éste, para saber que se ha recibido. Algo tan simple hubiera impedido que el copiloto, fuera a trabajar aunque hubiera roto la Baja. Se habrían salvado muchas vidas.
Algo bueno, dentro de la tragedia: la lección de que todos tenemos que estar alerta, ante estos estremecimientos de la vida y la eternidad. El misterio y la puerta del más allá posiblemente están más cerca de lo que nunca imaginamos.
La otra gran lección del dolor ha sido la unión y la solidaridad. No puede negarse que desde el primer momento España, Francia, Alemania y los demás países de donde procedían los pasajeros, han facilitado todo para que las victimas pudieran recibir ayuda psicológica, traslado si lo deseaban hasta el pie de la montaña, alojamiento y calor humano y atención espiritual.
No haría falta que se produjera una tragedia, para que esa buena relación y ese buen entendimiento, esa cordialidad en el trato de los funcionarios con el personal civil, ese altruismo general, se produjera. Pero ahí está, y bienvenido sea. Codo con codo, personal especializado en rescate de alta montaña de varios países trabajan en unas condiciones difíciles, no tanto por la dificultad del terreno si no por lo que descubren cada momento ante sus ojos. Las fuerzas y cuerpos de seguridad se han ofrecido voluntarios apara ayudar en el rescate. Y lo mismo el personal sanitario y asistencial, para tratar de atender a las víctimas y para identificación de los cadáveres de los familiares.
Es un orgullo comprobar que, se puede, hacer la vida un poco menos dura a los demás. Que no se escatiman medios humanos ni recursos. Y este accidente ha sacado lo mejor que hay en la mayoría de los humanos, sean del país que sean. Han hablado con el lenguaje del corazón. Ese que no tiene límites ni fronteras. Junto al implacable zarpazo de la muerte, se alza la bandera de la vida y la esperanza.
Seguro, que en esta Semana Santa, siguiendo los "pasos" del dolor y de la fe, muchos pedirán un poco de consuelo para quienes han perdido tanto.
Lo escrito es un pequeño homenaje a las víctimas. Ojalá fuera también un arcoíris para su dolor. No sois extraños para nadie y menos, para quien escucha diariamente el corazón.