Algunos médicos escuchan «el grito silencioso», otros lo ven.

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Por José Manuel Belmonte (Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CiViCa)

“Un hombre puede cometer errores, pero solo un idiota persiste en el error”, dijo Cicerón.

En general, la evidencia suele imponerse a la cabezonería, a la política y la ideología.

Evolucionamos en nuestra forma de pensar y de actuar en la medida que, debido a las experiencias vitales, adquirimos consciencia de lo que somos, de lo que hacemos y de la realidad que nos rodea.

Cuando ese momento llega, algo se ilumina para el convencimiento interior  de que no se puede seguir en el error y  es tiempo de cambiar. Es una de las paradojas de la vida.Lo que antes no se escuchaba y era importante, personal y socialmente,  un día se ve. Escuchar y ver ayuda, pero lo importante es ser consciente.

Por José Manuel Belmonte (Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CiViCa)

“Un hombre puede cometer errores, pero solo un idiota persiste en el error”, dijo Cicerón.

En general, la evidencia suele imponerse a la cabezonería, a la política y la ideología.

Evolucionamos en nuestra forma de pensar y de actuar en la medida que, debido a las experiencias vitales, adquirimos consciencia de lo que somos, de lo que hacemos y de la realidad que nos rodea.

Cuando ese momento llega, algo se ilumina para el convencimiento interior  de que no se puede seguir en el error y  es tiempo de cambiar. Es una de las paradojas de la vida.Lo que antes no se escuchaba y era importante, personal y socialmente,  un día se ve. Escuchar y ver ayuda, pero lo importante es ser consciente.

No importan los estudios,  ni el trabajo que se tenga. Uno es consciente de que no puede negar la evidencia: «El grito del silencio» ya no se oye, se ve y se impone, y… el cambio llega.

«La vida es una bendición«, lo sabemos casi todos. Clara Lejeune,  lo dijo: «Life is a Blessing«,  al escribiruna biografía  de su padre, Jerome Lejeune. Valiente luchador y ejemplo.

La vida, nos sorprende siempre. El 25 de marzo se celebra en España y en el Mundo, el día de la vida humana. En numerosas ciudades del planeta, la gente ha salido a la calle para recordarlo, para celebrarlo y para poner de manifiesto el valor de la vida como primer derecho.

Defender la vida contra la muerte, no es un debate semántico, sino un debate de valores.

Intentaré ilustrar ese debate con la trayectoria de dos médicos eminentes, uno  del siglo XX  Bernard Nathansón, ya fallecido,  y en el siglo XXI, con la doctora Kathi Aultman.

B. Nathanson

Tras graduarse en 1949, pasó al Hospital de Mujeres de Nueva York. Era el tiempo de la clandestinidad, la transgresión y la lucha para implantar el “aborto libre y barato”. El deseo de la izquierdista en los sesenta del pasado siglo era ser pro-elección.

Antes de finalizar la carrera, le comentó a su padre que su mujer Ruth esperaba un hijo. Su padre le mando dinero para que abortara y terminara la carrera. Aquello le marcó. «Lloramos los dos por el niño que íbamos a perder y por nuestro amor que sabíamos iba a quedar irreparablemente dañado con lo que íbamos a hacer».  La obligó a abortar. Y «este fue el primero de mis 75.000 encuentros con el aborto”. A Ruth también la perdió.

Hoy la «ecografía» es un procedimiento generalizado y útil, no solo en embarazos, pero cuando en 1971 abrieron las primeras clínicas abortistas se descubrió el “negocio” del aborto, pero esa tecnología no era habitual. Hasta la segunda mitad del siglo XX no comenzó a utilizarse el eco de las ondas electromagnéticas o acústicas enviadas hacia el lugar del cuerpo que se examina.  Nathanson la descubrió en 1984.

Cuando murió el Dr. Nathansón en 2011, algunos recordaban que tuvo la suerte de ver “El grito silencioso” realizado a partir de la filmación de un aborto utilizando la tecnología del ultrasonido. Le permitió ver la muerte del feto mientras lucha por su vida hasta gritar. En ese video y su continuación, “El Eclipse de la Razón”, explica cómo la vida reacciona y grita cuanto se ve en peligro.

Tras «ver» lo que sucede en el vientre de la embarazada, no quiso realizar más abortos. La lucha de la vida,  o su grito ante quien quiere destruirla, era muy fuerte. Le obligó a un cambio y a un período de reflexión. Al ser consciente, descubrió que todo tiene un por qué y un para qué.Pudo haberse equivocado, pero se rindió a la evidencia.Vio y cambió.  «Durante diez años, pasé por un período de transición». Decidió reconocer su error en una revista médica.

El mundo proabortista, y muchos colegas se alarmaron y se pusieron en su contra. No hay mucha gente dispuesta a aprender de los errores ajenos.

Lo cuenta en  “La Mano de Dios” su libro autobiográfico.Además  de no hacer más abortos ayudó a fundar la Asociación Nacional para la Derogación de las Leyes de Aborto, convirtiéndose en activista a favor de la vida. Añade: «Por primera vez en toda mi vida de adulto -dice-, empecé a considerar seriamente la noción de Dios, un Dios que había permitido que anduviera por todos los proverbiales circuitos del infierno, para enseñarme el camino de la redención y la misericordia a través de su gracia».

 Kathi A. Aultman.

Esta mujer estadounidense, ginecóloga en Orange Park, Florida, acaba de hablar de sí misma y de su carrera.

Lo que dice es suficientemente elocuente y clarificador tanto de su compromiso como feminista y como médica, abierta a la evidencia y la verdad. Experiencia, ideología y evolución:

«Presidente y miembros del Comité:  Gracias por invitarme a participar:

Pasé toda mi carrera como defensora de las mujeres y la salud de la mujer. He hecho abortos del primer y segundo trimestre. Y he tratado a mujeres con complicaciones físicas y psicológicas del aborto. He cuidado a mujeres que decidieron continuar con embarazos no planificados y a aquellas que los abortaron. He tenido dos partos vaginales  y me hice un aborto. Mi prima sobrevivió a un aborto.

Cuando entré en la escuela de medicina creía que el aborto por elección (o  a petición) era únicamente un asunto  de los derechos de la mujer.

Durante mi residencia me entrenaron en abortos del primer trimestre, usando dilatación y curetaje con succión.

Busqué y recibí entrenamiento especializado en abortos del segundo trimestre, usando dilatación y evacuación. Durante el cual el feto es aplastado y evacuado en pedazos.

Al examinar el tejido, después de los procedimientos, estaba fascinada por los órganos pequeños, pero perfectamente formados. Sin embargo, por entrenamiento y condicionamiento, el feto humano no me parecía diferente a los embriones de pollo que diseccionábamos en la Universidad. No era desalmada. Si una paciente llegaba tras la pérdida de un bebé que deseaba, yo sufría con ella y sentía su dolor.

Lo que marcaba la diferencia para mi, era si el bebé era o no deseado.

En mi segundo año de prácticas tenía un trabajo por las noches, en una clínica para mujeres, haciendo abortos. Sentía que estaba haciendo algo por el bien de las mujeres y podía hacer más dinero haciendo abortos que trabajando en una sala de urgencias.

La única vez que tuve reparos en realizar un aborto del segundo trimestre fue durante mi rotación por la unidad de Neonatología, donde trataba de salvar a bebés que tenían la misma edad que algunos de los bebés que había abortado.

 Mientras estaba en avanzado estado de gestación, continué haciendo abortos sin ninguna reserva. Pero cuando volví a la clínica, después de dar a luz, me enfrenté a 3 situaciones que me hicieron cambiar de opinión para seguir haciéndolos.

  1. Descubrí que yo ya le había realizado tres abortos a una niña que tenía programada para esa mañana. Cuando protesté, el Personal de la Clínica me dijo que era su derecho, usar el aborto como medio anticonceptivo; e insistieron en que no tenía derecho a juzgarla ni a rehusarme a hacer el procedimiento. Les dije que era fácil para ellos decir eso. Yo era la que tenía que matar. Tuvo su aborto y admitió que seguiría sin usar métodos anticonceptivos.
  2. El segundo caso fue una mujer a la que su amiga le preguntó si quería ver el tejido y ella respondió: ¡No, sólo quiero matarlo! Tuve ganas de decirle ¿Qué te hizo ese bebé?
  3. La tercera paciente era una madre de cuatro hijos. No creía que ella y su marido pudieran mantener a otro niño. Ella lloró durante su estancia en la clínica.

Finalmente hice la conexión entre feto y bebé. Me di cuenta que lo que me chocó fue la apatía de la primera paciente y la hostilidad que la segunda mostró hacia el feto y el contraste con el dolor y la pena de la tercera mujer que sabía lo que era tener un hijo.

Me di cuenta que el bebé es la víctima inocente de todo esto. Y el hecho de que no fuera deseado ya no era suficiente justificación para mi, para matarlo. Ya no podía hacer más abortos.

Mi visión también cambió en mi práctica privada al ver mujeres jóvenes que estaban muy bien después de haber decidido continuar con sus embarazos no deseados, en contraste con aquellas que luchaban con los efectos psicologías del aborto… Eso no era lo que yo esperaba. Yo asumía que aquellas que se quedaban con sus bebés tendrían sus vidas arruinadas.

Nunca olvidaré a una mujer que fue a verme por sangrado, tras un aborto de final de embarazo, en Orlando, aún no se recuperaba del horror de haber dado a luz a su bebé  de poco más de 20 semanas en el excusado. Su hermanito murió ahogado.

Otra mujer me contó que estaba viendo a un psiquiatra, porque ella creía firmemente en el derecho de la mujer a decidir, no podía aceptar el hecho de que había matado a un hijo.

De hecho no fue sino después de tener a mi primer hijo que lamenté mi anterior decisión y lloré al hijo que había abortado.

Pocos médicos son capaces de hacer abortos por mucho tiempo. A los médicos se nos enseña a sanar y no a dañar. Ven los cuerpos triturados y eventualmente se dan cuenta de la verdad.

Hemos «higienizado» nuestro lenguaje para hacer el aborto más digerible; no hablamos de «bebé», sino de «feto». El abortista «termina un embarazo» en vez de «matar a un bebé».

Nos hemos alejado de la idea de que la vida es preciada y nos acercamos a actitudes utilitaristas que han destruido tantas vidas en el último siglo.

 Les hemos enseñado a nuestras jóvenes que un embarazo no deseado es lo peor que les puede pasar; y que el aborto es la única solución lógica.

¿Debe negársele toda consideración, protección y derechos a un bebé, que podría vivir fuera del útero, solo por el hecho de que no es deseado? ¿No podemos, al menos, tener compasión de los bebés de 20 semanas de gestación (o 22 semanas desde la concepción como se dice habitualmente), cuando sus sistema nervioso está lo suficientemente desarrollados como para sentir dolor?

¿No podemos, al menos, asegurar que a los bebés que sobreviven a un aborto  se les dé el mismo cuidado que le brindamos a cualquier otro bebé?

La alegría de conocer a jóvenes a quienes ayudé a llegar de forma segura a este mundo, está matizadapor el deseo de saber de todos aquellos a los que nunca conoceré, porque los aborté.

Quiero agradecerles todos sus esfuerzos por proteger a aquellos que no se pueden proteger. Y… gracias por considerar lo que hoy he dicho».

¿Ha pasado de la lógica a la defensa de la vida?

Da la impresión que la Doctora Aultman ha llegado a darse cuenta de que el bebé es un ser humano indefenso y víctima inocente, por la lógicay la contundencia de los hechos reales.

Es de agradecer su sinceridad y valentía para exponer crudamente su experiencia práctica profesional tan ligada a su vida familiar y su compromiso social.

Tal vez quienes escucharon el relato de su actuación médica y humana, totalmente personal y respetable, hubieran deseado algo más; por ejemplo, la defensa  y los derechos del ser humano desde la concepción. Si ha llegado a hacer la conexión entre bebé y feto no se dice lo mismo del embrión y el cigoto, fases previas del único y mismo ser humano.

Los últimos interrogantes de su intervención reclaman compasión para embriones bastante desarrollados o que «pueden vivir fuera del útero» o que han sobrevivido a un aborto, aunque no fueran deseados. ¿Y para los otros?

No sé por qué me viene a la memoria que a Dante no le bastó «la razón» para guiarle en el camino de la luz. Necesitó la mano del «amor» para su viaje más importante. ¿La mano de la que hablaba Nathansón, que sostiene el mundo y mece la cuna?

Cuando se adquiere un mejor estado de consciencia uno se conoce mejor a sí mismo y la realidad que le rodea.  Aunque tímidamente, Aultman  deja un rayo de esperanza: «Pocos médicos son capaces de hacer abortos por mucho tiempo. A los médicos se nos enseña a sanar yno a dañar. Ven los cuerpos triturados y eventualmente se dan cuenta de la verdad».

BELMONTE
BELMONTE
Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CíViCa