Por Fernando de Haro, periodista, publicado en Páginas Digital el 15 de Mayo de 2014
Europa nació en torno a palabras como persona, trabajo, progreso y libertad. Sin embargo los fundamentos de esas palabras cada vez están más diluidos. ¿Qué ha sucedido?
La Europa Unida es un ideal –¿un sueño?– tardío de la Ilustración. Pero llega demasiado tarde, cuando una serie de tremendas experiencias –centradas en el Viejo Continente– se han sucedido, con consecuencias que se prolongan hasta ahora mismo: dos Guerras Mundiales, el Holocausto, las matanzas en la Unión Soviética, la tardanza de la emancipación de las colonias africanas y asiáticas... ¿Dónde quedaron los ideales de trabajo para todos, progreso científico, libertad, respeto a todas las personas...? El europeo actual tiene serias dificultades para creer en esos ideales, sobre todo tras el dramático descenso en las creencias religiosas que ofrecían el fundamento compartido de muchos de esos ideales. ¿Qué queda ahora? Las conveniencias económicas. Mas, por definición, las riquezas materiales no son compartibles. Se mantienen, pues los lemas proclamados, pero se descree de su posible realización.
Por Fernando de Haro, periodista, publicado en Páginas Digital el 15 de Mayo de 2014
Europa nació en torno a palabras como persona, trabajo, progreso y libertad. Sin embargo los fundamentos de esas palabras cada vez están más diluidos. ¿Qué ha sucedido?
La Europa Unida es un ideal –¿un sueño?– tardío de la Ilustración. Pero llega demasiado tarde, cuando una serie de tremendas experiencias –centradas en el Viejo Continente– se han sucedido, con consecuencias que se prolongan hasta ahora mismo: dos Guerras Mundiales, el Holocausto, las matanzas en la Unión Soviética, la tardanza de la emancipación de las colonias africanas y asiáticas… ¿Dónde quedaron los ideales de trabajo para todos, progreso científico, libertad, respeto a todas las personas…? El europeo actual tiene serias dificultades para creer en esos ideales, sobre todo tras el dramático descenso en las creencias religiosas que ofrecían el fundamento compartido de muchos de esos ideales. ¿Qué queda ahora? Las conveniencias económicas. Mas, por definición, las riquezas materiales no son compartibles. Se mantienen, pues los lemas proclamados, pero se descree de su posible realización.
En el centro del proceso de construcción de Europa está la experiencia de libertad. Ratzinger denunciaba hace algunos años que la lucha contra la discriminación se ha ensanchado tanto que ha surgido un dogmatismo que se ha vuelto en contra de la libertad. ¿Le parece excesivo ese punto de vista?
La libertad ha de ser vivida, además y antes de ser proclamada. Las limitaciones y las presiones que dábamos por superadas se han transformado en toda la gama de lo "políticamente correcto", de manera que –al menos en cuanto a la libertad de expresión– hemos venido a menos. Hay un tremendo control mediático y civil en torno a temas como el aborto, la homosexualidad, la eutanasia, la vertiente pública de la práctica religiosa, los contenidos de la enseñanza… Cualquier ciudadano europeo con un mínimo de inquietudes éticas y políticas sabe que ha de tener mucho cuidado con lo que dice, lo que escribe, lo que enseña… y hasta lo que piensa. Hay mártires de la libertad de expresión, casi siempre por los mismos "delitos". Ratzinger tiene toda la razón, por lo que él mismo ha sido sometido a tremendas campañas de desprestigio, sin fundamento alguno. Habría que recordar que el gran ideal europeo es, justo, la libertad, que se ha de respetar en todos los terrenos, siempre que no suponga un atentado contra las personas.
Permítame seguir con Ratzinger. En el Bundestag el entonces Papa aseguró que la cuestión de determinar lo que es justo e injusto no ha sido nunca fácil, pero que en Europa se ha hecho especialmente complicado. ¿Tiene esa situación algo que ver con la crisis?
La determinación de lo justo y de lo injusto es tarea de la ética. Y la ética es una disciplina filosófica. A su vez, el desprecio por el pensamiento libre se ha extendido en la enseñanza de todos los niveles. Falta competencia ética en una gran parte de la población, que ha sido sustituida por tópicos, lemas impuestos, leyes del silencio y hasta amenazas. No creo que la crisis económica tenga especial incidencia en este fenómeno. La auténtica crisis consiste en que una serie de convicciones fundamentales han dejado de tener vigencia y no han sido sustituidas por otras.
Europa está a la cabeza del desarrollo de los que se han llamado nuevos derechos. Nuevos derechos que empezaron a proclamarse en los años 70 y que quieren dar respuesta a múltiples deseos subjetivos. Hablamos de aborto, matrimonio homosexual y un largo etcétera. ¿Cuál es la raíz de este afán por proclamar nuevos derechos?
Algunos de los "nuevos derechos" –por llamarlos así– son harto problemáticos. Baste pensar en el aborto. ¿Quién es el titular de tal supuesto derecho? Por supuesto no es el sujeto de la vida que nace, a quien se sacrifica sin posibilidad de defensa. En realidad, son derechos que provocan víctimas inocentes, también en el caso de las prácticas homosexuales, de la eutanasia de personas a las que se imponen (o de niños y niñas a los que –en el mejor de los casos– se les coacciona para que la acepten). Paradójicamente, este es el momento oportuno para reivindicar los auténticos derechos humanos, basados en una antropología realista. La Unión Europea podría ofrecer los cauces oportunos para que se pudieran adoptar directrices que no comprometieran directamente a los políticos de cada país, aunque naturalmente tendrían que aprobar esta ampliación de la libertad civil.
¿Hay algo de espejismo en estos nuevos derechos?
Hay mucho de espejismo. Porque se promete una felicidad que, casi siempre, es a corto plazo y acaba en un fracaso mayor que el que se quería evitar. La sociedad fascinada por lo cómodo y lo fácil es una sociedad cegada por el efectismo de unas promesas engañosas.
¿Puede la ley frenar el fenómeno de la destrucción de lo humano que se está produciendo en Europa? ¿Qué valor tiene la ley para sostener una determinada antropología?
La ley no es eficaz si no está basada en las convicciones de los ciudadanos. Se necesita entrar a fondo en la enseñanza primaria y media, para que los más jóvenes puedan pensar por cuenta propia y formar sus propias conclusiones. Es imprescindible superar la manipulación a la que hoy día se ven sometidos los jóvenes escolares: es un abuso, en el que no deberían colaborar los profesores, las autoridades académicas, los padres ni las autoridades civiles. Lo que impera hoy día –si se me permite decirlo– es el miedo al rechazo, a la marginación y a las represalias. Está llegando el momento de decir ¡basta! Este es uno de los motivos por los que se requiere una amplia participación en las elecciones europeas y la valentía para expresar en las urnas las propias opiniones. Es lamentable que muchos se quejen de que se les han impuesto unas reglamentaciones, en unos comicios en los que ellos ni siquiera se han molestado en participar.
Habermas proponía hace algunos años que Europa tuviera, al elaborar sus leyes, un “proceso de argumentación sensible a la verdad”. ¿Cómo puede tenerse en cuenta esa indicación?
Jürgen Habermas es uno de los pensadores actuales –proveniente del marxismo– que ha adoptado posturas muy valientes en defensa de la verdad. Por ejemplo, se ha opuesto con buenos argumentos contra las prácticas "transhumanistas" y su postura respecto al aborto es muy restringida, porque –así lo confiesa– no acaba de ver las razones concluyentes que conducen a su prohibición. La gran víctima de la sociedad actual es la verdad. Y la mayor valentía consiste en decir lo verdadero (digamos lo que uno considera verdadero, para evitar –si acaso– las injustas acusaciones de dogmatismo). Si la verdad desaparece del discurso civil, lo que impera es la violencia (manifiesta u oculta). Es muy importante al respecto la función de los intelectuales libres. El publico debería de evitar la adulación a presuntos pensadores sin méritos científicos a los que parece imperativo alabar para cumplir con la "corrección polí-tica".
En Europa se multiplican las llamadas a reconocer el valor de una sociedad multicultural. ¿Cómo compaginar pluralismo y respeto a las tradiciones más consolidadas?
Es sano y justo el multiculturalismo, porque es preciso que cada uno piense por su cuenta y pueda manifestar libremente lo que piensa. De hecho, hay multiculturalismo. Lo que sucede es que algunas posturas se imponen socialmente a otras por métodos nada "culturales", sino muy coactivos. La gran solución para la actual solución del inmoralismo europeo es la valentía en la proclamación de la verdad (de todos y cada uno, no sólo de los que controlan actualmente los resortes culturales y propagandísticos). La cultura es, de suyo, libre. Y no tiene nada que ver con la propaganda, con las modas intelectuales, y mucho menos con las coacciones sociales. En algunos ambientes quizá no es fácil defender las tradiciones consolidadas, porque han sido sometidas a un injusto proceso de implacable desprestigio. Pero siempre es posible –y muchas veces necesario en conciencia– defender "lo justo", "lo socialmente verdadero", aunque ya no pueda presentarse como lo comúnmente aceptado. A veces la minoría tiene más prestigio intelectual que la mayoría. Es necesario defender la verdad, dígala quien la diga.
Cuando la multiculturalidad es multiculturalismo suele venir acompañada de una indiferencia hacia el otro. La multiculturalidad y el respeto y la estima por el otro no siempre van juntas.
El multiculturalismo ha de basarse en la libertad de opinión de los ciudadanos, no en el indiferentismo ni en la cesión ante las presiones de los más fuertes. Esto es lo propio de una sociedad democrática. El sometimiento pertenece a sociedades dominadas o amedrentadas. Se ha dicho, con razón, que el sometimiento corrompe tanto a quienes lo aceptan que llegan a amarlo. El único sentimiento digno de los demócratas es el amor a la libertad, al pluralismo y a la verdad. Digan lo que digan los poderosos que manipulan la opinión pública.