Fe y ciencia (2). De la fe a la ciencia

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11/10/2012
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11/10/2012

Por Francisco Javier García Alonso – Publicado en Foro Uiversitario El Escorial el 5 de Octubre de 2012

Las ciencias de la naturaleza, tal como se han desarrollado a partir de los trabajos de Galileo, Newton y otros, requieren como condición indispensable una considerable confianza en que el mundo esté regido por leyes no arbitrarias y que además puedan ser descifradas. En el siglo XVII eso sólo era posible en la civilización judeo-cristiana, en la que el mundo es visto como resultado de la acción de Dios siguiendo un plan establecido, en la que la Segunda Persona de la santísima Trinidad es denominada Logos (Razón) y en la que se afirma que Jesucristo, Dios encarnado, se  presenta a sí mismo como la verdad. Ni los musulmanes, ni los budistas, ni los confucianistas ni ningún otro grupo cultural tenían una idea semejante del mundo. De hecho, solo los griegos pensaron en la posibilidad de ver en la naturaleza un cosmos.

Por Francisco Javier García Alonso – Publicado en Foro Uiversitario El Escorial el 5 de Octubre de 2012

Las ciencias de la naturaleza, tal como se han desarrollado a partir de los trabajos de Galileo, Newton y otros, requieren como condición indispensable una considerable confianza en que el mundo esté regido por leyes no arbitrarias y que además puedan ser descifradas. En el siglo XVII eso sólo era posible en la civilización judeo-cristiana, en la que el mundo es visto como resultado de la acción de Dios siguiendo un plan establecido, en la que la Segunda Persona de la santísima Trinidad es denominada Logos (Razón) y en la que se afirma que Jesucristo, Dios encarnado, se  presenta a sí mismo como la verdad. Ni los musulmanes, ni los budistas, ni los confucianistas ni ningún otro grupo cultural tenían una idea semejante del mundo. De hecho, solo los griegos pensaron en la posibilidad de ver en la naturaleza un cosmos.

De otro lado, el uso de la razón y búsqueda de la verdad, que son herramientas imprescindibles en la labor científica, fueron cultivadas con ahínco en la Universidad, el sistema de enseñanza que la Cristiandad había creado en la Edad Media. De hecho, ya desde su inicio, la Iglesia había adoptado como propia gran parte de la filosofía griega en la reflexión sobre sí misma y en su defensa ante la sociedad.  En particular, vio una estimable  coincidencia entre fe y filosofía en los valores socráticos de la búsqueda del bien y de la verdad.

La genialidad de Galileo, que era catedrático de Universidad, consistió en abandonar la filosofía, que aspira a una mejor comprensión de la totalidad de lo existente, y ceñirse a una parcela de la realidad, aquella en la que las cosas se pueden medir y reproducir en un laboratorio. El éxito posterior de la ciencia justifica ampliamente la decisión adoptada, pero no puede olvidarse que, de suyo, la ciencia no pretende abarcar toda la realidad y que, por tanto, no es un sistema general de conocimiento.

Si la Iglesia exigió a Galileo que defendiese su teoría como una hipótesis y no como una  verdad absoluta fue porque no quiso abrir otro frente de discusión con los protestantes, que la acusaban de despreciar las Sagradas Escrituras al dar un peso considerable a la Tradición. (La minusvaloración de la Biblia consistiría en este caso en que, siguiendo a Galileo, algún pasaje bíblico seria erróneo en su sentido literal). De hecho, la Iglesia tenía ya entonces un genuino interés por la ciencia como lo demuestra la creación de una Sociedad científica, la  “Linceorum Academia”, en 1603, unas decenas de años antes que la Royal Society  (1645) y la reforma del calendario (debida a Gregorio XIII) que fue una realidad en los países católicos (1582-1583) antes que en los protestantes (1605-1610). Más aún, se conocen textos del influyente cardenal Belarmino -involucrado de lleno en el caso Galileo – según los cuales no habría problemas teológicos en admitir que la Tierra girase en torno al Sol en caso de demostrarse.

CíViCa
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