Por José Luis Velayos, Catedrático Honorario de Anatomía y Neuroanatomía de la Universidad de Navarra. Catedrático Honorario de Neuroanatomía de la USP CEU. Catedrático de Anatomía en la Universidad Autónoma de Madrid.
Dedicado a Victoriano Rubio Herrera.
En los animales se distinguen tres etapas: crecimiento, madurez, senectud. El hombre también presenta un declive biológico, pero, al mismo tiempo, puede progresar activamente hacia la madurez interior y la plenitud.
Y el animal no sabe que envejece, que va a morir; el hombre sí, y es capaz de influir personalmente en su envejecimiento.
Envejecimiento y senescencia constituyen los cambios que suceden en la 3ª y 4ª edad. “El tiempo se escapa irremediablemente”, decía Virgilio. Pero en puridad, el envejecimiento empieza con la fecundación, explosión vital cuya fuerza va aminorando con el tiempo.
Suelen coincidir envejecimiento biológico y cronológico. Y puede haber un desfase entre ambos, pero cuanto más armónico es el envejecimiento mayor es la longevidad.
Gracias a los avances médicos y la mayor higiene y calidad de vida, la esperanza de vida se ha ido incrementando: en 1900 era de 33,8 años para los varones y de 35,7 años para las mujeres. En el 2000, de 76,1 y 82,3 años, respectivamente. Pero en principio, la especie humana no puede alcanzar más de 125 años.
Este es el orden de envejecimiento de diversos sistemas y aparatos: huesos, sistema cardiovascular, respiratorio, endocrino, digestivo, órganos de los sentidos, sistema nervioso, sistema renal.
En cuanto al envejecimiento cerebral, hay que decir que perdemos unas 100.000 neuronas diariamente, siendo mayor la pérdida en la primera mitad de la vida. A partir de los 40 años se ponen en marcha mecanismos de suplencia, que aminoran los efectos del proceso. Y el envejecimiento es diferente para cada centro nervioso. Y diferente para cada persona.
Las consecuencias del envejecimiento cerebral son las siguientes:
Cambios en la memoria. Disminuye la fijación, más que la evocación. La memoria declarativa cambia poco. La pérdida neuronal se da fundamentalmente en el hipocampo, estructura crucial para la memoria, ya que conecta ampliamente con las cortezas asociativas, lugares donde se producen los depósitos de memoria (entre ellas, la corteza prefrontal).
Alteraciones cognitivas: Se tiende a definiciones largas, disminuye la fluidez verbal, se limita la formación de conceptos y la resolución de problemas, aunque no se afecta demasiado la atención.
La afectación de la corteza prefrontal origina el síndrome frontal, con irritabilidad, falta de moderación en el comportamiento, apatía. Es un área importante para la coordinación y secuenciación temporal de la conducta y el control de las interferencias. Algunos ancianos, debido a las alteraciones que se producen en esta corteza, se desinhiben, con comportamientos incluso eróticos.
Se producen alteraciones del sueño: entre los 65 y 70 años, el 40% dice que duerme mal, y el 25% muy mal. En la vejez el tiempo total de sueño disminuye, y especialmente el del sueño REM.
La proteína priónica celular, que, modificada, constituye el prión, responsable de las encefalopatías espongiformes, con la edad disminuye en cuantía, aunque aumenta en las placas amiloides que aparecen en el encéfalo senil. Probablemente tiene una función protectora frente al estrés oxidativo, uno de los factores del envejecimiento cerebral.
Además, en la senescencia ocurren los siguientes fenómenos:
Hay disminución de receptores sensoriales y del número de células de centros integradores neurales.
Aumenta el umbral táctil.
Hay una progresiva disminución de la acuidad visual. La capacidad de
acomodación va disminuyendo (presbicia). Suelen aparecer cataratas.
Alteraciones en la audición, por modificaciones propias del aparato auditivo; y gran lentitud en el procesamiento central de esta información.
Se produce una disminución de la capacidad para identificar sustancias odoríferas.
La demencia senil se da en el 49% de los mayores de 65 años. Otros cuadros patológicos son la enfermedad de Alzheimer, el Parkinson, las enfermedades neurodegenerativas.
Fueron (y son), entre otros, ancianos influyentes en el mundo:
Adenauer fue elegido canciller de Alemania cuando tenía 73 años. Durante los 14 años de su mandato convirtió a Alemania en una de las grandes potencias.
San Juan XXIII, que siendo anciano, convocó el gran Concilio Vaticano II.
San Juan Pablo II en su ancianidad, escribió, viajó, puso en práctica el espíritu del Concilio, con ánimo joven (“soy un joven de 83 años”). Decía en su Carta a los ancianos: “El espíritu humano, por lo demás, aun participando del envejecimiento del cuerpo, en un cierto sentido permanece siempre joven si vive orientado hacia lo eterno”.
Benedicto XVI, ya anciano, rigió la Iglesia con gran lucidez, impulsando el diálogo fe – razón, frente a la llamada por él “dictadura del relativismo”.
El Papa Francisco asombra con su prodigiosa vitalidad.
Joven de verdad es quien vive el mandamiento del amor a Dios y al prójimo como a uno mismo, y mantiene sus ideales, aunque su cuerpo se vaya consumiendo con el tiempo. Para quien concibe al hombre como ser trascendente, la felicidad es la bienaventuranza eterna, y cree con San Pablo que “ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó por pensamiento humano lo que Dios tiene reservado a los que le aman”.