Por Nicolás Jouve, Presidente de CiViCa. Publicado en Páginas Digital el 24 de Febrero de 2015
Cuando se escuchan afirmaciones tales como que un embrión humano no es un ser humano, o que se trata tan solo de un conglomerado de células, o se cuestiona su significado biológico u otras frasecillas parecidas que tratan de minimizar o restar importancia a los primeros estadios de la vida humana, habrá que recordar algo tan elemental como que tras la fecundación, el cigoto humano, resultante de la fusión de un óvulo humano con un espermatozoide humano, que recibe genes humanos, es la primera realidad biológica de una vida humana. Constituido el cigoto, se pone en marcha el reloj de la vida y los elementos integrantes de esa sencilla célula se disparan a favor de un proceso dinámico e imparable, salvo la intervención de factores externos, para que se desarrolle la vida que acaba de constituirse.
Por Antonio Torres, presidente de Fundación RedMadre.Publicado en ABC.es el 3 de Marzo de 2015
Antonio Torres, presidente de fundación RedMadre, explica las razones por las que hay que acudir el 14 de marzo a la manifestación «Cada vida importa».
De nosotros depende que se afiance definitivamente, o no, una irracional e injusta situación que ha producido gravísimas consecuencias en España y en el mundo, tanto para la vida de millones de seres humanos como para el bien común desde que los derechos fundamentales pasaron a depender de la decisión de los legisladores y gobernantes de turno.
Por Rebecca Oas, Ph.D, Publicado en C-FAM el 17 de Enero de 2015, Traducido por Luciana María Palazzo de Castellano
NUEVA YORK, 17 de enero (C-Fam) Clínicas ilegales tientan a jóvenes de la escuela secundaria y de edad universitaria en China con la promesa de grandes importes por sus óvulos. El procedimiento puede perjudicar la salud de las jóvenes y su futura maternidad, y las clínicas no ofrecen ayuda médica o jurídica si luego surgen complicaciones.
Por Benigno Blanco Rodríguez, Publicado en Paginas Digital el 11 de Julio de 2014
Tomás de Aquino, con la profundidad antropológica que le caracteriza, dejó escrito que el bien lo conoce mejor el que lo practica que el que no lo practica y que, en cambio, el mal lo conoce mejor el que no lo practica que el que lo practica. Ruego al lector que se detenga un momento y relea –¡saboree con calma!– lo que acabo de escribir para valorar la profundidad de tal afirmación, pues esta elemental constatación permite entender por qué a una sociedad como la nuestra le cuesta tanto volverse con aprecio a realidades valiosas como la vida, el matrimonio y la familia.