Por José Manuel Belmonte, Dr. en Ciencias Humanas por la Universidad de Estrasburgo, miembro de CiViCa. Publicado en el Blog del autor Esperando la Luz el 10 de abril de 2019
Habíamos llegado a París el 15 de abril por la mañana, para pasar unos días. Después de comer decidimos dar un paseo por el Sena. Y de repente alguien, extendiendo el brazo hacia la izquierda, gritó: ¡Fuego!
¡Notre Dame estaba ardiendo! La mayoría quedamos sin palabras, atónitos… hasta que alguien, ante el incendio devastador, se echó las manos a la cabeza y dijo:
-¡No puede ser. No , por favor! ¡Notre-Dame es una obra de arte, es un símbolo de Francia y de la civilización desde la Edad Media! !No, por favor!
-¡Oh, es verdad! ¡No es posible…! La catedral gótica es la obra visible de la fe y el cristianismo, pero también de la evolución humana y la construcción de Europa desde hace ochocientos años. (A la mujer se le saltaban las lágrimas. Doblo las rodillas y se cubrió la cara, para que no la vieran).
-¡Ese fuego, es la cólera de Dios, por permitir que los impíos impongan creencias que fomentan el odio y la violencia entre nosotros!
«La vida no se mide por el número de respiraciones…sino por los momentos que nos quitan el aliento»(M.Andrelu). (Era lunes de la Semana Santa. Los niños tenían vacaciones, muchas familias y miles de personas se habían desplazado para disfrutar unos días visitando la capital francesa).
Las luces de los coches de policías y bomberos, destellaban por todas partes. Habían cortado el tráfico y la gente se iba arremolinando en la parte alta de las avenidas que daban al Sena con vistas a la Isla de la Ciudad y Notre Dame. Desde los barcos, se veían los chorros de agua de las mangueras que los bomberos dirigían hacia un fuego devastador que crecía y ascendía de forma casi incontrolable. En las ventanas de las casas cercanas, la misma sensación de asombro e impotencia en los rostros de personas, que con móviles o cámaras querían aprisionar para siempre aquellos momentos trágicos.
Hacía poco que había comenzado el incendio y se escuchó en la radio y la televisión un diagnóstico un tanto precipitado o poco contrastado, que hizo a los oyentes mirarse unos a otros: «el inicio del incendio es accidental«. Desconcertados no podían creer que un templo casi milenario, que había soportado la locura y el odio de la guerra, ardiese por «un descuido». Los medios asumieron de inmediato la tesis oficial, aún en el contexto de una oleada de ataques, tanto en Francia como en otros países, no podían acallar mil suposiciones.
Desde una bocacalle comenzaron a escucharse, primero el murmullo de gente que rezaba y después, cánticos de tipo religioso. Los curiosos y la multitud en general, atónita y en silencio, respetaba la manifestación de fe.
Nosotros, habíamos dejado el barco y nos fuimos acercando para mejor ver el incendio desde el paseo. En un momento, percibimos un grito entrecortado de la gente, cuando se derrumbó el pináculo con la aguja, de madera y plomo, culminado con la veleta de un gallo. Según comentaban, los franceses, es el símbolo de Francia y en su interior albergaba 3 reliquias. Con un deseo de protección espiritual desde lo alto [enlace].
Los bomberos, intentaban conservar las dos torres, la estructura y cuanto del interior pudiera salvarse, no sin riesgo, habían hecho un pasadizo protegido por el que una cadena humana ponía a salvo algunos de los tesoros que Notre Dame albergaba.
La techumbre de la catedral ardía. En el interior de algunas personas se desmoronaba algo incalculable de humanidad y de historia al ver reducirse a escombros un referente mundial, patrimonio de la Unesco, que cada año recibía 13 millones de visitantes, y encerraba sueños y riqueza de un valor incalculable [enlace].
Macron, Presidente del Gobierno de un país laico, estuvo desde el principio en la línea de mando de la emergencia de Notre Dame. Detrás de ese gótico luminoso, detrás de sus muros y vidrieras, detrás de esas dos torres, levantadas por artistas y artesanos, hace siglos, para todos, estaba el corazón de la ciudad y el alma de un pueblo. Ni las piedras, ni las vigas, ni las llamas, saben de condición social, de ideología, ni siquiera de creencias.
De todas partes del mundo llegaban mensajes de solidaridad con los franceses, con Europa y con la Iglesia, tanto de creyentes como de ateos.
Antes incluso de haber dado por apagado el incendio, comenzaron a llover millones, deseos de reconstrucción, como el del obispo Munilla: «Querida Madre, te suplicamos que esta «desgracia» se convierta en «gracia»; de forma que la restauración de tu templo, llegue a ser una parábola de la reconstrucción de la fe de Europa desde sus cenizas».
De tal modo, que, aun sin terminar de evaluar los daños, el Presidente eufórico, salió en la Tv prometiendo la reconstrucción de Notre Dame, en un tiempo record casi inimaginable o imposible: «5 años».
En el hotel todos hablaban de lo mismo. Pero se hizo un silencio, cuando un señor con barba, con acento hindú, dijo:
–El fuego, sea o no causal, debe hacer pensar.
– ¿A quién se refiere, señor?
–A todos: franceses y europeos, visitantes o nativos; creyentes y no creyentes; autoridades y civiles. El fuego de Notre Dame, impone un silencio ante el pasado y el futuro.
– Soy francés y comparto su punto de vista. Aunque la estructura permita la reconstrucción, hay que pensar en lo que hemos perdido como civilización, cuándo y por qué. El fuego no es el fin. La iglesia y las instituciones nacionales y europeas deben pensar en la convivencia futura entre las distintas civilizaciones, si queremos que el alma de Paris vuelva a latir. Tener dinero no puede ser la única razón para hacer algo, sin tener una idea. Sería necesario recuperar alguno de los valores importantes como el de la vida, la educación y la tolerancia, para ser capaces de convivir en paz.
Se produjeron unos tímidos aplausos como aprobación a las palabras del señor francés.
La esencia del Viernes Santo, la Cruz y la Piedad, a salvo.
Del fuego, se salvaron muchas cosas. Pero hay una imagen, que ha dado la vuelta al mundo:la Cruz sobre el altar de Notre Dame, y la gran Piedad. Las maderas carbonizadas y los hierros retorcidos en primer plano, sobrecogen y realzan lo que es esencial para los creyentes. Lo esencial es esa Cruz y esa Madre que va en el corazón y sustenta la fe.
El fuego puede devorarlo todo, incluso las basílica. Los grandes templos, mezquitas, edificios emblemáticos, museos, aeronaves o barcos de recreo, pueden ser pasto de las llamas, o de cualquier otro elemento. Ningún seguro, garantiza la absoluta inmunidad de las creaciones humanas, por muy importantes que puedan ser. La inteligencia humana puede llegar a hacer obras maravillosas, pero no eternas. El dinero y los medios que tenemos a nuestra disposición, no lo son todo.
Y una cosa más, la más importante de cuanto se ha dicho: el ser humano, todo ser humano es un espíritu encarnado, y como tal eterno, de más valor que una piedra, un edificio o una catedral.
La lluvia de dinero, que sin pedirlo ha llovido sobre París, tan solo porque el fuego ha devorado Notre Dame, será bienvenido, pero ha demostrado dos cosas importantes: 1) Que hay dinero abundante; 2) Que habiendo humanos pasando hambre y personas desplazadas de su países, quienes tienen el dinero, los ignoran.
En España, los hermanos y cofrades que, de una forma u otra, sacan esas imágenes en procesión durante la Semana Santa, suelen ser los primeros en realizar gestos solidarios en favor de entidades que ayudan a los más desfavorecidos. Como ellos dicen:
-¡No tendría sentido lo uno sin lo otro!